Hay demasiado sobre la muerte,
sobre las sombras.
Escribe sobre la vida,
sobre un día normal,
sobre el deseo de orden.
Una
de las búsquedas más esenciales en la vida es la felicidad. Esa Ítaca prometida
que casi siempre se ve a la distancia, allá afuera, lejos; o que se habita por
periodos repartidos a lo largo de nuestras vidas. Lo más seguro es que estos
periodos en que nos sentimos plenos sean una suerte de revelación de algo que
siempre estuvo allí y no algo que alcanzamos mediante la práctica de fórmulas
externas. Sin embargo esta incansable búsqueda tiene cientos de vertientes, a
cada uno le llega por senderos distintos, y se ha vuelto uno de los temas
preferidos de la modernidad y, por supuesto, de la ciencia.
La
mayoría de las personas acepta que la felicidad es mucho más que un golpe de
dopamina o de eventos positivos: que es una suerte de paz general, discreta,
armónica, que poco tiene que ver con la frivolidad. Entonces, como tal, como
estado mental, la felicidad puede ser en gran medida intencional y estratégica.
Sin
importar si tu frecuencia habitual es alta o baja, entusiasta o sombría, tus
costumbres y rutinas pueden mover la aguja de tu bienestar. Documentos
académicos recientes han relacionado algunos hábitos de aquellos que son
“felices”, y sus listas proporcionan una especie de instructivo que podemos
emular. Al parecer la gente feliz se involucra en hábitos contradictorios que
parecen, a primera vista, actos infelices.
La recompensa del riesgo
Las
personas más felices parecen tener un entendimiento intuitivo del hecho de que
la felicidad sostenida no se trata en absoluto de hacer siempre las cosas que
les gustan. También requiere crecimiento y aventuras fuera de los límites de
nuestra zona de confort. De lo contrario esa felicidad se vacía rápidamente de
sentido. Los psicólogos Todd Kashdan y Michael Steger encontraron que cuando
los participantes de su experimento monitorearon sus propias actividades
diarias, y cómo se sentían, a lo largo de 21 días, aquellos que regularmente
sentían curiosidad también experimentaban más satisfacción en sus vidas.
La
curiosidad, no obstante, es fundamentalmente un estado de ansiedad. Se trata en
gran medida de exploración, y a veces a costa de felicidad momentánea. Pero al
parecer la gente feliz acepta la noción de que estar incómodo y vulnerable
puede no ser un camino fácil, pero es la ruta directa hacia la fortaleza y la
sabiduría. Esto, combinado con los placeres sencillos que cada quién conoce a
su manera, es una de las formas de la felicidad.
Pasar de largo algunas vicisitudes
de la vida
Una
crítica común hacia las “personas felices” es que no son realistas, que navegan
por la vida gozosos ignorando el dolor y los problemas suyos y del mundo. Esto
es verdad en el sentido de que las personas satisfechas no son muy analíticas
ni reflexivas, y tienen muy poco escepticismo. Tienden a ser demasiado
confiadas y por lo tanto víctimas de sarcasmo y mentiras.
Definitivamente
tener ojo para los tejidos más finos de la existencia y darse cuenta que no
todo es soleado y maravilloso es una tarea fundamental, ya que es la fuente de
las preguntas importantes de la condición humana y del universo. Sin embargo,
demasiada atención a los detalles puede interferir con un funcionamiento básico
del día a día, como lo muestra la investigación de la psicóloga Kate Harkness.
Ella encontró, por ejemplo, que las personas deprimidas o tristes tienden a
darse cuenta de los cambios minúsculos en expresiones faciales, mientras las
personas felices pasan por alto esas alteraciones (i.e. un gesto sarcástico, un
gesto de fastidio). Así, las personas felices tienen una protección emocional
natural contra la insolencia y cinismo de los demás. En este sentido –y sólo en
este– aquella famosa frase que reza que la ignorancia es la felicidad, guarda
su verdad.
Un momento para cada emoción
Las
personas más psicológicamente sanas son aquellas que se permiten estar tristes
cuando lo están, felices cuando están, enojadas cuando lo están, etcétera. Es
decir, permiten que las emociones que llegan pasen a través de ellos y se
vayan. Es preciso sentir los vapores de cada emoción y vivirlas sabiendo que
nada es permanente y todo, incluso los momentos de éxtasis, pasará. Las
emociones proporcionan información sobre nosotros mismos, información vital.
También,
saber con quién podemos rompernos y con quién no es de suma inteligencia. Tal
vez a nuestros padres no les siente bien saber que estamos devastados o tenemos
el corazón muy roto, pero a nuestro mejor amigo sí, a nuestro diario sí. Quizá
no podamos llegar enfurecidos a la oficina pero podamos gritar dentro del auto
o contra una almohada. La flexibilidad y la humildad (saber que nuestro dolor o
enojo puede ser contagioso, al igual que la felicidad) es imprescindible. Esta
aceptación y adaptación es gran parte de aquella “paz interior” que todos
anhelamos.
Hay mucho más en la vida que ser
felices
Paradójicamente,
buscar la felicidad es una meta desviada, predominantemente porque es
superficial y hedonista. Una serie de estudios llevados a cabo por la psicóloga
Iris Mauss, de la Universidad de California, revelaron que las personas que
ponen la felicidad como su meta máxima reportan sentirse más solas. Sí, las
personas felices pueden estar más sanas, pero ansiar sólo la felicidad es
contraproducente.
Como
se dijo arriba, una vida bien vivida es más como una matrix que incluye felicidad,
tristeza ocasional, un sentido de causa, jugueteo y coqueteo con la vida misma,
flexibilidad psicológica, autonomía, maestría y pertenencia. Como regla,
nuestra propia definición de felicidad va a cambiar de etapa a etapa de la mano
de nuestra perspectiva. No hay trucos ni –como estos estudios
postulan—manuales. Pero sí se puede asegurar que la felicidad va de la mano de
la congruencia y que, en lugar de perseguirla como quien persigue a un
fantasma, podemos dejar que florezca sabiendo que de alguna manera ya está ahí
y siempre lo ha estado.
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