ESCUCHAR COMO FORMA DE VIDA
La mirada y los gestos acompañan.
Las palabras que usamos acompañan. Sin embargo no hay nada que acompañe más que saber estar y escuchar. Escuchar a quién nos cuenta una historia y permitirnos sumergirnos en ella sin juzgar. Sin querer protagonizar nada ni competir con ella. Sin tener que dar ninguna clave que vaya a salvarle la vida ni ningún consejo gastado que ya puede encontrar en las redes. Solo escuchar. Sin medir. Sin ni siquiera pensar. Sintiendo. Observando a ese otro ser humano y observándose a uno mismo al escuchar.
Notar qué sentimos y cómo reacciona nuestro cuerpo a las palabras de otro ser humano que se abre en canal ante nosotros porque busca un consuelo que solo se da cuando se escucha de verdad, cuando se acompaña sin esperar nada. Percibir cómo reaccionamos a sus reacciones, incluso darnos cuenta de cómo interpretamos lo que nos dice según nuestros sesgos y creencias. Habitar su piel sin quedarse a vivir en ella.
Hacer el casi sagrado ejercicio de empatizar y ver más allá de sus circunstancias, de sus miedos, de sus titubeos. Mirar sus ojos y ver a esa persona capaz aunque momentáneamente está sobrecogida, asustada, triste, rabiosa. Escuchar sin condenar ideas ni pensamientos ni conductas como forma sublime de compasión, de reconocimiento ajeno.
Escuchar sin que la escucha lleve más allá de la escucha.
Sin tener que elaborar un mensaje ni decir nada. Haciendo compañía al ser
humano y no a su dolor ni a su miedo ni a su sensación de desamparo y
desesperación. Aceptar su versión de los hechos como suya, sin necesitar que la
cambie ni la vea con nuestros ojos. Sin necesitar que comprenda sus supuestos
errores. Sin necesitar que salga ahora del pozo, pero acompañandole para que le
quede claro que cuando lo decida, nos tiene cerca. Sin forzar, sin esperar, sin
presionar, sin necesitar.
Nada acompaña más que estar. Que permanecer en silencio. Que
dejar de juzgar y etiquetar. Que compartir el camino sin saber muy bien a dónde
lleva porque lo que importa es sentirse cerca. Esa cercanía que no es física
sino emocional, mental, casi espiritual. Esa cercanía que borra las barreras y
las creencias y arrasa con lo viejo, lo gastado, lo que ya no nos sirve, para
permitir a quien cuenta su dolor liberarse y a quien escucha verse en miedos
ajenos y afrontar los propios.
Escuchar a mano tendida y respirando hondo para poder
encontrar la calma necesaria. Escuchar para conectar. Para verse en otro de
forma tan catártica que nos recuerde nuestro trabajo interior pendiente y nos
ayude a nosotros a dejar de huir para poder liberarnos de lo que todavía no nos
atrevemos a afrontar. Escuchar y comprender, aunque no estemos de acuerdo,
aunque no podamos percibir la vida del mismo modo porque hay millones de
realidades y percepciones. Escuchar siendo, sin esperar producir, ni calcular,
sin ver en ello más beneficio que el de aportar y aportarse a uno mismo.
Escuchar y agradecer la maravillosa oportunidad de estar y
presenciar como de la flor marchita cae el fruto, como se transforma el dolor
en calma, como a veces de las lágrimas salen risas. Escuchar para encontrarse.
Escuchar para dejar que en ti entre el aire y la brisa fresca de dejar de hacer
para conseguir y puntuar, dejar de competir, dejar de hacer cosas que se anotan
en la agenda para empezar a hacer cosas que te hacen mejor la vida… Más
intensa, más hermosa, con más sentido.
Nada sosiega tanto como saber que otro está. Que le
importas. Que ha detenido su vida unos minutos para que el protagonista seas
tú. Que no busca nada más que estar. Que no necesita que seas de ningún modo
concreto ni que cumplas expectativas establecidas.
Nada calma tanto que saber que no le pondrán adjetivos a tus
temores ni palabras de más a tu dolor. Que no van a etiquetar tu angustia ni
pedirte acciones ni resultados concretas… Que te abrazan con la consciencia y
no buscan parecer ni aparentar.
Nada une más que ver más allá de las apariencias, que
sentarse a compartir y escuchar… Soltar todo lo que hemos vivido antes y lo que
esperamos vivir. Lo que no está, lo que no es, lo que no necesitamos que pese y
sea lastre para conectar… Porque justo en ese momento no importa nada más. Solo
estar. Abrir la mente y desechar esquemas antiguos que hablan de formas de
vivir que perpetúan ese vacío interior que nos obliga a estar desconectados de
nosotros mismos y de los demás. Permitirse parar y respirar. Permitirse ser y
estar sin necesitar acumular nada ni producir. Permitirse acompañar.
Escuchar desde la paz de no necesitar más que
escuchar.
Escuchar y escucharse, ya que lo uno sin lo otro es pura
carencia. Escuchar y escucharse casi como puro arte de vivir… Como forma de
vida.
Mercè Roura
https://mercerou.wordpress.com/2021/03/22/escuchar-como-forma-de-vida/
No hay comentarios:
Publicar un comentario