CLAVES PARA AMARSE A UNO MISMO
Cuenta una leyenda que en un pasado remoto los seres humanos
éramos dioses. Pero abusamos tanto de nuestros privilegios, que la vida decidió
retirarnos este poder y esconderlo hasta que realmente hubiéramos madurado.
El comité de eruditos de la vida sugirió enterrar el poder
de la divinidad bajo tierra, en el fondo de los océanos, en la luna… La vida
desechó todas estas opciones: “Veo que ignoráis hasta qué punto los seres
humanos son tozudos. Explorarán, excavarán o gastarán una fortuna en naves para
intentar conquistar el espacio hasta dar con el escondite”.
El comité de eruditos se quedó sin saber qué decir. “Según
lo que afirmas, no hay lugar donde los seres humanos no vayan a mirar nunca”.
Tras escuchar estas palabras, la vida tuvo una revelación. “¡Ya lo tengo!
¡Esconderemos el poder de la divinidad en lo más profundo de su corazón, pues
es el único lugar donde a muy pocos se les ocurrirá buscar!”.
¿Qué hay de nosotros?
No hay amor suficiente capaz de llenar el vacío de
una persona
que no se ama a sí misma.
Irene Orce
Muchos de nosotros todavía no hemos encontrado ese poder que
andamos buscando. Al vivir desconectados de nuestro corazón, intuimos que nos
falta algo esencial para ser felices. De ahí que haya personas que no soporten
estar consigo mismas, sin hacer nada, a solas con su vacío interior. Y dado que
la sociedad nos condiciona para creer que el amor hacia nosotros mismos es un
acto de egoísmo, vanidad y narcisismo, solemos esperar que los demás nos amen
para dejar de sentirnos incompletos e insatisfechos.
Pero esta búsqueda está condenada al fracaso, pues es
precisamente nuestra conexión interna lo único que falta en nuestra vida. Más
allá del placer y la satisfacción temporal que nos proporcionan el éxito y la
respetabilidad, así como el consumo y el entretenimiento, lo que en realidad
necesitamos para ser felices ya se encuentra en nuestro corazón. Seamos
honestos: ¿cuánto tiempo, dinero y energía dedicamos en conocernos, cuidarnos y
mimarnos? ¿Cuándo fue la última vez que sentimos paz? ¿Qué hemos hecho
recientemente para amarnos?
Como en cualquier otro ámbito de la vida, gozar de un
saludable bienestar emocional es una cuestión de comprensión, compromiso y
entrenamiento.
De la escasez a la abundancia
La vida te trata tal y
como tú te tratas a ti mismo.
Louise L. Hay
Amarse a uno mismo no tiene nada que ver con
sentimentalismos ni cursilerías. Se trata de un asunto bastante más serio. Al
hablar de amor, nos referimos a los pensamientos, palabras, actitudes y comportamientos
que nos profesamos a nosotros mismos. Así, amarnos es sinónimo de escucharnos,
atendernos, aceptarnos, respetarnos, valorarnos y, en definitiva, ser amables
con nosotros en cada momento y frente a cualquier situación.
El primer paso para amarnos consiste en conocernos,
comprendiendo cómo funcionamos para diferenciar lo que deseamos de lo que
verdaderamente necesitamos para ser felices. Y aunque en un primer momento lo
parezca, este proceso de autoconocimiento no es un fin en sí mismo. Es el medio
que nos permite adueñarnos de nuestra mente, superando a través de la
aceptación y el amor nuestros miedos, complejos y frustraciones.
Emocionalmente hablando, solo podemos compartir con los
demás aquello que primero hemos cultivado en nuestro corazón. Si no aprendemos
a ser felices de forma autónoma e independiente, es imposible que podamos ser
cómplices de la felicidad de las personas que nos rodean. No en vano, al vivir
tiranizados por nuestras carencias, nos relacionamos desde la escasez,
pendientes de que los demás nos den eso que no hemos sabido darnos. Por el
contrario, al conectar con nuestra fuente interna de bienestar y dicha,
entramos en la vida de los demás desde la abundancia, ofreciéndoles lo mejor de
nosotros sin necesitar ni esperar nada a cambio.
Iluminar nuestra sombra
La luz es demasiado dolorosa para quienes viven en
la oscuridad.
Eckhart Tolle
Por más buenos que creamos ser, todos funcionamos mediante
creencias, motivaciones, aspiraciones, deseos, actitudes y conductas
egocéntricas, muchas de las cuales no queremos ver ni reconocer. Por eso,
cuando alguien señala nuestros defectos y debilidades solemos ponernos a la
defensiva. Más allá de esta reacción infantil, la madurez emocional pasa por
comprender y aceptar nuestro lado oscuro, al que los psicólogos denominan
“sombra”. Paradójicamente, así es como podemos trascenderlo, dejando de
proyectar nuestros conflictos internos sobre los demás y sobre el mundo que nos
rodea.
Amarse a uno mismo también consiste en sanar las heridas
emocionales derivadas de nuestros conflictos internos. Dado que somos
especialistas en huir del dolor, al llegar a la edad adulta solemos tapar y
protegernos de dichas heridas tras una máscara del agrado de los demás. Y de
tanto llevarla puesta, corremos el riesgo de olvidarnos quiénes éramos antes de
ponérnosla. Así, para poder ir pelando las capas de la cebolla que nos separan
de nuestra verdadera esencia, es muy recomendable adentrarnos en la meditación.
No en vano, el silencio y la soledad permiten que aflore
nuestra verdad. Basta con que de vez en cuando dediquemos un rato a estar
solos, sin ruidos ni distracciones, observando todas aquellas sensaciones que
vayan brotando en nuestro interior, por muy molestas y desagradables que sean.
Esta incomodidad –a la que solemos etiquetar como “aburrimiento”– pone de
manifiesto que no estamos conectados con nuestro corazón. Y en vez de evitar a
toda costa entrar en contacto con nuestro malestar, el aprendizaje consiste en
armarnos de valentía para traspasar esta cortina de dolor a través de la
aceptación. De hecho, solo cuando lo canalizamos de forma consciente y
constructiva podemos liberarnos de su presencia.
Dejar de autoperturbarnos
Cuando te amas a ti mismo dejas de encontrar
motivos para luchar, sufrir y entrar en conflicto con la vida.
Gerardo Schmedling
Cuando tomamos el compromiso de amarnos, lo que en verdad
estamos asumiendo es la responsabilidad de crear en nuestro interior los
resultados de bienestar que antes solíamos delegar en factores externos. Y esto
pasa por cuidar nuestro cuerpo y nuestra alimentación. También por encontrar un
sano equilibrio entre la actividad, el descanso y la relajación. E incluso por
elegir con quién nos relacionamos y a qué nos dedicamos profesionalmente. El
síntoma más evidente de que estamos cultivando el amor hacia nosotros mismos es
un aumento notable de nuestra energía vital, lo que mejora nuestra salud física
y emocional.
Además, al llevar un estilo de vida coherente y equilibrado
podemos enfrentarnos al mayor reto de todos: recuperar el control sobre nuestra
mente. Solo así podemos nutrir y reforzar nuestra autoestima. Y esto pasa por
dejar de perturbarnos por no alcanzar el ideal de la persona que deberíamos
ser, al tiempo que comenzamos a aceptarnos y amarnos por la persona que somos.
Al adueñarnos de nuestros pensamientos nos convertimos en
los creadores de nuestra experiencia interior. Es decir, de nuestras emociones,
sentimientos y estados de ánimo. Y al adueñarnos de nuestra experiencia
interior nos convertimos en los amos de nuestro destino. Se sabe que nos amamos
cuando ningún comentario, hecho o situación provoca que reaccionemos mecánica e
instintivamente. Metafóricamente, a esta “libertad psicológica” también se la
denomina “el poder de la divinidad”.
La verdadera riqueza
Sólo poseemos aquello que no podemos perder en un
naufragio.
Proverbio hindú
Cuenta una historia que un viajero había llegado a las
afueras de una aldea y acampó bajo un árbol para pasar la noche. De pronto,
llegó corriendo un joven que, entusiasmado, le gritó: “¡Dame la piedra
preciosa!” El viajero lo miró desconcertado y le preguntó: “Lo siento, pero no
sé de qué me hablas”. Más calmado, el aldeano se sentó a su vera. “Ayer por la
noche una voz me habló en sueños”, le confesó. “Y me aseguró que si al anochecer
venía a las afueras de la aldea, encontraría a un viajero que me daría una
piedra preciosa que me haría rico para siempre”.
El viajero rebuscó en su bolsa y extrajo una piedra del
tamaño de un puño. “Probablemente se refería a ésta. Me pareció bonita y por
eso me la quedé. Tómala, ahora es tuya”, dijo, mientras se la entregaba al
joven. ¡Era un diamante! El aldeano, eufórico, lo cogió y regresó a su casa
dando saltos de alegría.
Mientras el viajero dormía plácidamente bajo el cielo
estrellado, el joven no podía pegar ojo. El miedo a que le robaran su tesoro le
había quitado el sueño y pasó toda la noche en vela. Al amanecer, fue de nuevo
corriendo en busca de aquel viajero. Nada más verlo, le devolvió el diamante. Y
muy seriamente, le suplicó: “Por favor, enséñame a conseguir la riqueza que te
permite desprenderte de este diamante con tanta facilidad”.
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