LA TERNURA … LA FUERZA DEL ALMA
El
que lo fuerza lo estropea. El que lo agarra lo pierde. “Lao Tse”
A lo largo de la vida la experiencia
que uno va adquiriendo nos demuestra que el hecho de forzar
situaciones, personas y cosas, parece estar reñido con un final
feliz.
La vida nos enseña, una y otra vez,
que el hecho de aplicar más fuerza de la necesaria, da como
resultado dar la vuelta al objetivo perseguido, convirtiendo en
perjuicio lo que antes un proyecto de felicidad.
El ser humano que se busca a sí
mismo como principio y fin de su aventura en la tierra, conforme se
acerca a los niveles más recónditos de su ser, retira aquella
fuerza del músculo y deja paso a la suave caricia del alma.
La mano fuerte que nació para
agarrar y permitir sobrevivir al cuerpo físico, llegado un punto,
ya no sirve como herramienta para abrazar el siguiente nivel de
conocimiento. Y si en un tiempo la vida demandaba el desarrollo de
la fuerza y el enfrentamiento a la naturaleza, una vez de vuelta a
uno mismo, es la ternura y la caricia del silencio las que nos hacen
avanzar con mayor velocidad hacia el destino del alma.
El acto de fluir refleja ese suave
resbalar de las aguas del río por el cauce hacia el mar. Fluir
habla de observar cómo sucede el día a día sin despistarse. Fluir
habla de comprobar cómo, sin forzar la propia intervención en el
desenlace de los acontecimientos, las cosas encajan por sí solas en
una dirección insospechadamente óptima.
Fluir significa sujetar delicadamente
al egoísmo, con sus miedos y deseos, y abrirse a la sintonía de un
yo global más sabio que propicia aquella victoria en la que todos
ganan.
Fluir significa apostar por la
confianza, con mayúsculas, en un principio de orden superior, a
través del cual se mueven las fichas de la vida de manera sabia y
misteriosa. Un flujo que avanza sin el miedo que propicia el no
control de un agobiado ser humano que vive agarrado a la falsa
seguridad de la tensión y la ansiedad anticipatoria.
Fluir es dejarse inundar por el
presente sabiendo que el río de la vida discurre por entre las dos
orillas de la claridad y la confusión, mientras uno mismo observa a
ambas desde un tercer punto más allá de ellas.
Fluir significa que la tristeza no
perturba y que la frustración no nos arrebata del cálido
sentimiento interior desde el que relacionarnos con la suave y
benévola sonrisa del alma.
Fluir por la vida es situarse en el
testigo primordial, neutral y ecuánime que, de manera inafectada y
totalmente imperturbable, observa el juego del dolor y del placer
mientras el cuerpo crece, se desarrolla, decae, envejece y muere.
Sin duda, a quien le sucede todo este proceso del vivir en un
cuerpo, es al yo-espectador de la aventura de la conciencia. El
testigo que observa a la mente soñadora de realidades estimulantes
y contradictorias.
Tiene muchos nombres, pero ninguno
llega a definir con acierto eso que somos en esencia.
Una identidad suprema que no ha
nacido ni morirá porque existía antes y después del principio de
los tiempos, porque está fuera del tiempo y pertenece al plano del
ser que llamamos infinito. Si uno lo busca, tal vez, malgasta
su tiempo porque nunca lo perdió.
Sucede que eso que en realidad somos
es el todo, algo que aún no se puede concebir, mientras no sea
ampliado, trascendido y sentido.
Si bien es cierto que puede
ocurrirnos en momentos ocasionales de iluminación. Instantes
cargados de infinitud en los que brota la verdadera naturaleza de la
mente profunda, en donde se derraman entre lágrimas de júbilo
oleadas de gratitud y ternura.
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