ATARDECE EN MI ALMA
El día
que la humanidad descubra que los más grandes placeres del alma, y del cuerpo
si se me apura, son totalmente gratuitos, quizás se vuelvan locos todos cuantos
comprendan el tiempo de infelicidad que han sufrido y penado.
Si fuéramos
capaces de dar rienda suelta a nuestros pensamientos y empezáramos a valorar la
belleza, por ejemplo, de una puesta de sol desde lo alto de un cerro, seguro
que cambiábamos en nuestras actitudes y devenir cotidiano. Nos enseñaron a amar
las cosas materiales, las que se compran con dinero, y si la suma de su coste
es muy elevada, pues mucho mejor: más importancia le damos. Es, seguro estoy,
una idea equivocada. Si te aferras a lograr lo que llamamos bienes “muebles”,
la pobreza será siempre una constante en tu alma.
A
veces, una flor, la risa de un niño, el canto de un pájaro, ese lindo atardecer
que yo decía en que el sol se esconde como con pereza, con el desaliento de
saber que mañana volverá a su lugar de origen. De estas pequeñas cosas aprendió
uno a ser feliz. Son, esas mágicas vibraciones que uno es capaz de sentir en su
alma.
Decía
Stendhal que ser feliz es algo muy sencillo, sólo se necesita un pequeño
requisito: querer serlo. Y, ante todo, sigo creyendo que la felicidad pasa por
olvidarnos del consumismo y en buscar con todo anhelo lo que hasta ahora
entendíamos como inalcanzable.
Atardece
en mi alma. Se está apagando el sol con ese color ocre rojizo que, lentamente,
le da paso a la noche. Es el momento para soñar despierto. Se apaga la
llama que nos iluminó durante todo el día. Esa llama que se extingue que parece
arrancar de cuajo nuestras ilusiones, en los sueños a los que aludo, te
encuentras con el mañana mejor que has deseado.
Este es
un ejercicio para el espíritu al que yo recomiendo llevarlo a la práctica, a
ser posible, desde lugares determinados. No tiene sentido, ni por supuesto
encanto, el ver un atardecer en medio del asfalto. Por el contrario, si lo que
se pretende es la estimulación de los sentimientos, un alto cerro, en la orilla
de la playa, en la ladera de un río y en cualquier lugar en donde la madre
naturaleza sea la reina de la tarde. Es ahí cuando se te abre el alma. Cuando
atardece en tu ser.
Ya
estamos viendo la de momentos tan lindos que tiene la vida y que, por culpa de
nuestro propio desasosiego, somos incapaces de disfrutarlos, de paladearlos
cual dulce manjar. Algún día, cansados, hastiados de la rutina que nos marchita
de forma lenta y que a su vez pretendemos ignorar, como digo, en algún momento
de nuestras vidas, añoraremos la paz dulce de un lindo atardecer.
Mientras,
seguimos jugando a perdedores. ¡Cuántas cosas bonitas nos estamos perdiendo a
diario¡ Efectivamente, nuestro papel es el de gran perdedor. La vida nos lo
demuestra a diario porque desdichadamente no somos capaces de comprender que
solo lo barato se compra con dinero, al tiempo que desperdiciamos los grandes
placeres de la vida. Todavía estamos a tiempo de tomar lección; es decir,
mientras nos quede un soplo de vida será tiempo y lugar para ser felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario