LAS LECCIONES DE LA VIDA
La vida es una maestra silenciosa que quiere ayudarnos a
aprender. Las lecciones que nos enseña son, siempre, las que necesitamos
integrar a nuestro conocimiento para la evolución correcta, paso a paso
trabajando siempre en nuestra mejora.
Puede que éstas, según diversas teorías, sean lecciones que
hemos escogido aprender antes de nacer. O puede que sean las que otros
escogieron por nosotros para dirigir nuestro crecimiento, tal vez sin ánimo de
dominar nuestra vida, pero sí con la disposición de condicionarla para que al
tomar las decisiones por nosotros mismos, lo bueno y lo malo de cada
experiencia vivida, quede integrado como conocimiento.
Lo cierto es que nadie puede aprender por otro, ya lo dice
claramente el refranero castellano “Nadie escarmienta en cabeza ajena”
Uno debe experimentar por sí mismo el resultado de sus
acciones y darse cuenta que cada acto tiene unas consecuencias, a veces,
irrefutables. Pero incluso en esos casos, en los que nada puede hacerse tras
una actuación equivocada... aún queda la esperanza de que sirva, al menos, como
ejemplo de lo que nunca debió suceder.
Generación tras generación, los padres han intentado salvar
a sus hijos de los sufrimientos que acarrean los fracasos. En un acto de
infinita protección, han pretendido dejar a éstos en un lado del camino
pedregoso hasta que quede libre de baches. Han querido poner la sabiduría de
sus cicatrices a disposición de los que comienzan a vivir. Y siempre, el
resultado es el mismo. El rechazo de lo que ofrecen como su mayor tesoro.
Pero en realidad, no puede ser de otra forma porque el
aprendizaje de cada uno es intransferible. Nadie es idéntico a nadie. Tampoco
lo son las circunstancias. Ni siquiera el impulso vital que nos anima a cada
cual puede compararse.
Nada de lo que se cuente puede transferir en el otro los
resultados de vivir. Todos debemos experimentar el dolor, los errores, los
fracasos, el amor, la pasión, el odio y hasta el aburrimiento. Porque con
seguridad, en ninguno de nosotros será igual, como tampoco pueden serlo las
vías de solución que los problemas requieran en cada circunstancia. La libertad
de dejar hacer, sin embargo, no entra en disputa con la sabia orientación de lo
que cada uno sabe dentro de sí.
Aceptar las diferencias y comprender que cada cual tiene que
hacer su camino nos permite soltar amarras, dejar que los demás construyan su
vida. A lo sumo, sería posible ofrecer herramientas que faciliten el trabajo,
siempre que sean aceptadas.
Nada puede imponerse a la fuerza porque quienes creemos
tener en nuestro poder el arma del conocimiento, en una situación determinada,
no logramos asumir que el que está delante es como el alumno que se sienta en
una clase de física cuántica a escuchar, al maestro, un tema que va mucho más allá
de lo que puede comprender
La actitud correcta es simplemente acompañar, estar al lado
y tener la disposición de ayudar siempre que nos lo pidan.
La clave, no hay un ser humano igual a otro por eso la
experiencia de los demás, no sirve como experiencia propia, pero si como
referencia.
Así que seamos referencia, respetando los procesos de
aprendizaje de cada ser humano, sin dudar que cada cual tiene el que
necesita, aunque no podamos comprenderlo.
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