ROSAS Y ESPINAS
Dicen los maestros que, al principio de la
búsqueda espiritual, el camino está lleno de rosas y rosas. Dicen los maestros
que, avanzado el camino, se llena de espinas y espinas.
“Mi vida va claramente a peor”- te dirás cuando
avances dudando ya de todo. Sin embargo, estarás atraído por la verdad al fondo
y ya no hay modo de retornar. “El camino de la culebra ya no tiene marcha
atrás, mijitos” decía el chamán cuando
la planta hacía resplandecer el Sol profundo del inframundo interno. Y es cierto,
puesto que una vez que uno ha mirado por encima del muro, ya nunca
podrá conformarse con vivir dentro del muro. Ya le ha picado la serpiente y
sólo tiene dos opciones: enfrentarse al minotauro que hay dentro del laberinto
o renunciar al camino del héroe, volver a la ignorancia –ahora ya conocida- y
morirse poco a poco de pena por no haberse atrevido.
El problema del camino es que sólo tiene rosas
al principio, cuando uno, sorprendido por la novedad y cargado de euforia
intenta transmitir a los demás sus propias rosas, lo aprendido con fascinación,
mientras que ellos te hacen la cobra y te perciben como un molesto cebador de
ocas para hacer paté intentando hacerles comer las flores que no han pedido.
Tus
flores en ellos, que no entienden, son espinas desconocidas. No sirve de mucho
esa etapa más que para que crean que has enloquecido, puesto que te observan
como proclamas la salvación del mundo cual profeta pasado de cigarritos de la
risa. A nadie le gusta que le señalen sus propias espinas. No, hasta que noten
que desde dentro le pinchan. Sólo hay que esperar. Lo que no se aprende
por discernimiento, se aprende por sufrimiento.
El problema del camino es que no puedes decidir
lo que te ofrece ni cuándo. Son
misteriosos sus ritmos. Tampoco puedes comprar más rosas ni te puedes
hartar de las espinas y poner una reclamación. No hay ventanilla. Y si la
encuentras, en ella sólo atiendes tú. Y encima, ya sabes que no hay marcha
atrás. Estás atrapado. El camino tiene sus propios procesos, se acelera, se
estanca, se paraliza, se pone vertiginoso, retrocede, salta, te teletransporta.
Es como un descenso de cañones, pero sin cuerdas y sin neopreno. Y tú
vas dónde te lleva el agua, mientras pretendes conducir, como un aprendiz
en el coche de la autoescuela al que el profesor, de repente, le mete en la
M-30. Mejor aún, como un niño al que le sientan en las rodillas del padre para
que crea que él conduce. Y das volantazos aquí y allí. E incluso, a veces,
parecen que funcionan.
El problema del camino es que habitualmente no
te hace caso. Sobre todo cuando quieres
que algo que pasa, no pase. O que pase algo que no pasa. Y más aún:
probablemente el camino te mate antes de acabarlo, puesto que es posible que no
te duren las zapatillas todo el camino. Y si te duran, no te durará la
personalidad, pues el pago que hay que hacerle al espinoso barquero, para que
te lleve a la orilla de las rosas, es la entrega de tu propia –y falsa- idea
de ti.
Tan grande es el desafío como inimaginables los
regalos que te esperan. Pero para alcanzarlos
no es tan necesario el coger como el soltar. Esos reyes magos no vienen por
cartas y demandas sino por cesiones y donaciones. Soltarás todas las ideas que
te daban seguridad cuando comprendas que ibas guiado por mapas demasiado
pequeños y, muchas veces, falsificados. Mapas que nunca podrán ser tan exactos
como el camino y tendrás que dejarlos en la cuneta y atreverte a poner el pico
al viento, como las águilas y mirar desde arriba sin saber a qué.
Todas las mentiras que te habías y te habían
contado sobre ti, sobre el mundo y sobre los demás habrá que lavarlas en el
río, pero la corriente de la verdad es tan fuerte que se llevará las prendas y
te quedarás desnudo, sin mentiras, sin mapas, sin saber. Todo lo que creíste
ser será consumido. Tendrás que asumir que no hay mapas para esos
territorios ignotos. Tendrás que asumir que ahora eres un forastero en
tierras desconocidas. Lo más increíble es que cuanto más abierto, vulnerable,
verdadero y entregado estás, resultas ser más y más invulnerable. Hasta el
punto de que llegas a ser inasible. Es la aventura prodigiosa de las
paradojas.
Pero para eso todo tendrá que parecer a
veces que es de otra manera: los padres serán diablos, los hijos propios,
inevitablemente ajenos. Tendrás que dar la bienvenida a los invasores,
despedirte de los amores perdidos, perdonar a los monstruos, verás que todos
ellos llevan un niño asustado dentro pidiendo amor a hostias. Lo que negabas de
ti mismo te devorará. Lo que buscabas ser o tener desesperadamente, merecerá
una patada a seguir de campo a campo para liberarte de sus cadenas. Sabrás lo
que es la soledad perpetua, infinitamente rodeado por multitudes. Todas las
personas tendrán tus rostros. Estarás acompañado por ti mismo siendo otros,
todos conocidos, todos misteriosos.
Morirás mil veces y mil veces levantarás otra
vez la cabeza sorprendido de tu fortaleza. Cuando menos te lo esperes y
más seguro estés, se levantará ante ti la serpiente enfurecida y sabrás que
besarla en la boca con pasión, es como se hará una contigo y será sagrada su
energía. Comprenderás que la naturaleza no es esclava, sino señora,
comprenderás que eres padre e hijo de ti mismo, comprenderás que detrás de
todas las miradas siempre está mirando el mismo.
Cuando hayas perdido todo lo que tenías y hayas
integrado todo lo que rechazabas y ya no sepas nada, entonces verás el rostro
del camino, más allá de las rosas y las espinas de los laterales. Comprobarás cómo levitas entre los opuestos, como un imán
equilibrado, danzando ecuánimemente entre los giros de una cosa y su contrario
mientras tú eres el funambulista que, por saber ser central, no giras
con la rueda: eres la rueda.
Lo bueno del camino es lo que te cuenta en un
susurro secreto en su mejor momento: no
había caminante. Ya lo dijo el poeta. El caminante era sólo el dolor. Todo
el dolor. Lo que creías que eras, resulta que no era más que miedo. Un
subproducto del sufrimiento, de la carencia, de los anhelos, de los apegos. El
caminante sólo era el dolor. Un dolor del que te has desprendido mientras caminabas
con dolor, pues ése era el camino de las espinas, para quitarte lo que no era
tuyo. Una vez liberado, todo está a tu alcance, nada te es ajeno. Eres el toro
y la princesa, el oro y el truño, el centro y la periferia, el roble y el
junco, el norte y el sur.
Entonces agradecerás que el camino te eligiera,
para regalarte la posibilidad de la paz y la verdad. Una verdad siempre cambiante, siempre prodigiosa, siempre
sorprendente, siempre inalcanzable.
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