18.8.16

Detenerse y disfrutar de las cosas pequeñas significa vivir de verdad

EL DÍA QUE DEJÉ DE ANDAR APURADA


Cuando vives una vida con ritmo agitado cada minuto cuenta. Constantemente sientes que debes comprobar una lista de cosas por hacer y salir corriendo a alguna parte; aunque trates de distribuir mejor tu tiempo y atención, y por mas que intentes resolver muchos problemas a la vez, de todas maneras no te alcanza el tiempo para hacerlo todo.

Así fue mi vida durante un par de años muy locos. Mis pensamientos y acciones eran controlados por recordatorios de mi teléfono y todo estaba programado hasta el cansancio por horarios. Y aunque de todo corazón yo quería encontrar el tiempo de encargarme de todo en mi super cargada agenda, no podía hacerlo.

Pero hace 6 años me llegó del cielo una bendición en forma de niña sin preocupaciones ni afanes:

– Cuando tenía que irme, ella empezaba a buscar su corona dorada en mi bolsa.
– Cuando tenía que estar en alguna parte hace cinco minutos, ella me pedía atar su muñeco de peluche al asiento del automóvil.
– Cuando necesitaba comer rápido en cualquier café, ella se quedaba hablando con alguna ancianita que se pareciera a su abuela.
– Cuando yo tenía media hora para llegar corriendo a alguna parte, ella me pedía que nos detuviéramos en el camino para acariciar a cada perro que pasaba frente a nosotras.
– Cuando ya tenía el día planificado desde las 6 de la mañana, ella me pedía preparar los huevos ella misma y los revolvía muy despacio y con mucho cuidado en el plato.

Esa niña fue entonces un verdadero regalo para mi, que siempre me daba prisa para todo, pero yo no lo entendía en ese momento. Cuando vives una vida de prisas, tu panorama del mundo se reduce, y sólo ves lo que sigue en tu agenda, y ya está: si no lo puedes marcar con un check de “hecho“, es una perdida de tiempo.

Cada vez que mi niña me obligaba a dejar de lado mi horario por un momento yo tenía un pretexto:”No tenemos tiempo para eso“. A continuación las dos palabras que yo decía a mi pequeña amante de la vida con mayor frecuencia: “date prisa”.

Yo comenzaba mis frases con ellas ”Date prisa que llegamos tarde“
y las terminaba con ellas: ”Nos vamos a perder de todo si no nos damos prisa“

Mi día empezaba siempre con: “Date prisa, come tu desayuno, apúrate y vístete”
y mi día terminaba con: “Cepíllate los dientes, date prisa, y apúrate a dormir“

Y aunque las palabras ”date prisa” y “apúrate” no tenían casi ningun efecto en la velocidad con la que mi hija hacía las cosas, yo las decía de todas maneras. Incluso mucho más seguido que las palabras ”te amo“:

Es difícil ver la verdad a la cara, pero sabes, la verdad cura y me ayuda a convertirme en el tipo de mamá que quiero ser.

Un día todo cambió. Fuimos por mi hija mayor al jardín de infantes, regresamos a casa y salimos del automóvil; el proceso no era tan rápido como la mayorcita hubiese querido y le dijo a la menor ”¡pero cómo eres lenta!“ y cuando ella se puso las manos en el pecho y suspiró, me ví reflejada en ella, y fue algo espantoso, difícil de describir con palabras.

Yo siempre apresuraba, presionaba y urgía a una pequeña niña que sólo quería disfrutar la vida.

Y en ese momento abrí los ojos. Y de repente vi muy claramente qué clase de daño le causaba mi eterna prisa a mis dos hijas.

Mi voz estaba temblorosa, miré a los ojos a mi niña y le dije

“¡Siento tanto que el haberte obligado a darte prisa todo este tiempo! Me gusta el hecho que no te apresuras nunca, y quiero ser como tu”.

Las dos niñas abrieron tremendos ojazos y me miraron; la cara de la niña reflejaba aceptación y comprensión.

”Te prometo que seré más paciente“ — le dije y abracé a mi pequeña de rizos castaños que resplandecía con la promesa inesperada de su mamá.

Sacar la expresión ”date prisa” de mi léxico no fue tan difícil. Fue mucho más complicado tener en realidad la paciencia para esperar a mi hija, que ama tomarse su tiempo.

Para ayudarnos a las dos, tomé la decisión de darle un poco más de tiempo para prepararse cuando teníamos que ir a alguna parte; pero a pesar de eso siempre llegábamos tarde a todas partes.

Entonces yo me decía a mi misma que llegaría tarde sólo durante esos años, mientras ella era pequeña.

Cuando paseábamos con mi hijita por las tiendas yo le permitía ser ella quien manejase el tiempo. Y cuando ella se detenía para observar algo, yo callaba todos los pensamientos en mi cabeza y sólo la miraba a ella.

Empecé a descubrir expresiones de su rostro que yo no había visto nunca antes, vi los huequitos en sus manitas y cómo sus ojitos se ponen más redondos cuando sonríe.

Vi lo bien que reaccionan las personas cuando ella se detiene a hablar con ellos; fui testigo de lo mucho que le interesan los bichitos más pequeños y las flores rojas.

Ella es del tipo de personas que contemplan, y entendí que alguien así es un regalo en nuestras vidas frenéticas. Mi hija es un regalo para mi alma intranquila.

Yo hice la promesa de desacelerar el paso hace tres años, y hasta ahora necesito esforzarme mucho para vivir a ritmo más lento, no dejarme llevar por la agitación semanal y prestarle atención a lo que es realmente importante. Felizmente mi hija menor me lo recuerda todo el tiempo.

Una vez, durante unas vacaciones fuimos con mi hija a comprar un helado. Ya teniéndolo en las manos, ella se sentó cerca a la mesa bajo un parasol a disfrutar del aspecto y el sabor de la torrecita de crema congelada que tenía en su poder.

De repente su cara reflejó preocupación y me preguntó -“debo apresurarme, ¿verdad mami?

Casi me pongo a llorar. Es posible que las lesiones de un pasado de prisas nunca desaparezcan por completo, pensé con tristeza.

Y mientras mi niña me miraba intentando entender lo que debía hacer, si apresurarse o no, entendí que yo tenía frente a mí una elección: Podía quedarme ahí sentada y sentirme triste pensando en cuántas veces la presioné a hacerlo todo más rápido o podría festejar el hecho que hoy en día intento actuar de otra manera.

Y decidí vivir el día de hoy.

”No necesitas apurarte, tómate tu tiempo“ — le dije suavemente. Su carita se llenó de brillo de inmediato y sus hombros se distendieron.

Y así nos quedamos sentadas una al lado de la otra, conversando acerca de los niños hawaianos de seis años que tocan la guitarra. Hubo incluso momentos en los que estábamos en silencio y simplemente nos sonreíamos mutuamente, disfrutando del paisaje y los sonidos a nuestro alrededor.

Pensé que mi hijita ya casi se comería el último pedazo de helado, pero cuando ella ya iba llegando al final, estiró su manita y me dio la última cucharada, que estaba llena de pequeños cristales de hielo y líquido dulce: –“Guardé la última cucharada para ti, mamá” — me dijo ella con orgullo.

En ese momento comprendí que había hecho un trato para toda la vida.

Le regalé a mi hija un poco de tiempo y a cambio ella me dio la última cucharada de su helado, y me recordó que el sabor dulce en la vida existe; que el amor verdadero sigue estando ahí si dejas de correr por la vida.

Y ahora bienvenidos sean:
…el comer helado de frutas…
…el recoger florecitas…
…el ajustar el cinturón de seguridad a los animalitos de felpa…
…la búsqueda de conchitas marinas…
…la búsqueda de bichitos y mariposas..
…una simple caminata…

Y no volveré a decir “no tenemos tiempo para eso“, porque eso, en realidad, significa ”no tenemos tiempo para vivir.”

Detenerse y disfrutar de las cosas pequeñas de la vida diaria significa vivir de verdad. Créeme, me lo han dicho las principales expertas mundiales especializadas en felicidad en la vida, mis niñas.

Via: Genial

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