LAS COSAS MÁS BONITAS NI SE VEN NI SE TOCAN: SE SIENTEN
Una caricia, un abrazo, la magia de
una mirada o un “cómo estás hoy”, configuran la auténtica
fórmula de la felicidad, la cual, no es más que la suma de todas esas cosas
invisibles a los ojos, que al juntarse, siembran de flores nuestra alma.
Ahora bien, los expertos en emociones y en
psicología del comportamiento nos dicen que las personas perdemos muy a menudo esa
capacidad natural para experimentar la felicidad más simple, la más elemental.
De hecho, el ser humano es el único ser vivo capaz de sobredimensionar su sufrimiento, a través, por ejemplo, de pensamientos distorsivos o tóxicos.
“Todas las cosas están ligadas por lazos invisibles:
no podemos arrancar una flor sin molestar a una estrella.”
-Galileo Galilei-
La auténtica felicidad, por tanto, es invisible,
no se puede tocar, no se puede ver, pero sí sentir, porque es energía que emana
de nuestros propios vínculos positivos con aquello que nos es significativo. Las cosas más bonitas están ahí, a
nuestro alrededor, pero no esperan ser poseídas ni manipuladas,
sino respetadas como merecen: como algo sagrado.
Porque el amor, ni se somete ni se domina, el amor debe
crearse y renovarse cada día, al igual que la amistad más sincera y
enriquecedora, o el cariño por un hijo o la complicidad por nuestras mascotas. Lo que ofrecemos y lo que recibimos no
se puede tocar, es el aliento de nuestras emociones.
Las cosas más bonitas que no
siempre vemos
Las cosas más bonitas, en ocasiones, siempre han
están ahí, a nuestro alrededor. Sin embargo, no podemos verlas, porque durante gran parte del día llevamos un
aparatoso filtro en el cerebro activado por
las rutinas, los automatismos, los pensamientos rumiantes,
mecánicos y esa escasa intuición que parece haberse desconectado por completo
de nuestras emociones.
Rick
Hanson es un
neuropsicólogo de la Universidad de San Francisco, famoso por libros como “La
conexión de la felicidad” o “El cerebro de Buda”. En ellos, nos revela algo
importante que deberíamos tener en cuenta. Nuestro cerebro no sabe ser feliz, sin
embargo se guía por las recompensas.
Desde
que nacemos, y a lo largo de nuestra infancia, somos unos maravillosos
cazadores de recompensas, pero son aspectos tan esenciales, tan puros y atómicos
que a día de hoy, llegada la madurez, ya hemos olvidado ese placer innato por
ellas.
Solo los niños saben
disfrutar tanto de este presente, del aquí y ahora. Les
basta con soñar para sentirse gratificados. Un paseo, un juego, un
descubrimiento, un abrazo o un “estoy
orgulloso de ti” le sirven a una mente infantil como el mejor
de los regalos. Ofrendas invisibles que nutren sus corazones y que aprecian.
A medida que crecemos
nuestra búsqueda de recompensas se vuelve más compleja:
solo seré feliz cuando tenga un buen trabajo, la pareja o cuando los demás
reconozcan todo lo que valgo… Nuestra mente pierde su inocencia, y es de este
modo como llegan los abismos, las inseguridades, las frustraciones…
El neuropsicólogo Rick
Hanson enfatiza la necesidad de “conectar” con nuestra felicidad. Algo así solo se consigue reprogramando nuestro
cerebro aprovechando su plasticidad neuronal. Hay que cambiar pensamientos,
conductas, hay que propiciar nuevas emociones para dar forma a nuestra realidad. Porque las
cosas más bonitas siguen ahí, invisibles e intangibles… Hay que saber
sentirlas.
Abre los ojos de tu interior
para ver las cosas invisibles
Para comprendernos un poco mejor como especie
siempre resulta interesante ahondar en el campo de la neuropsicología. Nuestros
cerebros han evolucionado basándose en experiencias negativas, y lo han hecho
porque solo así se obtiene un adecuado aprendizaje para poder sobrevivir,
porque nuestros
ancestros tuvieron que hacer frente a situaciones muy duras.
Esto, sin duda, nos hace entender una cosa
básica: estamos
programados para centrarnos en los aspectos más negativos de nuestra vida.
Sin embargo, es momento de dar el paso e ir más allá. Si hemos sido capaces de
sobrevivir a la adversidad como especie, es momento de que avancemos y
obtengamos el aprendizaje de la felicidad. Porque el siguiente eslabón
evolutivo no es otro que el de la conciencia.
Desarrollemos pues una conciencia más intuitiva
en cuanto a emociones, a reciprocidad, respeto y empatía. Aprendamos a ser
conscientes de las cosas más bonitas que nos rodean para crecer con ellas, para
atenderlas, propiciarlas. Debemos permitirnos ser más
felices puesto que ya hemos aprendido a ser FUERTES.
Pasos para tomar conciencia y
abrir los ojos desde nuestro interior
Somos expertos en el arte de la preocupación, en
adelantar fatalidades, en desconfiar incluso de nuestras propias capacidades.
De algún modo, nos centramos tanto en ese abismo de negatividades de nuestro
interior que nos pasamos el día con los ojos cerrados. Somos ciegos por dentro y por
fuera, y vamos buscando a tientas la felicidad.
·
Es el
momento de encender la luz de tu interior para derribar cada alambrada del “puede qué” “es posible qué”,
“esto no es para mí” o “me da miedo que…”
·
Solo cuando somos
libres de nuestras propias cárceles interiores, nos alzamos como criaturas
valientes para mirar por fin al exterior sin miedo, sin cargas, sin filtros de negatividad.
·
Aférrate al aquí y
ahora y busca recompensas cotidianas como lo hace un niño: el sabor de una
comida nueva, el placer de hacer un nuevo amigo, un paseo, una sonrisa, el
encuentro con una mirada…
·
Deléitate
con las cosas pequeñas que te
vas encontrando, porque si las pones juntas, crean universos enteros.
Disfrútalas con detenimiento porque es ahí donde
se encuentra el auténtico bienestar, en lo más diminuto, invisible y elemental.
Recuerda ante todo que la felicidad no se encuentra con un golpe de suerte, se propicia con las cosas
pequeñas que ocurren todos los días y que habitualmente ignoramos.
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