TU ÚLTIMA VEZ
No lo sabes, pero tal vez hoy sea la última vez de alguna
cosa para ti… Puede que no te des cuenta, pero si miras atrás en el tiempo,
verás que por el camino has ido dejando situaciones y momentos. Circunstancias
que parecía que no iban a cambiar nunca, que se habían instalado en tu vida e
iban a quedarse hasta que un día se fueron casi sin avisar y no volvieron.
Puedes ver si quieres todas la últimas veces que pasó algo y que al vivirlas no
sabías que eran las últimas.
Pienso a menudo en mis últimas veces porque tengo la sensación de que nos pasan muy desapercibidas, no como las primeras que siempre tienen ceremonia y recuerdo. Aunque a veces las primeras también pueden ser las últimas.
La última palabra que le dices a alguien, la última vez que cruzas la mirada con esa persona, que pasas por ese camino, que piensas en esa idea obsesiva, que te pones unos zapatos concretos que luego se rompen, que tomas ese tren para ir a un trabajo…
La vida está repleta de últimas veces inesperadas y no reconocidas. A veces, las olvidamos porque son incómodas y recordarlas nos duele.Un día sales por una puerta y no la vuelves a cruzar jamás
porque recibes una llamada que lo cambia todo. Un día te enfadas con alguien y
es tu último enfado con esa persona. Te despides de ella sin saber que es la
vez postrera que la miras a los ojos. Quizás si lo hubieras sabido, te habrías
detenido un momento más en sus pupilas, o hubieras dicho algo más que un simple
«adiós» o un «hasta luego».
Nunca sabes si esa es la última vez que le pones un pañal a
tu hijo porque mañana ya no va necesitarlo o si ese es su último chupete porque
ya se hace mayor. La última vez que le das el pecho, que le acompañas a la
escuela y contáis árboles y coches por el camino. La última vez que llega a
casa con un dibujo maravilloso en el que sales tú bajo un sol gigante y unas
montañas llenas de nieve sobre un cielo azul a garabatos.
No sabes si la de hoy es la última vez que entras en ese bar
y pides un café al camarero porque mañana tal vez ya no vayas o no vaya él.
Cuando dejas un lugar en el que has compartido mucho con
algunas personas y prometes volver y quedar con ellos, pero sabes que no lo
harás porque esas promesas no se cumplen si no hay voluntad y ganas. Y el
tiempo pasa y la vida pasa y un día miras atrás y has acumulado diez años o
incluso más. Entonces te das cuenta de que no pusiste empeño y no cerraste esa
etapa o ese ciclo de forma consciente y como se merecía.
La prisa se nos come las últimas veces y nos ensombrece las
primeras. Tenemos tantas ganas de hacerlo todo ya, que no lo vivimos. Nos
aterra el dolor de ser conscientes de nuestras últimas veces y preferimos
ignorarlas.
Vamos dejando pedazos de nosotros por el camino de la vida
sin saber si volveremos a pasar. Vamos viviendo a medias y contando a veces
medias verdades por temor al ridículo, a que nos hagan daño, a no estar a la
altura… Y no sabemos si tendremos una nueva oportunidad para ser honestos y
decir en voz alta lo que realmente sentimos.
No hablamos de amor por si no recibimos el mismo amor.
No hablamos de nuestro miedo porque no queremos parecer
vulnerables.
Vivimos sin notar, pasando de puntillas sobre todo para que
no duela… Por si deja huella, por si araña, por si la parte salvaje que hay en
nosotros se suelta y decide no volver nunca al redil. El miedo y la prisa se
nos comen la vida…
Vivimos atados corto porque nos asusta ser libres y que
luego la vida nos pase factura y esa libertad conquistada nos estalle dentro
suplicando salir a pasear de nuevo y no tengamos valentía suficiente para
permitírnoslo.
Nos asusta la tristeza, pero todavía nos asusta más la
felicidad por si nos acostumbramos y no sabemos luego vivir sin ella.
Vivimos acomplejados por nuestra fragilidad, comprimidos por
nuestras creencias, porque nos da miedo dar rienda suelta a lo que realmente
somos y sentimos por si luego al volver a meternos en la jaula no cabemos.
Y quizás esta sea la última vez que pasamos por esa calle,
que hablamos con esa persona y reprimimos nuestras ganas de abrazarla y besarla
y decirle cuánto la amamos. Tal vez esa sea su última mirada deseando un beso,
pero tampoco se atreve a acercarse por si le decimos que no y el rechazo
imaginario le hunde la vida.
Y pasan los años y nos quedamos prendidos en una telaraña
inventada, nos quedamos con las ganas como si nunca llegara la última vez, la
última oportunidad, pero llega, a veces sin avisar. Y la vida se va, se escapa,
se rompe, se desbarata, se cae, se desvanece… Y con ella los abrazos, los
besos, las disculpas pendientes, los te quiero… Todo queda suspendido en un
limbo de vida donde las cosas son casi algo, pero no son nada. Como ese armario
en el que ponemos trastos viejos y que luego no podemos abrir porque está tan
lleno que se nos caen encima. Como el polvo bajo la alfombra o ese dolor en el
pecho que decidimos fingir que no sentimos hasta que nos estalla dentro.
Y un día miramos atrás y vemos nuestras últimas veces y nos
damos cuenta de una realidad cruda y sin paliativos… Ya no nos asusta arriesgar
y dejarnos llevar, lo que ahora nos da pánico es no poder volver a hacerlo y
haber perdido las opciones de vivirlo. Nos damos cuenta de la vida perdida
esperando que fuera perfecta o distinta, esperando a reunir el valor para
vivirla… Lamentamos habernos quedado cortos, comprimidos, asustados… No
habernos atrevido a vivir y abrirnos en canal.
Mirar unos ojos y atreverse a decir «te quiero».
Encontrar el momento para besar y abrazar.
El momento para atrevernos a hacer eso que tenemos pendiente
y que nunca hacemos porque nos asusta fracasar.
Vivir con devoción esa última vez que tu hijo te da la mano
en público antes de hacerse demasiado mayor para esas cosas.
Degustar ese café en el bar que en pocos días cierra para
siempre.
Bailar esa canción que ya no pondrán porque termina el
verano.
Mirar con mimo cada rincón de la escuela el día que la dejas
para ir al instituto y sabes que ya no volverás.
La última noche en tu piso de siempre antes de mudarte.
Nos asusta pasarnos de largo, pero en realidad lo terrible
es quedarnos cortos y vivir escuchando al miedo. Vivir sin sentir o sin querer
sentir por si duele. Protegernos tanto con la coraza que evitamos arañazos pero
tampoco podemos notar las caricias.
Si esta fuera la última vez, seguramente irías a pecho
descubierto sintiendo como nunca antes…
Lo amarías todo. Lo respirarías todo para que se impregnara
en ti.
Te deleitarías en los detalles y abrazarías este momento,
porque si fuera el último sería el más intenso. Lo mirarías como merece y lo
vivirías como necesitas vivirlo.
Te dejarías seducir por la magia de lo que puede ser escaso,
único, final…
Si esta fuera la última vez, no te quedarías a medias de
nada y lo darías todo.
Esta podría ser tu última vez en algo…
Mercè Roura
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