EL MAR DE LA VIDA
Siempre he dicho que
el mar ha atemperado mi personalidad y ha configurado mi destino. Mis muchas
horas navegando a vela por el Mediterráneo cuando era joven me hicieron ver y
vivir la vida de una especial manera. Aprendí a navegar en encrespados mares
tormentosos, en apacibles aguas cristalinas, bajo bóvedas celestes plagadas de
estrellas y astros iluminando la negra noche, frente a costas escarpadas y
frente a ocres playas de arena fina.
En momentos sentí miedo reverencial ante
un mar bravo y desapacible, como segundos después sentí la inmensidad de su
calma cristalina. Aprendí a sentirme insignificante en su inmensidad, a la vez
que aprendí a sentirme parte de él, confortable y plácidamente, meciéndome con
su brisa cálida. Eso configuró casi todo lo que hoy soy, aunque hasta ahora no
he sido capaz de aceptarlo, de considerarlo un mágico encuentro conmigo mismo,
para siempre.
Muchos autores han
utilizado el mar como símil de la vida, de nuestra vida. El mar es cambiante,
cada segundo que pasa es distinto, siempre fluye. Las olas son, minuto a
minuto, diferentes, ahora vienen, ahora van. El color del mar también cambia,
según la profundidad, el fondo marino o el color del cielo que le envuelve. El
propio mar va configurando, ola a ola, el contorno de la costa que le rodea,
creando playas de arena fina o de escarpados acantilados. De vez en cuando las
mareas nos recuerdan que el mar tiene energía propia y ocupa el espacio vacío
de la costa. El mar tiene temperamento propio pues, en función del viento o de
la temperatura, se encresta o se calma, crea remolinos o dulces olas que lo van
meciendo hasta llegar a la orilla…
Así el mar, como la
vida misma, va permanentemente tomando forma, cambiando segundo a segundo,
minuto a minuto, hora a hora, día a día. Así es nuestra vida, aunque nos
empeñemos en negarlo. Intentamos hacer de nuestra vida algo previsible, algo
controlado, para sentirnos seguros. Y, haciéndolo, no logramos más que negar la
evidencia de la vida. Porque la vida es innegociable, imprevista y eternamente
cambiante, por definición… como el mar. Pero, como éste, nunca nos es del todo
ajena ni contraria a nosotros, aunque a veces la veamos así.
Las cosas son en
nuestra vida como tienen que ser, ni más ni menos. Las olas en nuestra vida son
los sucesos cotidianos que salpican y modulan nuestra existencia, para ir
modelando nuestros vicios y virtudes, para ir configurando nuestras relaciones
con el entorno humano y natural nuestro, tal y como hace el mar con sus costas.
El color de nuestra vida lo otorga lo vivido, lo sentido en nuestro interior,
como si del fondo marino se tratara; eso cambia nuestro color y nuestra forma
de ver y de vivir la vida. Las mareas de nuestra vida, en las que los sucesos
inundan nuestras vivencias, hacen que seamos capaces de recordar la potencia de
la vida en nuestra vida, para que aprendamos a respetarla. En cada momento la
vida, como el mar, muestra su propio temperamento, propiciando enormes olas de
sentimientos o brindándonos la calma de nuestras emociones más profundas. Así,
la vida, como el mar, fluye a cada instante y nos regala la experiencia de
disfrutarlo en todo su esplendor y sin provocar miedo. Por que, a la vida, como
el mar, hay que respetarla por lo que es, por lo que parece en cada instante; la
vida nos recuerda constantemente su devenir, su imprevisible duración y su
final, nuestra muerte.
Es inútil resistirse
a todo ello, como lo sería intentar desesperadamente detener el mar y su
movimiento constante y aspecto cambiante. Así, la vida es algo inevitable,
cambiante y, por todo ello, siempre sorprendente. Solo debemos tener la
esperanza suficiente de que la vida, como el mismo mar, siempre nos lleva a
buen puerto a nosotros mismos y a sacar a la superficie lo que tenemos todos y
cada uno dentro. La propia vida, con sus olas, mareas y cambios permanentes,
propicia el encuentro entre las profundas emociones de nuestro fondo con las
circunstancias externas… y el resultado no es otro que ese ser especial que
aúna esa esencia interior balanceada por los acontecimientos externos que nos
ofrece la vida. En la vida, como en el mar, se encuentra el alma nuestra –mitad
divina, mitad humana- del fondo y nuestras vivencias superficiales que no hacen
otra cosa que enseñarnos a crecer y a ser tal como somos.
Así el mar se
muestra como un fiel reflejo de nuestra vida. Como al mar, a la vida hay que
respetarla, dejarnos sorprender por su movimiento constante y dejarnos llevar
por su fluido vaivén permanente, sin temerla, considerándonos parte
consustancial de ella y disfrutando de ese cambio afortunado que día a día nos
ofrece para llegar a ser lo que siempre soñamos.
Mira el mar, analiza
tu vida y déjate llevar por la majestuosidad de su oleaje y de su calma. Busca
tu alma frente al mar, pues ella, como el mismo mar, susurra su verdad en un
constante y casi imperceptible sonido. Respira el aroma de su salitre, que
impregna el aire que le rodea. Admira su olor cambiante, embriágate de su
maravilloso color. Te invito a que veas el mar como tu propia vida, cambiante,
propia y singular como tú mismo!
© 2011 Miguel Benavent de B./CONTIGOMISMO 2011
MUY BUENA COMPARACION, ME GUSTO MUCHISISMO!!
ResponderEliminarFELICIDADES