El destino y el libre albedrío, la vida y el amor...
Escribía el poeta: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la
mar, que es el morir...” En nuestro mundo actual podríamos afirmar sin errar lo
más mínimo que para mucha gente esta afirmación suena a sentencia: empujados
por fatales corrientes que nutren su fuerza en la injusticia, en la miseria o
en la devastación de las crueles guerras, no tienen otra opción que dejarse
llevar hasta el final y rezar, suplicar al destino, no ahogarse y sucumbir antes,
mucho antes, del tiempo que por el simple hecho de nacer se merecían. Para los
otros, pero, la historia viene a ser otra muy diferente...
Con mayores o menores posibilidades, con mejores o peores expectativas
aquellos que nacimos en lugares donde las libertades ofrecen reales y vivas
perspectivas adquirimos el derecho a unos azares negados para los más
desafortunados: El simple hecho de poder optar a la suerte de decidir como
seguimos el rumbo de nuestro existir.
Los hados quizás nos llenarán de males, pero sabido es que aquello que
no mata la muerte perdona, y antes o después llegará la sazón para lo que es
bello, para la esperanza que permite que te levantes.
El desdén al tumbo que toda mudanza ocasiona puede que te invite a
frenar la innata pretensión a aquel particular edén que todos anhelamos, pero
muy a menudo la decisión no se hallará
en la casualidad, se encontrará en nuestro poder, en el saber donde vamos y qué
queremos, en el anular toda excusa que entorpezca la muy habitualmente
confusa verdad que ocultan los sueños, en el deshacer el nudo que encadena
nuestro vivir a la pena y traba los empeños.
Nuestro camino solo acaba al final, el individuo tomado como ente
prospera de forma variable, en el bien o en el mal, pero para que crezca la
persona en la horma del porvenir debe anidar un asiduo invitado: el aguardo de
algo mejor, la espera de un destino forjado con nuestras ilusiones.
Quien cree que la vida jamás te abandona cargará perpetuamente con un
pesado fardo, con la llaga que la daga que clavan las resignaciones nunca deja
sanar. Cuando frenamos las pasiones
pretendiendo aquel bienestar que en la costumbre se arraiga quizás
conservamos nuestro mundo, pero puede que lo hagamos más por servidumbre que
por vital necesidad, y al hacerlo puede
que estemos induciendo a que caiga el fecundo cielo que en la esencial
expectación de algo más emocionante se construye. Y en esa necedad se
asienta nuestra rendición, y con el discordante conformismo fluye aquel
desconsuelo que revienta lo que nos gustaría ser y se satisface de manera más o
menos traumática con lo que somos.
En aquella vana plática que aturde la mente de tanta gente: “¡Para ser
uno mismo primero debo saber quien soy!, se urde la espera que deshace a menudo
la posibilidad real de ser nada querido, se compone la nana que adormece cada
instinto de evolución, que mece lo tenido y aparta lo distinto. Y formamos un escudo que nos protege de la
verdad sentida como una hereje percepción y nos predispone a aceptar lo
presente como un mal menor. ¡Lo que uno siente no importa! ¡No puedo jugar
la carta que corta lo instaurado, no puedo adoptar el credo de la ruptura si el
hado no me asegura una suerte mejor! Y, al fin, nos dejamos llevar por la
fuerte corriente que impulsa a tantos y tantos a mantener una insulsa vida. Y
eso puede ser soportable para numerosas personas, pero para los que nacimos
soñadores acabará cortando con el sable de la decepción las cosas en las que
creímos, creando una herida en nuestro aliento que difícilmente sanará… ¿Y hace
falta ser doctores para reconocer en ese sentimiento una fuente de depresión?
Si aceptamos la comparación entre nuestra existencia y un río, ¿no es
racional que intentemos siempre que las aguas bajen lo más netas posible? ¿No
será también plausible pensar que la tendencia del caudal que nos traslada
venga marcada por nuestro libre albedrío? Y cuando caiga la tormenta del
desencanto y amenace con hacer zozobrar nuestra embarcación, ¿debemos abrir un paraguas que distraiga el
llanto o saltar y nadar buscando aquel afluente donde nace la ilusión, donde se
tienta al destemplado presente con un futuro deseado?
Duro será, quizás, canjear el destino: el viento traerá un canto de
sirenas que con ofrendas renovadas y juramento de enmiendas nos querrá hacer
desistir, la incomprensión de la orilla definirá la osadía como cretino valor y
el temor de aquellos que arrastramos y no saben nadar nos hará sentir
culpables…
En el nuevo camino no habrá
plenas garantías de nada…
Tampoco habrá hadas que con estrellada varilla creen notables prodigios… Pero el día llegará, los vestigios del
pasado se irán neutralizando poco a poco con la llegada de nuevas perspectivas
y aquello que sentías irá cambiando su rumbo hacia metas mucho más cercanas a
la felicidad. Tu particular cruzada
habrá dado un señalado tumbo que motivará que tus esperanzas sigan vivas y
ya no precisarás usar profanas tretas para disfrazar la realidad.
Distantes horizontes te harán mirar atrás y montes aparentemente
gigantes despertaran añoranzas de lo que antes te mantenía a flote, pero no habrá jornada en la que no sientas el
brote de una flor, no habrá día en el que no puedas explorar el cielo sin que
te caiga encima… Tus emociones serán
tu nuevo guía y con el vuelo de tu
alma hacia la libertad, con las canciones de tu corazón llamando al amor,
con la calma que produce el reencuentro con la naturaleza,…, subirás a la cima más alta, la que te
seduce y llevas dentro desde siempre, la que amaga tu verdad, la que paga
tu razón, la que exalta todo aquello que en tu voluntad reza…
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar…”, y algún día
llegarán a ella, pero mientras eso no pase debemos procurar, si podemos, no
ahogarnos en cenagales que embarren nuestros sueños. Sabido es que no siempre
podremos escoger, pero también es cierto que, con mucha más frecuencia de lo que pensamos, querer es poder y
aquello que nos frena a menudo el acceso a otros cauces más armónicos es más el
miedo a nadar contracorriente que el deseo de mantener nuestro curso… Nacimos para vivir y a aquellos que se nos
ha dado la oportunidad de escoger no podemos insultar a la vida asociándola con
la costumbre o con normalidades escritas por otros.
Dice un sabio refrán: “Más vale solo que mal acompañado”… Deberíamos
todos poder navegar en barcos donde las compañías nos hagan sentir acogidos y
bien amados y nos permitan ser y mostrarnos como en verdad deseamos. En el
trabajo, en nuestro círculo de amistades, en el matrimonio,…, deberíamos…,¿ o
no?
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