LA TEORÍA DEL CONTRATO SOCIAL
La vida en sociedad solo es posible gracias a pactos
implícitos y explícitos que todos firmamos. En este artículo hablaremos de cómo
este contrato social puede beneficiarte o perjudicarte.
Vivir en sociedad tiene innumerables beneficios; de hecho,
es necesario para nuestra supervivencia y desarrollo como especie. A cambio,
recibimos presiones para cumplir una serie de reglas. Este intercambio
entre personas, que tiene un coste, pero que también tiene asociada una
ganancia, se denomina contrato social, y puede ser difícil de cumplir en
ocasiones.
Dicha aceptación depende, en gran medida, del tipo de cultura que impere en la sociedad de la que somos parte, pero también de ciertas características personales. En cualquier caso, adherirnos a este contrato social, si bien es una opción, puede beneficiarnos en muchos aspectos.
La teoría del contrato social la desarrolló Thomas Hobbes.
¿Qué es la teoría del contrato social?
Este concepto es realmente antiguo y fue utilizado por
filósofos como Sócrates para explicar el funcionamiento de este intercambio. No
obstante, fue Thomas Hobbes quien realmente expuso y desarrolló esta teoría,
teniendo una influencia en el campo moral y político.
A grandes rasgos, el contrato social propugna que
las personas establecen un acuerdo entre ellas para vivir juntas en sociedad; y
este acuerdo es una referencia fundamental para la toma de decisiones
individuales, en la medida que habla de posibilidades e impone límites.
Al aceptar estas normas, que pueden ser explícitas (como
las leyes) o implícitas, entendemos que los demás también lo harán. Y que,
de este modo, pese a tener que realizar algunos sacrificios o ajustes, podremos
beneficiarnos de la convivencia y la vida conjunta.
El grado en que cada persona se adhiere a este contrato
depende en parte del entorno cultural. Y es que hay ciertas sociedades más
colectivistas que propugnan y premian la confluencia, la
búsqueda del bien común y la armonía social. Otras, en cambio, cuentan con
enfoques más individualistas y animan a la persona a diferenciarse, sobresalir
y permanecer fiel a sí misma.
¿Debemos adherirnos al contrato social?
Este modelo individualista es el imperante en occidente y
lleva a las personas a ser conscientes de sus derechos y a hacer uso de ellos.
Pero también, en algunos casos, conduce a la desconexión de la comunidad y a un
incumplimiento de ese contrato: queremos disfrutar de los beneficios sin
cumplir con nuestros deberes. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la irresponsabilidad afectiva. Un extremo opuesto nos llevaría
a diluirnos en el colectivo, a sacrificarnos en exceso por el bien común y a
olvidarnos de nosotros mismos. Por ello, la clave se encuentra en el
equilibrio.
Más allá de las teorías políticas, el contrato social tiene implicaciones en
la vida diaria, el bienestar y las relaciones con los otros. Por
ejemplo, al aceptar un puesto de trabajo, al pagar impuestos o al formar una
relación de pareja con otra persona, estamos accediendo a regirnos por esas
normas de intercambio mutuo.
Aunque en ocasiones las obligaciones y las demandas nos
parezcan excesivas y estemos tentados a desligarnos de esta formación común, lo
cierto es que asumir el contrato social nos beneficia de
varias formas:
- Nos aporta
sentido de pertenencia al vincularnos y hacernos parte de una
comunidad más grande. Esta conexión puede proteger nuestra salud física y
mental.
- Podemos
acceder al apoyo y a la validación de otras personas. Algo que, por
nuestra naturaleza social, todos necesitamos en mayor o menor medida.
- Nos
permite ser capaces de comprometernos, formar vínculos sólidos y
significativos.
- Facilita
el desarrollo a nivel personal y de la sociedad. Si todos
actuásemos regidos bajo nuestras propias normas y deseos, la armonía y el
avance no serían posibles.
El contrato social influye en la vida diaria y en las
relaciones con los demás.
Conoce tu agenda personal
Es un hecho que, viviendo en comunión con otras
personas, todos estamos sujetos a una serie de reglas, expectativas y límites.
Ahora bien, para que este contrato social nos favorezca, es importante conocer
nuestra agenda personal. Esto es, conocer nuestros deseos y necesidades, así
como nuestros límites y líneas rojas en cada ámbito, sobre todo en lo que
implica a los demás. En otras palabras, se trata de clarificar con nosotros
mismos qué esperamos, necesitamos y deseamos obtener de un intercambio en
particular.
Por ejemplo, en el área laboral queremos saber el tipo de
trabajo que buscamos, los horarios y las condiciones que deseamos y nos
convienen. Y en un matrimonio, hemos de saber qué tipo de comunicación,
expresiones de afecto y grado de compromiso esperamos obtener. Solo al
tener estas ideas claras, podemos evaluar si ese contrato social juega en
nuestro mejor interés; y, por tanto, si nos conviene y estamos dispuestos a
implicarnos en él.
Del mismo modo, es fundamental que conozcamos la
agenda de la otra parte, qué espera y desea obtener de nosotros. Si bien en
un empleo estas condiciones pueden estar más claras, en las relaciones
personales las expectativas son muchas veces implícitas y no llegan a
verbalizarse. Así, podemos encontrarnos en la situación de que la otra persona
nos reclame algo que no estamos dispuestos a entregar.
En definitiva, antes de tomar la decisión consciente
de adherirnos al contrato social, es importante que sepamos en qué consiste,
qué derechos habilita y a qué obligaciones nos compromete. Si no acometemos
esta tarea de reflexión y análisis con suficiente rigor, podemos terminar
encontrándonos en experiencias realmente insatisfactorias. Así, teniendo en
mente que todo beneficio social requerirá algún sacrificio, está en nuestra
mano decidir en qué grado queremos participar en dicho contrato.
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