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Me quedo con las palabras finales de la protagonista, que quería tener dalias en su fiesta de casamiento sin poder aceptar que era imposible en esa época del año. Y tampoco pudo aceptar los tiempos de su ex, con quien las cosas podrían haber sido distintas.
Cuando nuestros deseos se hacen tan fuertes que no podemos aceptar que no se cumplan, pasan a la categoría de apegos y estamos en problemas.
De estos asuntos trata este artículo, pero antes de desarrollar algunas ideas acerca de los apegos es necesario que cada uno se responda una sencilla pregunta: ¿Soy completamente feliz?
En mi caso tengo bien claro que la respuesta es «no». Tengo
salud, mis necesidades materiales están razonablemente satisfechas y tengo un
conjunto de relaciones muy satisfactorias. Pero aunque en general me siento
emocionalmente bien o incluso muy bien, sé que mi estado de ánimo habitual está
lejos de la felicidad completa. He conocido ese estado de plenitud en el que me
gustaría vivir de manera permanente, pero sólo lo he experimentado por períodos
relativamente breves. Esas experiencias fueron muy valiosas para mí porque me
permiten estar seguro de que hay algo más. No se trata de algo externo que me
falte sino de un bienestar interior que trato de cultivar pacientemente.
Ese estado de plenitud no depende de la solución de ninguno
de mis problemas. ¿Cómo lo sé? Porque las veces que tuve la suerte de
experimentarlo mis circunstancias externas seguían siendo las mismas, los
asuntos que tanto me preocupaban seguían estando allí, ninguno se había
resuelto.
Describiría ese estado de plenitud como una serena alegría,
completa y desbordante. Y sé que es posible alcanzarlo.
Pero, si ese estado de completa felicidad es posible, ¿por
qué no es la condición habitual de cualquier persona normal de nuestra
sociedad? ¿Por qué no podemos liberarnos definitivamente del sufrimiento?
La causa del
sufrimiento
Buda, en las Cuatro
nobles verdades, aseguraba que la vida y el sufrimiento son
inseparables.
Esto no significa que la vida sea sólo sufrimiento (¡claro
que no!), sino que todas las etapas o circunstancias de la vida, aún las más
felices, implican siempre una cuota de sufrimiento.
Por ejemplo el nacimiento, que por cierto es un proceso
doloroso, lleva implícita también la muerte.
Esto parece inevitable y es relativamente fácil de aceptar
porque más o menos concuerda con nuestras propias experiencias.
Pero luego hace una afirmación un poco más polémica. Dice
que la causa de todo sufrimiento es el deseo.
Claro que los deseos insatisfechos pueden conducir a
emociones negativas. Eso parece bastante razonable. Pero entonces, ¿para
librarnos del sufrimiento deberíamos renunciar a todos nuestros deseos? Eso
suena bastante mal. Una vida así, en la que no deseáramos nada en absoluto,
¿sería posible?, ¿valdría la pena? La verdad es que no parece una alternativa
muy emocionante.
Pero en realidad hay algo más que decir acerca del deseo,
que nos permitirá comprender mejor cuál es la verdadera causa que nos impide
ser plenamente felices.
Por ejemplo, yo tuve el deseo de escribir este artículo y
algunas personas tienen el deseo de leerlo. No hay nada malo con ese tipo de
deseos. Se trata de cosas que queremos hacer pero que si por algún motivo no
podemos concretarlas, no pasa nada, podemos aceptarlo.
El problema surge cuando sentimos que nuestra felicidad
depende de que se cumplan ciertos deseos, cuando no podemos aceptar otras
alternativas. Estos deseos tan intensos son otra cosa. Son apegos.
Los apegos
Apego es cualquier deseo tan intenso que sentimos que no
podremos ser felices si no se cumple.
Entonces hacemos todo lo posible para cumplir estos deseos
tan intensos (los apegos), precisamente para alcanzar nuestra felicidad.
Pero la felicidad siempre está a nuestro alcance aquí y
ahora. Y, paradójicamente, lo único que nos impide ser felices son los apegos.
Los apegos constituyen una verdadera trampa. Sentimos que
son la condición necesaria para nuestra felicidad y tratamos todo el tiempo de
alcanzarlos. Pero recorriendo ese camino nos extraviamos y olvidamos ser
felices.
Los apegos se convierten en nuestros objetivos más
importantes. Pero contaminan de temor nuestras vidas. Sentimos temor de no
alcanzarlos. Y si transitoriamente los alcanzamos, entonces sentimos temor de
perderlos.
No hay algo así como un «camino hacia la felicidad». La
felicidad sólo puede experimentarse en el momento presente. Y siempre está
disponible. Se trata simplemente de hacer una pausa, respirar profundamente un
par de veces, sonreír apenas y agradecer por el milagro de estar vivos.
Pero nos extraviamos siempre persiguiendo nuestros apegos.
Como si fueran más importantes que la felicidad misma.
Esta idea es tan importante que la repito aquí, en esta
imagen: En una escena de la película Matrix.
Por si no la viste te cuento que aquí se consuma una
traición. Alguien está entregando a sus únicos amigos, en realidad a la
totalidad de los seres humanos que quedan en el planeta. Se supone entonces que
pedirá a cambio algo de muchísimo valor. Pide ser rico y famoso!
No pide ser completamente feliz. Pide ser rico y famoso. En
el futuro apocalíptico propuesto por esta película, los seres humanos están
conectados a una supercomputadora y viven dentro de una realidad virtual que es
imposible de distinguir de la auténtica realidad. Entonces, esta persona puede
elegir cualquier historia personal para experimentarla durante el resto de su
vida. Bien podría haber pedido ser completamente feliz. Sin embargo pidió ser
rico y famoso.
Es que normalmente aceptamos que la felicidad es la consecuencia
de obtener lo que deseamos, en este caso fama y fortuna… aunque todos sabemos
que se puede ser rico y famoso y al mismo tiempo vivir en depresión.
Anthony de Mello, en su libro «Medicina para el alma»,
propone el siguiente ejercicio:
Suponte que pudieras ser inmensamente feliz, pero
renunciando a obtener lo que más deseas. ¿Estás preparado para cambiar eso que
tanto deseas por la felicidad? No conseguirás ese título universitario o esa
pareja. ¿Estás preparado para cambiarlos por tu felicidad? Imagínate que no
alcanzarás el éxito soñado. Fracasarás, y todos dirán: «¡Es un fracasado!».
Pero serás feliz, serás inmensamente feliz. ¿Estás preparado para cambiar la
«buena opinión» de la gente por tu felicidad?
La gente no quiere renunciar a esos deseos. «No quiero
felicidad; quiero fama. No quiero felicidad; quiero esa medalla de oro en los
Juegos Olímpicos.» Supón que te diga: «Mira, deja de lado la medalla de oro.
¡Serás feliz, maldición! ¿Para qué quieres esa medalla? ¿Para qué quieres ser
el número uno, el jefe de la corporación? ¡Te haré feliz!».
Pero la respuesta será: «¡No, no, no, no! Dame mi
dinero».
Anthony de Mello
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Bien, esas cosas que anhelamos tanto no nos acercan a la
felicidad, en realidad son el obstáculo que nos impide ser felices.
Son nuestros apegos.
¿Cómo salir de la
trampa de los apegos?
Es muy tentador sugerir aquí que simplemente abandonemos los
apegos y nos dediquemos a disfrutar de la vida tal como se nos presenta hoy,
ahora. Pero eso sería tan poco realista como explicarle a un depresivo que debe
salir ya mismo de su cama, darse una ducha y cambiar la interpretación negativa
que tiene acerca de su vida. Simplemente no funcionaría.
Lo que sí podemos hacer es identificar nuestros apegos. Esto
es muy fácil. Basta con preguntarnos qué debería cambiar en nuestras vidas para
poder sentirnos completamente felices. Lo que sea que responda a esa sencilla
pregunta es un apego. Aunque se trate de algo muy básico o importante, si creo
que no soy feliz porque me falta, entonces es un apego.
Si no estuvieras ocupado activamente en volverte
desdichado, serías feliz. Nacimos felices. Toda la vida está atravesada de
felicidad. Existe el dolor; por supuesto que existe. Pero, ¿quién te ha dicho
que no puedes ser feliz con dolor? Así, pues, nacimos con el don de la
felicidad, pero lo perdimos. Nacimos con el sentido de la vida, pero lo
perdimos. Debemos redescubrirlo. ¿Por qué lo perdimos? Porque nos enseñaron a
trabajar activamente para volvernos desdichados. ¿Cómo lo lograron?
Enseñándonos a apegarnos, enseñándonos a tener deseos tan intensos que nos
rehusaríamos a ser felices a menos que fueran satisfechos.
Anthony de Mello
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Luego, sólo nos queda observarnos a nosotros mismos con la
mayor objetividad posible. Observarnos cada vez que nos sintamos frustrados o
tristes e identificar la causa, que siempre será un apego. Cada vez que no nos
sintamos bien podremos comprobar que hay un deseo intenso que no puede ser
satisfecho, es decir, un apego.
El simple acto de observarnos con atención y llegar a
comprender cómo funciona nuestra mente tiene un enorme poder curativo y hará
que se produzcan los cambios positivos que tanto estamos necesitando, hará que
aprendamos a desprendernos de los apegos… hará que finalmente aprendamos a
soltar.
Axel Piskulic
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