EL PROBLEMA DEL MAL
Cómo conciliar la existencia del mal con la de un dios
benevolente
El mal es algo que vemos, percibimos y experimentamos en
nuestro día a día. Solemos atribuir los calificativos de malo, malicia,
malignidad y perversidad para una multitud de situaciones y sucesos. Sin
embargo, ¿qué es el mal? ¿cuál es su naturaleza? ¿cómo podemos abordarlo?
La filosofía, reflexiona sobre el mal y su naturaleza. A
pesar de ello, hay una relación entre esta y la teología, cuyo nombre es
teodicea. Esta se encarga del estudio
de la existencia de Dios mediante argumentos racionales, de acuerdo con
la definición de la Real
Academia Española.
¿A qué llamamos el problema del mal?
En primer término, se sostiene la incompatibilidad entre la existencia del mal
en el mundo con la de un dios todopoderoso y bondadoso. Según el Diccionario Interdisciplinar Austral, existen dos
maneras de presentar este problema. A partir de un argumento global y de un
argumento local.
Así, la conceptualización inicial sostiene que es suficiente con un solo mal, sea del tipo
que sea, para probar que Dios no existe. En este razonamiento, el mal es
considerado de manera universal porque engloba a todo tipo de calamidades, de
ahí su nombre.
Por su parte, el argumento local sostiene que hay ciertos tipos de males que evidenciarían
la no existencia de Dios. A diferencia del anterior, el mal y Dios
pueden coexistir. Sin embargo, se produce una clasificación de males donde se
incluyen los injustificables, los gratuitos y los horrendos.
¿Cómo conciliar la existencia del mal con la existencia
de un dios benevolente?
De manera probable, en más de una ocasión nos habremos
preguntado: ¿por qué existe el mal? Desde un punto de vista teológico es
inconcebible la existencia de Dios y el mal al mismo tiempo
No obstante, como se menciona en la Revista
Tópicos, es posible conciliar el bien y el mal. El filósofo al que
hizo referencia el artículo, fue Agustín de Hipona, un teólogo y filósofo cristiano.
Al respecto, Agustín sostenía que el bien y el mal armonizan de una manera
estética. Es decir, no podemos considerar bello un mundo en donde solo
reine el bien. Es necesaria la presencia del mal para formar un mundo ordenado
y equilibrado. En esta perspectiva, el bien y el mal son opuestos necesarios
para producir armonía en el universo.
De este modo, el principio estético del mundo realza la
belleza. Aquello significa que el
mal potencia lo bello por contraste: si veo lo malo, lo
bueno será mejor apreciado y considerado.
La razón por la que existen cosas malas, según el filósofo,
no se debe a un defecto en la obra creadora de Dios. En su lugar, hay que
considerar que la totalidad de las
cosas buenas y malas hace la perfección de la obra divina. Por lo tanto,
el bien y el mal son obra de Dios.
Otra solución al problema del mal: el mejor de los mundos
posibles
Continuando con la perspectiva teológica y filosófica, un
trabajo publicado por la Revista Magnus ilumina sobre otras posibles
interpretaciones y soluciones al problema del mal. Una de ellas es la de «el mejor de los mundos posibles»,
propuesta por el filósofo Leibniz.
Según esta matriz de pensamiento, este mundo en el que vivimos, con sus
horrores y sus bellezas, es el mejor que Dios pudo crear. Bajo
su perspectiva, un mundo mejor que el que conocemos es imposible.
Esto ha generado diversas críticas, sobre todo, relacionadas
con un conformismo y justificación del mal, ya que, de ser así como sostiene
Leibniz, no tiene sentido luchar contra el mal, porque debemos aceptarlo de
manera irremediable.
Búsqueda de sentido del mal
Otra dimensión intenta no quedarse en la negatividad del
mal, sino mirarlo desde un aspecto positivo. De esta forma, el mal puede considerarse como una prueba de
Dios para purificar el alma y el espíritu de las personas. Es una
especie de suceso que ocurre para que nuestro tránsito por la vida nos deje
enseñanzas y una transformación interior.
La naturaleza del mal
Podemos preguntarnos de dónde proviene el mal o cuál es su
naturaleza. De manera cotidiana, asociamos este término con lo malvado o lo maligno; no obstante, ¿realmente es así?
Al respecto, un trabajo publicado por la Revista Filosofía UIS sostiene que el mal puede ser considerado de dos formas:
en sentido amplio o estricto.
El mal, como aspecto
amplio, es aquel que ocurre de forma independiente de la voluntad humana.
En otras palabras, el hombre no lo puede controlar y tampoco él es su causa.
Dentro de esta categoría, se incluyen las catástrofes
naturales que son producto de la actividad terrestre. De igual manera, abarca
aquellas acciones que no fueron realizadas con maldad o mala intención.
Entonces, se trata de razones y
consecuencias accidentales y no intencionales.
Por el contrario, el mal estricto es aquel que incluye las acciones de naturaleza moral
despreciable. Es decir, son realizadas por seres humanos de manera
intencional, con el fin de causar daño a otros. Según Hannah Arendt, este mal
es una condición humana común y normal. Por lo tanto, el mal sería una
característica inherente al ser humano.
El mal moral
La idea del mal, como condición natural del hombre, se
conecta desde una perspectiva ética y moral. Paul Ricoeur, en su libro El mal: desafío a la filosofía y a la teología, sostiene
que el mal moral es una
acción a la que se reprocha o acusa.
Esta acusación o condena se realiza debido a que aquel que cometió el acto malo traspasó los
códigos éticos de una sociedad determinada. Por ejemplo, en nuestras
comunidades se considera vil hurtar o practicar actos violentos.
Esta perspectiva pone en el centro al agente o sujeto que realiza la acción condenable.
De tal modo, se juzga como responsable y susceptible de sufrir algún tipo de
castigo. Este puede ser moral,
como la privación de la libertad, la vergüenza o el remordimiento o bien una condena
física.
Para cerrar…
Exploramos el mal como algo inherente a la condición humana.
También lo planteamos en términos de una consecuencia necesaria de la voluntad
humana o el libre albedrío. Sin embargo, hay límites para comprender los
designios divinos y los misterios de la existencia.
El problema del mal nos invita a reflexionar sobre nuestras
propias experiencias y actos. Hay
que ser cautos en no perder de vista nuestra capacidad para actuar de manera
ética, contribuyendo al bienestar general. En este orden, la filosofía
puede ayudarnos a pensar nuestras acciones y corregir aquellas que pueden dañar
a otros.
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