EVOLUCIONAR CORRECTAMENTE NOS
EVITA SUFRIR
El conocimiento de nosotros mismos nos dice que “el ser humano está en un proceso de evolución permanente”.
Por lo tanto, todo
aquello que hagamos por favorecer el desarrollo, estará en coherencia con lo
que constituye nuestra propia naturaleza. Es por ello que el hecho de asumir la
responsabilidad de adquirir conocimiento y desplegar nuestros grandes
potenciales, supone la medicina existencial por excelencia.
Podría decirse que el crecer y desarrollarse de manera integral, es el remedio más eficaz para hacer cesar el sufrimiento. Sabemos que estando atentos y observando a nuestra mente, podemos desarticular las pautas de victimismo y dramatización que subyacen tras una mente que se resiste y sufre.
Al respecto afirma Einstein: “Ningún problema puede ser resuelto en el mismo nivel de consciencia en el que se creó.” ¿Acaso esta idea no es la intuición que sentimos que el crecimiento de por sí, conduce a un nivel de libertad y bienestar?
¿Quién no ha sentido
gozo cuando, de pronto, se ha dado cuenta de que ante un obstáculo que en su
vida se ha venido repitiendo, responde a éste de manera más adecuada que en
anteriores etapas? Sin duda, tal “progreso psico-neurológico” es un logro que
merece celebración. El hecho de dejar atrás el enredo y el desgaste, señala que
hemos crecido, que somos capaces de dejar atrás caminos equivocados y dañinos
para emprender otros más acertados y sanos.
Nos gustaría no
sentirnos víctimas de sentimientos tales como el temor, la anticipación ansiosa
o la reacción automatizada. Sin embargo, no puede negarse que uno de los
maestros más eficaces del crecimiento es el error cometido por nuestras
reacciones automáticas y el doloroso examen posterior que convierte tal error
en experiencia.
Sabemos que el
Universo está en permanente crecimiento. Todos crecemos, nada se estanca. Al
parecer, tras aquel Big Bang no hemos cesado de expandirnos en espirales
infinitas, da igual si creemos ir de ida o de vuelta.
La satisfacción de
crecer adopta muchas formas: el niño anhela ser mayor como lo son sus padres.
Le gusta que se mida su altura y comprobar que ha crecido hasta la “siguiente
raya”; siente satisfacción también al dejar atrás la ropa que le va quedando
pequeña. Más tarde, y siendo un joven, quiere madurar para adquirir
experiencia; en realidad, desea disfrutar de la vida y gestionar con nuevos
poderes las oportunidades que se le brindan.
Por su parte, los
seres ya maduros se recrean observando cómo pueden crear distancia con las
cosas que antes les arrastraban, al tiempo que anhelan la felicidad para
los demás, mientras ellos se recrean en la merecida paz alcanzada.
Todos queremos
crecer. El desarrollo nunca acaba. Tras descubrirse el principio de neuroplasticidad
cerebral, sabemos que nuestro cerebro puede crecer en neuronas y
conexiones, hasta el mismo día en que la vida del cuerpo acaba. Nadie quiere
volver atrás, aunque considere que ha perdido oportunidades que llegaron a su
vida.
Aceptamos vivir y
vivirnos desde ese yo que cada uno traemos puesto, quizás porque se confía en
que con el desarrollo todo puede ser posible por más inseguridades y carencias
que hoy se tengan.
Se diría que el río
sabe que cada etapa del camino, cada cascada por la que fluye y avanza, está
más cerca del mar. El ser humano, a su vez, sabe que cada día está más cerca de
la luz de la conciencia, y eso, de alguna forma, confirma que en nuestro
destino existen salidas internas que nos permiten superar toda circunstancia
adversa.
Sabemos que el
tiempo va a favor del progreso, aunque a veces no lo parezca; y también sabemos
que el ahora del ayer, nunca será mejor que el ahora del mañana.
Acabamos por
reconocer que, pasado un tiempo, “las cuentas siempre cuadran” intuimos que lo
mejor siempre está por llegar y que tal actitud nace del saber que no vemos las
cosas como son, sino como somos.
Si nosotros
cambiamos, el mundo cambiará. Somos un proyecto ilimitado que, al igual que el
árbol, cada año gana un círculo en su tronco y resiste mejor los vientos y las
tormentas.
Estemos atentos. Recordemos
de nuevo que mientras podamos crecer, lo mejor de nuestra vida estará siempre
por llegar, sea cual sea nuestra circunstancia. Podremos superar y atravesar
enfermedades y pérdidas, podremos envejecer y asistir al decaimiento de
capacidades… Sin embargo, conforme relativizamos al yo, sucederá que la alegría
de vivir y la paz profunda ocuparán cada vez más espacio en la vida interna.
“El pobre desea
riquezas, el rico ansía el cielo y, el sabio, tan sólo una mente sosegada”.
Al final, el
propósito del crecimiento es dejar atrás las defensas que construimos frente al
amor, un amor que somos en esencia y que nada ni nadie nos puede dar ni quitar;
un amor que constituye nuestra esencia e identidad profunda que, cuando es
descubierta, ilumina y libera.
La evolución
correcta, supone cultivar la atención sostenida hacia dentro y hacia fuera, una
práctica meditativa en la vida cotidiana desde la que abrir todas las puertas.
El verdadero milagro de la vida se produce al ir tomando conciencia y descubrir
las capas que velan lo que somos en esencia, al tiempo que desplegamos el amor,
la verdad y la belleza.
El desarrollo
transpersonal conlleva un tipo de crecimiento que va más allá de la mente
pensante y las palabras. Es decir, un crecimiento atencional que se despliega
mediante el silencio y la práctica de la atención plena.
Se trata del
desarrollo de la auto consciencia que, a su vez, “ensancha el conocimiento
interno” lo suficiente como para sostener una mirada incluyente y comprender
mejor lo que le sucede a nuestra persona.
La apuesta por el
crecer en el autodescubrimiento y la comprensión, no sólo es un goce, sino
también el antídoto por excelencia a nuestras miserias humanas.
Como nos enseñaron
los grandes maestros: “invierte en aquello que un naufragio no te pueda
arrebatar”.
https://lacienciadelespiritu.blogspot.com/2024/03/evolucionar-correctamente-nos-evita.html
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