RESPIRA
Uno de esos días en los que te sientas y respiras. Sólo
respiras.
Te acurrucas en ti y haces recuento de heridas y quejas
pendientes. Haces acopio de verdades y certezas en tu vida. Y ves pocas, porque
en estos tiempos, toca pasar por el margen del camino donde siempre estás a punto
de caer, pero no caes porque siempre encuentras donde sujetarte.
Uno de esos días en los que sientes que por más que haces nada cambia. Que te permites cerrar los ojos y salir de ti. En que te das cuenta de que no pasa nada porque no pase nada y todo siga igual, a pesar de las prisas que tiene el mundo. A pesar de los continuos mensajes que recibes para que hagas cosas impactantes y extraordinarias… Respiras, solo eso. Aceptas que no tienes el control de nada. Que puedes desear y levantarte temprano pero la vida tiene sus tiempos y no son los tuyos.
Esa extraña mezcla de sensaciones en la que todo va muy
rápido, pasan los días y se encadenan unos a otros sin tregua. Los viernes se
cruzan con los lunes y desaparecen para ver como te tragas las semanas y los
meses. Y al mismo tiempo, parece que nunca pasa nada, nada de lo que esperas y
sueñas, nada de lo que en tu mente necesitas que pase para que la vida sea tu
vida…
Es como atravesar un enorme desierto de hielo sin más señales
que el blanco perfecto, inmaculado y desapacible que todo lo devora e impregna.
Tú eres la bola de nieve que todo lo abarca, que todo lo engulle, te precipitas
sin saber a dónde vas. Sufres por mantener un control sobre el camino que es
imposible. No sabes cuándo vas a parar, no sabes hasta dónde vas a llegar…
Te pasa todo y no te pasa nada. Nada que desees, nada que
sueñes, nada que busques… La vida sucede al margen de ti. Como si tuviera un
algoritmo que no comprendes y no puedes usar ni aprovechar. Como si bailara una
danza que desconoces y no le puedes seguir el ritmo. Como si tuvieras que verla
pasar porque no puedes meterte en ella y sentirla.
A veces, intentas algún movimiento, esperando respuesta,
pero no llega. O llega tímida y cae despeñada por un precipicio de buenas
intenciones sin resultados. Como si nunca pudieras pasar del cristal que te
separa de la vida. Y tuvieras siempre que seguir notando la insoportable
sensación de no tener el control de nada, porque realmente no lo tienes. Hagas
lo que hagas nada cambia. Corras lo que corras nunca llegas a tiempo.
Los días pasan, pero no pasa nada. Todo va rápido pero no va
a ninguna parte. Y tú solo respiras. Respiras y te culpas por solo respirar.
Olvidando que no tienes el control de nada y que la vida sucede sin pedirte
permiso.
Respira.
Lo sé, vas a reprocharte mil veces por detenerte a sentir.
Vas a maltratarte por sentarte a esperar. Alguien te dirá que haces poco o casi
nada. Que te pongas las pilas. Te dará las claves del éxito y lecciones de
vida, cuando ya las has intentado todas y sabes que no funcionan porque hay
algo más. Te dirá que puedes con todo y que estás perdiendo el tiempo mirando
tu vida. Que no pares, que te esfuerces todavía más. Como si los que te
apremian para vivir de otro modo, no tuvieran momentos en los que no saben
vivir su vida… Como si siempre tuvieras que estar arriba y no pudieras llorar
tus lágrimas.
Como si la vida te pidiera permiso para pasar de largo
mientras la esperas y a ellos les pidiera consejo.
A veces, toca sentarte y respirar. Porque la vida también te
habla cuando parece que no dice nada. Te pide paciencia, te pide pausa, te pide
vida sin esperar nada a cambio. La vida te pide silencio. Te pide calma. Te
pide que cierres los ojos y cuando los abras cambies tu forma de mirar. A
veces, la vida te pide que des las gracias y le dejes tiempo para dibujar el
camino por el que tienes que pasar.
A veces, hay que dar un paso y otras parar. Dejarse llevar
por la vida a ver a dónde te conduce y qué te cuenta. A veces, hay que insistir
y perseverar y otras darse cuenta de que ese camino no es el camino. Y bailar,
hasta poder escuchar la música que parece que todos oyen menos tú. Y dejar
pasar la bola de nieve y ser la nieve que se queda impregnada y se precipita a
un camino que no conoce.
Y respirar. Solo respirar a consciencia. Notando que estás.
Sin anclarte a nada porque no hay nada a lo que anclarte.
Uno de esos días en que después de mucho trabajo notas que
no avanzas, que no rindes, que tus manos están vacías… Y te das cuenta de que
toca repostar.
Y te callas, te sientas, te acurrucas… Te preparas para
observar tu vida y aprender a esperar. Para que la paciencia que necesitas
calme tus ansias y te permita amar esta incertidumbre angustiosa y líquida que
todo lo invade y enmaraña. Dejas atrás esa sensación insoportable de urgencia
permanente.
Y te permites soltar las riendas de lo que pasa para tomar
las riendas de lo que sientes y percibes, porque sabes que son las únicas que
puedes llevar. Y desde ahí encadenas pasos. Desde ahí, deshaces los nudos de la
madeja y sueltas el hilo que te encadena a resultados concretos y miedos
enmascarados. Desde ahí actúas sin esperar más que ocupar tu lugar en el mundo.
Sin explicaciones.
Uno de esos días en los que te das cuenta de que pelearte
con la vida es una batalla absurda y lo que realmente necesitas es respirar.
Respira…
Mercè Roura
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