DEJA DE ESPERAR
Quería escribir unas palabras que nos recordaran un poco todo lo bueno que hay en nuestras vidas y nos llenaran de esperanza… Lo que no me gusta de la palabra «esperanza» es que viene de esperar. Y todo lo que sea esperar es un no vivir. Estar pendiente siempre. No estar presente y dejarlo para más adelante, para cuando las cosas sean de otro modo.
Y no son nunca de
otro modo. No llega o si llega no es como pensabas o crees que necesitas. Lo
hermoso de la esperanza es esa confianza y esa paciencia que lleva adheridas.
Aunque todo lo que sea ir levantando la tapa para ver si ya está lista la sopa
lo único que hace es retrasar el punto de cocción…
Y luego está el poner tus ilusiones en algo que no depende de ti. Algo que no controlas. Y es que controlamos muy poco, casi nada. Por más que nos vendan algunos diciendo que si deseas intensamente sucede o si te dejas la piel lo consigues. No es cierto, a veces las cosas pasan y no se pueden evitar.
Y hacer cosas para que pasen, ayuda y tener claro lo que quieres
también. Aunque no siempre, lo siento. Iba a decir «ojalá» pero a estas alturas
de mi vida no me atrevo. Me imagino lo que sucedería si todo lo que deseáramos
pasara. Sin tiempo de cocción. Sin tiempo de digestión. Sin aprendizaje. Sin
sentir lo que es necesario sentir previamente.
No me refiero a que sea hermoso tenerlo todo difícil. Estoy
harta de lo complicado, de verdad. Siempre tuve esa sensación de que todo era
una prueba complicada que superar. Todo. Con el tiempo he aprendido a amar una
vida simple, sencilla. Vivir ya es una aventura sin salir apenas de casa. A
veces, tengo la sensación de que la gran prueba es acabar el día y seguir
entero. Seguir creyendo en ti y en tus posibilidades. Seguir amando a pesar de
la tormenta de desamor que se percibe y se palpa… Seguir confiando a pesar de
ese miedo insoportable que casi se mastica al respirar.
Hay días en que somos nuestro miedo. Yo los noto. Los
siento. Los vivo intensamente. No estoy aquí, ni ahora, ni estoy. Estoy en
algún momento de un futuro incierto, rota por dentro, en una habitación sin ventanas
recordando un mundo que ya no existe. Nos creemos tanto las historias que nos
cuenta el ego que nos hacemos una casa en ellas y empezamos a vivir allí. Y
cuando vives en el miedo estás tan secuestrado que no puedes pensar. Pierdes la
noción de la vida y te escurres por un sumidero gigante.
Por eso quería hablar de esperanza, pero es que ya no quiero
esperar más. A nada. A nadie. Quiero ser ahora. Quiero mi pedazo de paz hoy,
con el café. Quiero risa y esa sensación de que todo está bien, en su sitio y
que puedes respirar. Pase lo que pase. Y eso solo se consigue dejando de mirar
fuera a ver si algo cambia y dejando de esperar. Porque ahí afuera van a seguir
pasando cosas. Algunas nos gustarán porque serán hermosas, aunque muchas veces
efímeras. Otras serán horribles, pero también se desvanecerán. Todo es nada. Se
va. Se escapa. Se escurre como cuando coges con las manos un puñado de arena.
La vida da un vuelco en dos segundos y aquello que era tu seguro no existe y en
su lugar hay algo que nunca habrías imaginado posible.
He deseado y soñando tantas veces… Es maravilloso y está muy
bien seguir haciéndolo, pero hay que dejar de esperar. Hay que besar la
realidad, aceptarla y verla como el fruto de lo andando, lo vivido, lo sentido
y, es verdad, lo pensado. Hay que reconocerlo, tenemos la vida que hemos
pensando que era posible e inevitable tener. Y para cambiarla hay que aprender
a pensarla de otro modo y, en consecuencia, verla y sentirla de otro modo. No,
no podremos controlar la forma porque controlamos poco o casi nada… Pero
podemos sentirnos grandiosos ahora, afortunados, capaces, dignos… Podemos mirar
al mundo con compasión y verlo digno. Podemos mirar a las personas que nos
rodean con compasión y verlos dignos de lo mejor. Podemos mirarnos a nosotros
de una vez por todas y vernos merecedores de lo mejor. No hace falta ponerle
apellidos a lo mejor, ni forma, ni colores, ni buscarle un día fijo en el
calendario.
Podemos confiar en nosotros y en ese ser que ahora vemos de
otro modo. Porque si nos pensamos a nosotros de otro modo y nos vemos de otro
modo, si nos respetamos, no hace falta que miremos ahí afuera al mundo hostil
esperando que deje de ser hostil y nos salve… No hace falta esperar porque ya
lo somos todo y nos lo damos todo…
Podemos dejar que la sopa llegue al punto de cocción sin
destaparla mil veces.
No hay nada que nos aleje más de lo soñado que la
impaciencia.
No hay nada que nos aleje más de lo que somos que mirar al
mundo esperando que cambie.
No hay nada fuera que vaya a darnos una paz que no sea
temporal.
Y bienvenido sea, por supuesto. Porque en este mundo de
miedo se necesitan cosas. Aunque el poder no está nunca en el mundo sino en
nosotros. Y no es el poder del que todo lo puede sino del que todo lo ama. El
poder del que sabe quién es.
Quería hablar de esperanza pero no he conocido droga tan
dura ni tan adictiva como ella… Te mantiene atado a tu captor. Te esclaviza. Te
hace perder el tiempo creyendo que la solución de tus problemas tiene una forma
concreta, un color, un nombre propio… Y dejas de explorar la vida, te quedas
prendido a ella, con visión túnel y sin ver nada más a tu alrededor. Y luego
descubres que no era ella sino tú quien se encadenó porque no querías abrir la
mente a más mundos posibles.
No he visto nada que te amarre tanto a la culpa y al miedo
como el esperar algo concreto y no ver nada más. No podemos vivir pendientes de
lo que no es. No podemos esperar… Podemos confiar en nosotros y en que la vida
traerá lo necesario, pero sin esperar. Sin abrir mil veces la tapa mirando cómo
está el caldo, juzgándolo y juzgándonos. Permitiendo que mil pensamientos de
miedo, culpa y dolor nos ataquen en la yugular mientras removemos la sopa. Y
quedarnos con esa visión desoladora de «todavía no» y sentirnos incompletos e
inútiles. Y desesperar… y en esa «desesperanza» llegar a creer que no tenemos
valor porque no alcanzamos lo que queríamos y empezar a generar esos
pensamientos terribles que nos han llevado a sentirnos desamparados y vacíos.
Y no pido que no hagamos nada. Que no intentemos encontrar
las soluciones ni ponernos juntos a cambiar algunas cosas que no marchan. Hablo
de nuestra forma de pensar, nuestra forma de sentirnos a nosotros mismos…
Nuestra forma de apegarnos a una manera de vivir que nos hace daño… Hablo de
hacer desde la convicción y el compromiso contigo mismo, desde la confianza,
desde la humildad, desde el aprendizaje, no desde la desesperación y la
necesidad de controlar.
Hablo de hacer desde la aceptación y no para evitar topar
con la verdad.
Podemos soñar, podemos intentarlo siempre porque somos
dignos de lo mejor… Lo que nos hace realmente daño es sentirnos mal por lo que
somos ahora mientras eso que deseamos no llega. Podemos desear pero tenemos que
tener claro que lo deseado no nos hace ni mejores ni más dignos y que ahora ya
lo somos todo.
Sé que en según qué situaciones leer esto parece una broma,
lo comprendo. Las he vivido y sientes asco por cualquiera que te cuenta qué
debes hacer o sentir. Sin embargo, la pequeña diferencia sutil que nos ayuda a
seguir es dejar de buscar, dejar de mirar fuera y de necesitar que algo cambie
para estar en paz.
Lo que somos no necesita esperar a nada ni a nadie. Solo
confiar.
No esperes, lo bueno ya está aquí aunque no lo parezca. Es
que no hay nada más.
Mercè Roura
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