LA FELICIDAD, AQUÍ Y AHORA
Todos podemos alcanzar la felicidad plena, aquí y ahora.
Aunque resulte muy difícil hacer de esta idea una experiencia real y
permanente, maestros de distintas tradiciones la expresaron de diferentes
maneras, en todas las épocas.
En cada momento de nuestras vidas, en cada circunstancia, casi sin excepciones, existen los suficientes elementos maravillosos como para colmarnos de dicha, de felicidad plena. Pero en lugar de asombrarnos y de disfrutar de lo que cada instante nos ofrece, damos por hecho esos pequeños milagros, los consideramos ordinarios, naturales y cotidianos, y, en cambio, destacamos y nos concentramos en eso de lo que el momento carece.
A continuación un relato muy breve. Se trata de la versión
de Jorge Luis Borges de
una de las narraciones más originales y sugestivas de Las mil y una noches. Me gusta
interpretarla como una invitación a descubrir los tesoros que tenemos siempre a
mano, como una parábola que propone que la búsqueda del bienestar o de la
felicidad «afuera» de nosotros mismos puede conducirnos a la comprensión de que
ese estado tan anhelado siempre estuvo a nuestro alcance en nuestro interior…
precisamente aquí y ahora.
Historia de los dos
que soñaron
Cuentan hombres dignos de fe que hubo en El Cairo un hombre
poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos
la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan.
Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una
higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la
boca una moneda de oro y le dijo: «Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete
a buscarla». A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y
afrontó los peligros del desierto, de los piratas, de los idólatras, de los
ríos, de las fieras y de los hombres.
Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo
sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había,
junto a la mezquita, una casa y por decreto de Alá, una pandilla de ladrones
atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se
despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos
también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió
con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea.
El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con
el hombre de El Cairo y le dieron tales azotes con varas de bambú que estuvo
cerca de la muerte. A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán
lo mandó buscar y le dijo: «¿Quién eres y cuál es tu patria?» El otro declaró:
«Soy de la ciudad de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí». El Capitán le
preguntó: «¿Qué te trajo a Persia?» El otro optó por la verdad y le dijo: «Un
hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi
fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los
azotes que tan generosamente me diste».
Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir
las muelas del juicio y acabó por decirle: «Hombre desatinado y crédulo, tres
veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un
jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y
luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor
crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de mula con un demonio, has
ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva
a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete.»
El hombre las tomó y regresó a su patria. Debajo de la
fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro.
Así Alá le dio bendición y lo recompensó.
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