CÓMO
DEJAMOS MORIR NUESTROS SUEÑOS
“El primer síntoma de que estamos matando nuestros sueños es la falta
de tiempo. El segundo síntoma de la muerte de nuestros sueños son nuestras
certezas. El tercer síntoma de la muerte de nuestros sueños es la paz. La vida
pasa a ser una tarde de domingo, sin pedirnos cosas importantes y sin exigirnos
más de lo que queremos dar. Pero, en verdad, en lo íntimo de nuestro corazón,
sabemos que lo que ocurrió fue que renunciamos a luchar por nuestros sueños.” (El
peregrino de Compostela)
Todos tenemos
sueños, ilusiones, aspiraciones, anhelos, deseos… Todos guardamos cosas en el
cajón de lo que jamás convertiremos en posible, todos acallamos muchas de las
peticiones que nos hacemos desde la sabiduría interior, todos nos frustramos a
conciencia o sin darnos cuenta, todos nos ponemos trabas y zancadillas, y casi
todos tenemos al malvado y al enemigo en nosotros mismos.
Todos dejamos morir
nuestros sueños. No les dedicamos la atención, el tiempo o el esfuerzo que nos
solicitan. O tal vez es nuestro sentimiento de que no lo merecemos, o de que
podemos aplazarlo infinitamente hasta “más adelante”, quienes se oponen y lo
dificultan.
Somos nosotros
mismos quienes nos equivocamos al empeñarnos en la incierta certeza de que no
podremos realizarlos, y los dejamos morir apenados en la utopía, o en el
infierno amargo de los sueños irrealizados por falta de compromiso, por falta
de amor y respeto hacia uno mismo, o por una rendición inaceptable.
El tiempo que
debiéramos dedicar a llevarlos a buen término lo dedicamos a morir frente al
televisor, a encontrar excusas en el basurero, a tratar de esconderlos en el
olvido, a menospreciarlos, o a cambiarlos por la inmediatez de una distracción
que jamás equivale al sueño.
O los negamos. Nos
hacemos creer que no son nuestros. Que son el resultado de una tontería que se
nos cruzó por la cabeza en un momento de euforia, pero que son imposibles como
son imposibles tantas otras cosas.
O que están
reservados para otras personas. Otros que son más afortunados, tienen más
posibilidades, la vida les trata de otro modo, todo les sale mejor… en fin: diferentes
formas de llamar a los que sí se atrevieron y los convirtieron en realidad.