DEJA DE CONTARTE HISTORIAS TRISTES
A veces nos enamoramos de nuestro dolor. Nos quedamos
prendidos al camino de espinas por el que tuvimos que pasar y nos creemos que
solo somos eso, nuestro sufrimiento.
Lo pasamos tan mal y descubrimos nuestra fuerza oculta que
nos gusta recordarlo y revivirlo como una gesta. Nos gusta ponerlo en nuestro
curriculum y hacer evidente lo luchadores que somos y la batalla que hemos
librado.
Nos gusta recordar que pudimos y que la vida nos hizo daño.
Nos gusta ser el superviviente, el que planta cara, la que desafía a la vida y
gana. Amamos el dolor sentido porque pensamos que es lo único que tenemos, lo
que nos queda, a lo que podemos agarrarnos cuando todo se tambalea.
Y es maravilloso navegar en la vida y salir a flote cuando las olas te tumban. Adaptarse, saber cuándo saltar, cuándo correr, cuándo decir sí y cuándo decir no. Es maravilloso sobrevivir y poner límites. Es maravilloso haberse superado y estar aquí para contarlo.
Es maravilloso mirar atrás y ver que fue difícil pero que supimos encontrar la forma. Es maravilloso verse a uno mismo como alguien que se sobrepuso a la adversidad. Lo que no es maravilloso es solo predisponerse para ello y definirse a uno mismo como sufridor y guerrero.Sin embargo, no nos dejemos engañar. Si nos identificamos
solo con eso y nos ponemos una etiqueta de superviviente y luchador, nos
pasamos la vida peleando por todo. Si nos adjudicamos que todo sea difícil,
estamos estrechando nuestra mente para que así sea. Vemos la vida como somos
nosotros, si creemos que solo somos los que sufren ante una vida injusta, se
dibuja ante nosotros una vida llena de injusticia.
Porque no solo somos los que sufren, también somos lo que
sonríen y viven. Los que son capaces de estar en paz y dejar de hacer guardia
por si les atacan. Junto a nuestro curriculum de daños y miserias, está el de
amor y momentos amables. Nuestras fortalezas, nuestro valor como seres humanos,
nuestras historias hermosas…
A veces cuesta verlas pero están.
Si nos enamoramos del dolor nos anclamos a él. Y detrás de
esa imagen de persona valiente y luchadora, a veces hay alguien que tiene miedo
a dejar de sufrir porque cree que solo es eso y si no sufre no le quedará nada.
Alguien que confía tan poco en su capacidad para reír que se aferra a la
necesidad de hacer llorar o dar pena porque no cree que en otro terreno pueda
competir. Alguien que no confía en poder despertar en otros más que admiración
por lo mucho que la vida le golpea y nunca habla de lo mucho que puede aportar
sin tener antes que ser golpeado. El problema no es la queja, ni la historia
que contamos con insistencia, es quedarse a vivir en ese lamento y creer que si
no tienes algo triste que contar para conmover a otros no te prestarán atención
ni te valorarán. Eso es como no sentirse digno y decretar que no vales nada si
antes no te vapulean.
Las historias de superación tienen que ser contadas, es
cierto, pero no podemos vivir en ellas. No podemos estar siempre esperando a
que la vida nos machaque para decirle al mundo “Mira, otra vez ¿Ves cuánto
aguanto? mira qué fuerte soy”.
Podemos también compartir la dicha, lo bueno, lo hermoso,
así aprendemos a ver las cosas de otro modo. Así dejamos de contarnos siempre
historias tristes y acostumbramos a nuestra mente a lo bueno. Nos entrenamos
para lo mejor.
A menudo pensamos que contamos nuestra historia para ayudar
a otros y en realidad lo hacemos también porque estamos enganchados a ella.
Porque pensamos que no somos nada más que eso. Porque nos asusta imaginar qué
pensarán de nosotros si dejamos de ser desgraciados y no damos “pena”. Porque
creemos que somos nuestras tragedias y nuestra capacidad de aguante. Porque no
creemos poder aportar nada más al mundo ni merecer nada mejor. Porque somos
yonkis de las substancias que genera nuestro cerebro cuando las revivimos y
estamos atrapados en una historia de adicción a nuestro dolor.
Recordar el dolor es vivirlo otra vez y reafirmarnos en él.
Volver a ponernos la etiqueta de atacables, heribles, machacables, golpeables…
Pasarnos la vida esperando el peligro, asustados, a la defensiva, atacando a
otros para que no te sorprendan con la guardia baja… Vivir en modo
supervivencia en lugar de en modo vida, dispuestos para cosas maravillosas. Si
te enredas en tus historias tristes del pasado eres tu pasado y no vives tu
presente. Te condenas a repetirlas, a revivirlas y volver a hacerte daño. Hay
tantas cosas que no dependen de nosotros que buscar méritos no tiene sentido y
menos por sufrir, porque nos vuelve adictos a ese sufrimiento como única forma
de conseguir ser aceptados y reconocidos por los demás… Como si no hubiera nada
en nosotros digno de sonrisa o de amor, como si no fuéramos capaces de
despertar respeto en otros sin antes ser apaleados.
Cada vez que te regodeas en eses dolor te reafirmas en tus
creencias más limitantes y activas esos pensamientos de ataque que te llevan a
sufrir y repetir experiencias para superarlas. El miedo atrae miedo. Siente tus
emociones pendientes para superarlas no para colgarte medallas de dolor. Úsalas
para salir de él. Vívelas si están pendientes de comprender y cierra la puerta.
Deja de verte solo como el que supera tragedias y decide que mereces lo mejor…
Ábrete a nuevas historias y deja al niño herido jugar en paz…
Vuelve para abrazarle, no para seguir torturándole con
historias tristes para que el mundo sepa lo fuerte que eres.
Siente esa rabia, esa tristeza, ese miedo… Deja que ocupen
su lugar y dales las gracias pero luego permite que se vayan, que abandonen tu
vida después de hacer su función, no dejes que aniden en ti y se construyan
cabañas en tus esquinas.
Cuando te cuentas una y otra vez las historias tristes y
horribles del pasado estás esperando que se repitan, aunque no lo quieras, lo
esperas. Estás planificando un futuro idéntico al pasado, estás contándote las
tragedias que vendrán y las estás dibujando en tu mente. El pasado y el futuro
son lo mismo y solo existen en tu mente. Te queda este momento, el presente,
para intentar vivirlo sin ataduras ni limitaciones, con una mirada limpia de
juicios y condenas, con una predisposición a volver a empezar sin cargar
equipaje.
Tu valor no depende solo de tu capacidad para encajar malos
momentos. También se dibuja viviendo los buenos. Siéntete orgulloso por lo
vivido pero sigue adelante y no te estanques en ello.
El dolor no te define.
No hace falta esperar nada bueno ni nada concreto, solo
dejar de agarrase al dolor pensando que solo eres tu dolor. Casi mejor no
esperar, ser, estar, vivir. No juzgar o si lo hacemos no condenarnos ni
condenar, no culparnos ni culpar. Respirar y sentir que merecemos lo mejor.
Soltar el pasado una vez reconocido y aceptado.
Borrar el curriculum de penas para no quedarse a vivir a
ellas.
Y dejar de contarte y contarnos historias tristes. No las
necesitas, no eres tu dolor, no eres tus penas… Eres el ser inmenso que las ha
superado y no necesita recordarlas ni repetirlas.
Mercè Roura
https://mercerou.wordpress.com/2021/06/22/deja-de-contarte-historias-tristes/
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