CANTO A MÍ MISMO: Un poema inmortal
Walt Whitman fue un extraordinario poeta estadounidense, que
revolucionó el mundo de la palabra durante su época. A pesar de que nació en
una familia muy pobre y de que no tuvo estudios, desde temprana edad sintió un
profundo amor por las letras.
Whitman inició
su carrera como periodista, pero a los 29 años decidió dedicarse por completo a
la poesía. Lo más interesante de su obra es que acude al verso libre y al
lenguaje sencillo, algo totalmente inusual en su tiempo. Este personaje
fue también enfermero voluntario durante la guerra civil, empleado del gobierno
y un ensayista político agudo y cortante.
Su más grande obra es “Hojas de hierba”, una colección
de poemas que aún hoy en día siguen maravillando a los
lectores. Su poema “Canto a mí mismo”
es un homenaje a la esperanza y un llamado al amor propio y a la libertad. Aquí están los mejores
apartes de esa joya de la poesía universal:
I
Me celebro y me canto a
mí mismo.
Y lo que yo diga ahora
de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo
lo tienes tú
y cada átomo de mi
cuerpo es tuyo también.
Vago… e invito a vagar
a mi alma.
Vago y me tumbo a mi
antojo sobre la tierra
para ver cómo crece la
hierba del estío.
Mi lengua y cada
molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de
estos vientos.
Me engendraron padres
que nacieron aquí,
de padres que
engendraron otros padres que nacieron aquí,
de padres hijos de esta
tierra y de estos vientos también.
Y con mi aliento puro
comienzo a cantar hoy
y no terminaré mi canto
hasta que me muera.
Que se callen ahora las
escuelas y los credos.
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es mi misión y
no lo olvidaré;
que nadie lo olvide.
Pero ahora yo ofrezco
mi pecho lo mismo al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin
restricción,
y abro de par en par
las puertas
a la energía original
de la naturaleza desenfrenada
II
Me gusta sentir el
empuje amoroso de las raíces
al través de la tierra,
el latido de mi corazón,
la sangre que inunda
mis pulmones,
el aire puro que los
orea
en inspiraciones y
espiraciones amplias.
Me gusta olfatear las
hojas verdes
y las hojas secas,
las rocas negruzcas de
la playa
y el heno que se apila
en los pajares.
Me gusta oír el
escándalo de mi voz, forjando palabras que se pierden en los remolinos del
viento.
Me gusta besar,
abrazar
y alcanzar el corazón
de todos los hombres con mis brazos.
Me gusta ver entre los
árboles el juego de luces y de sobras cuando la brisa agita las ramas.
Me gusta sentirme solo
entre las multitudes de la ciudad,
en las estepas
y en los flancos de la
colina.
Me gusta sentirme
fuerte y sano bajo la luna llena
y levantarme cantando
alegremente a saludar al sol.
¿Qué creíais?
¿Qué me conformaría con
mil hectáreas de tierra nada más?
¿Pensasteis que toda la
tierra sería demasiado para mí?
¿Para qué habéis
aprendido a leer si no sabéis ya interpretar mis poemas?
XVIII
Con estrépito de música
vengo,
con cornetas y
tambores.
Mis marchas no suenan sólo
para los victoriosos,
sino para los
derrotados y los muertos también.
Todos dicen: es
glorioso ganar una batalla.
Pues yo digo que es tan
glorioso perderla.
¡Las batallas se
pierden con el mismo espíritu que se ganan!
¡Hurra por los muertos!
Dejadme soplar en las
trompas, recio y alegre, por ellos.
¡Hurra por los que
cayeron,
por los barcos que se
hundieron en el mar,
y por los que
perecieron ahogados!
¡Hurra por los
generales que perdieron el
combate y por todos los
héroes vencidos!
Los infinitos desconocidos
valen tanto
como los héroes más grandes de la Historia.
XXIV
La cópula tiene el
mismo rango que la muerte.
Creo en la carne y en
los apetitos.
La vista,
el oído,
el tacto…
son milagros.
Y cada partícula,
cada apéndice mío
es un milagro.
Soy divino por dentro y
por fuera
y santifico todo lo que
toco
y todo lo que me toca:
el olor de mis axilas
es tan fino como el de una plegaria;
y esta cabeza mía
vale más que las
iglesias,
las biblias
y los credos.
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