12.2.21

La vida nos despeina en cada esquina para que aprendamos a vivir de lo imprevisto.

NO HAY MÁS REMEDIO

Cuesta confiar, cuesta mucho. El cuerpo te pide que salgas corriendo, pero no puedes.

Confiar en la vida, en las personas, en uno mismo. Lo llamamos confianza, pero en realidad se trata de fe. Esa capacidad de creer en algo que todavía no hemos visto o tocado. Levantarse día tras día con esa sensación de que todo saldrá como debe, a pesar de que no ves resultados… 

Mientras lo que pasa en tu vida o lo que no pasa no te hace sentir feliz o te da tanto miedo que no te deja ni pensar con claridad. Esa capacidad de decidir que sigues, aunque apenas te encuentras las ganas y todo parece llevar un ritmo que no es tu ritmo. Esa mañana cuando abres los ojos y recuerdas que anoche tu vida se quedó del revés y no sabes ni por dónde cogerla ni afrontarla pero sabes que toca levantarse y seguir… 

El miedo te tira de la falda y te sujeta el abrigo para que no te vayas…  ¿Has notado eso? no temas mirarle a los ojos porque lleva en ellos escritas todas la respuestas que buscas. Todas las emociones, parezcan buenas o malas, porque en realidad no son ni una cosa ni otra y forman parte de la vida… Son material de trabajo, experiencia con la que construir puentes y caminos, con la que montarse una palanca que te impulse o tomar fuerza para escalar una montaña. Todas las emociones son útiles, por ello no hay que eludirlas sino vivirlas.  Porque todas nos cuentan algo de la historia que llevamos dentro, de la película que estamos escribiendo sobre nuestra vida desde hace años en la que a veces pasan cosas terribles…

Huimos tanto de nuestros miedos que, al final, somos incapaces de conocerlos y pasar por encima… En realidad, el miedo nos alerta del camino, nos dice hacia dónde ir porque ahí hay algo que tenemos pendiente. Sin miedo, a veces, no sabríamos qué dirección tomar y no podríamos conocernos. El problema surge cuando el miedo se instala tanto en tu cama que no te deja dormir, cuando vas por la calle y guía tus pasos, cuando come contigo durante el almuerzo y ves que otros sonríen y a ti no te sale la sonrisa porque tienes la cabeza en otro lugar y otro tiempo… Cuando te invade por dentro y te deja encogido, triste… Cuando late en tu corazón y hace que se acelere. El miedo te cubre con una capa de invisibilidad que te aleja de todo lo que buscas pero, eso sí, evita que muchos te señalen con el dedo por si continúas creyendo que intentar lo que sueñas te puede poner en ridículo. 

Lo difícil es bailar con él y no dejar que dirija el baile. No permitirle dictar las normas ni dibujar las fronteras de tu vida. Y seguir adelante día tras día cuando parece que todos los días son iguales. ¿Has sentido eso alguna vez? ¿Vivir durante meses y tragarte la vida? ¿Engullir día tras día en una sucesión de momentos calcados unos a otros sin poder salir de esa rutina a respirar? Sin tener tiempo para parar y salir de la noria en la que parece que te has montado… 

El miedo construye la noria y tú te montas en ella. Y una vez estás ahí subido, cuesta mucho bajar porque todo se tambalea, todo marea, todo va tan rápido que no puedes notar ni sentir dónde estás ni qué quieres. Ni siquiera puedes reconocer tus pasos porque tus pies no tocan el suelo. Y no oyes tu voz porque hay tanto ruido que pagarías para que el mundo callara, para que tu ruido interior cesara y pudieras recordar cómo empezó todo. A veces, la vida te da la vuelta en pocos días y todo lo que no has hecho en años pasa en un instante, como un gigante que da zancadas enormes y cambia de país sin darte cuenta. 

El miedo te mantiene respirando en el futuro. No en el futuro real sino en el otro, en el que te has inventado y donde todo es gris, donde las personas urden tramas que te perjudican y todas las oportunidades están cerradas a tu paso. El miedo te ata a un tiempo que no es tu tiempo y te impide vivir ahora. Y nadie jamás mantiene la confianza, la fe en la vida, si no puede beberse este momento, si no se ancla en este instante y decide que es suyo y que no importa qué vendrá.

A veces, engullimos el presente porque el futuro nos asusta tanto que estamos prestos para llegar a él y descubrir cómo acaba la historia, si conseguimos el premio que tanto anhelamos. Y nada golpea tanto nuestra fortuna como la impaciencia… Nada te separa tanto de lo que buscas como la desesperación. 

No hay manuales para la vida, uno nace y se encuentra sumergido en ella sin casi saber leer, ni escribir, ni pensar y lo peor, sin saber amar. Y quién nos educa para vivirla, a veces, todavía sabe menos porque no se ama a sí mismo y nos cuenta un cuento en el que todos son el lobo y caperucita se ha rendido antes de empezar. 

Nos gusta recrearnos en esa necesidad de certezas y seguridades y nuestra propia desesperanza se ocupa de dibujar un futuro que le va a la zaga.  Necesitamos tenerlo todo controlado y la vida, para demostrarnos que eso es imposible, nos despeina en cada esquina para que aprendamos a vivir de lo imprevisto.

Es duro, durísimo. Porque confiar es decir sí en un mundo donde la mayoría dice no y al revés. Esforzarse por ver la inocencia en lo más terrible y la belleza en una oscuridad profunda. Es caminar por ahí y escuchar conversaciones que te recuerdan que todo está perdido e insistir en creer que vas a ser la excepción que confirma la regla. Creer que es posible cuando todas las señales parecen decir lo contrario… A veces, la vida tiene un curioso sentido del humor y cuando quiere que confíes en tu capacidad de ser abundante no para de hacerte llegar facturas. Y cuando quiere decirte que mereces ser amado de verdad, te pone delante a un narcisista que va a tratarte como si fueras nada para que te des cuenta de que no quieres ese tipo de amor sin alma. Y entonces, es cuando toca decir que no quieres eso, que eliges sólo lo que está a tu altura porque mereces lo mejor. Es el momento de reafirmar lo que no toleras en tu vida y decirte sí a ti mismo.

Y cada día es una prueba a superar para seguir confiando. Y pasan los días y nada cambia. Y te sientes raro, te sientes casi tonto y lo dices en voz alta agotado y luego te sientes culpable por haberlo dicho porque acabas de perder todo el trabajo hecho intentando creer que sí… Cuesta confiar y tomar distancia con todos esos pensamientos gastados que se repiten de forma insistente sin que nunca aporten nada… Esas ideas que te asaltan y que nunca te dejan en paz. 

Hasta que un día sueltas el tiempo. Sueltas el pasado, el futuro y decides que todo es presente y que siempre lo será. Dejas de contar porque contar te duele tanto que la ilusión de control sobre lo contado no compensa esa sensación de que el aire falta y todo se nubla a cada instante. Sueltas porque sujetar te quema, te invade de un cieno repugnante que todo lo pringa y lo ensucia… Sueltas porque no soltar es decidir no escogerse a uno mismo nunca más. Sueltas porque agarrar se ha hecho insoportable y duele demasiado, porque has llegado a tu límite de sufrimiento… 

Sueltas la necesidad de encontrar una señal y una salida y de continuar sufriendo porque ya no puedes más. Sueltas tu miedo y tus ganas locas de gritar y enfadarte con el mundo porque nada es como tendría que ser. Sueltas tu necesidad de que nada sea como has pensado que debía y a pesar de todo, todo tenga un sentido.

Sueltas tu culpa y tu deseo descontrolado de perfección. Sueltas el amasijo de pensamientos cobardes y cargados de tragedias que golpean tu cabeza hasta que cedes porque no puedes más… Y cuando ya no puedes más, decides que no puedes controlar nada y que solo puedes seguir haciendo lo que sientes que has venido a hacer.

Y en ese momento, te conectas a este momento imperfecto y puedes bajar de la noria y respirar. No sabes qué pasará con tu vida, pero al menos ahora marcas el paso y decides cómo lo ves y lo sientes. Al menos ahora estás en ti. Y sabes que ese es el primer día de un montón de días que ya no vas a tragarte sin sentido. El primero en que una sucesión de vidas posibles se abren ante ti. El primero en el que ya no te importa tanto lo que va a pasar sino cómo lo vas a sentir. 

Y entonces te das cuenta, todavía no confías, pero tienes fe en el hecho de que en algún momento lo harás… Porque siempre acabas siendo capaz de conseguirlo. Porque empiezas a confiar en ti. Y te das cuenta también de que la vida te ha puesto ahí para que no te quede más remedio. Es verdad, aunque cueste, aunque parezca a tramos imposible, no hay más remedio que confiar porque lo contrario te mata.

Mercè Roura

https://mercerou.wordpress.com/2021/02/01/no-hay-mas-remedio/  

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