QUEDÉMONOS CON LO BUENO
Cuándo todo va bien el tiempo parece no existir. Se consume
entre la alegría y el gozo. Se pierde entre las ranuras de las sonrisas, por la
ebullición de la alegría y por el chisporroteo de la emoción.
Si puedes recordar un momento de tu vida donde las cosas te
hayan ido bien, dónde hayas amado y te hayan correspondido, donde no hayas
tenido dificultades económicas, donde las sorpresas hayan sido
agradables…podrás recordar también que esos momentos son como niebla.
Apenas parece que los tramos de este tipo de tiempo son
instantáneos. Se pasan en un parpadeo a pesar de durar lo suficiente como para
poder saborearlos. Pero no lo hacemos entonces empeñados en tragar los sorbos
deprisa para consumir más.
La felicidad se oculta, muchas veces, tras el brillo y
cuando la luz se va, nos damos cuenta de cuánto y de qué forma fuimos felices.
Y siempre nos pasa igual, solo damos el verdadero valor a todo lo bueno que nos
sucede… cuando lo perdemos o tarda demasiado tiempo en volver.
Hay una ventaja en los momentos dulces y es servirnos
durante y después de haber pasado. Por ese sentimiento de satisfacción que
nos deja y por ese dulce sabor que da el sentirnos bien con nosotros mismos.
Yo no estoy de acuerdo con esa tremenda frase que se dice:
”No hay mayor temor que recordar el placer de las cosas buenas, en el tiempo
del dolor”… Y no lo estoy porque creo que el recuerdo lo convierte en una doble
satisfacción.
1.- Por el mero hecho de haberlo sentido
2.- La referencia en los malos momentos, que si una vez lo
sentimos, podemos sentirlo de nuevo.
Como todo ser humano he estado muy bien y he estado muy mal.
Me he divertido, he gozado y he reído hasta llorar de alegría. He llorado
también por inmensas penas. He estado arriba y abajo. He volado y también he
caído. Conozco ambas caras de la vida, pero cuando soy capaz de desenredarme
del sufrimiento y sobrevolarlo, me quedo con lo bueno. Revivo las emociones
intensas. Me siento un privilegiado de haber experimentado tanto y tan bueno.
Hemos venido a jugar a vivir. Somos eternos bebés intentando
gatear por los escollos que se disponen a nuestro paso. Intentamos crecer
siempre. Pero crecer implica aprender a decir adiós. Desapegarse continuamente
de lo que nos gusta porque todo y todos cambian muy rápido y de forma continua.
Deberíamos aprender a trascender, a prepararnos para la
despedida, porque así es este camino. Sin dramas, sin lamentos, sin dolor
porque cualquier despedida lo sepamos o no es temporal.
Sé que es un imposible. Nuestra naturaleza humana tiende a
quedarse adherida a la vida y sus cosas. Es de este mundo y en él se queda. Por
eso, parece que el arraigo tiene un valor añadido en la satisfacción propia de
cada ser. Pero en realidad somos aves de paso. Continuos caminantes sin descanso
ni tregua. Consumidores voraces de pedacitos de existencia, de momentos
irrepetibles, al fin y al cabo eso es la vida… la suma de todos los momentos
vividos.
Echo la vista atrás y sonrío. Recuerdo lo bueno. Obvio lo
malo. Soy selectivo ahora porque tener mala memoria es la herramienta más
eficaz contra el desánimo y la depresión, lo pasado, pasado esta y nada puedo
hacer por cambiarlo.
Por esos momentos dulces que calientan el alma y alegran el
corazón, cuando la vida se pone difícil… un brindis.
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