ABRIRSE A LO NUEVO… RENOVARSE O MORIR
Sólo cerrando las puertas detrás de uno, se abren las nuevas
ventanas del porvenir. Para que nazca lo nuevo, tiene que morir lo viejo, de
eso se trata, de no tener etapas ni frentes abiertos, cerrarlos todos y mirar hacia
lo que está por venir.
La transformación y adiestramiento de nuestra mente es un
proceso permanente que no sólo afecta a la propia persona, sino que también
repercute en todos los órdenes de la vida manifiesta. El Universo y nosotros
con él, vivimos sometidos a la Ley de Impermanencia, un principio que nos
recuerda que la energía no se destruye sino que se transforma. Que todo está en
constante movimiento, que nada permanece estático.
En virtud de tal principio, experimentamos la sensación de
atravesar ciclos y momentos frontera en los que, de pronto, uno sabe que está
dejando atrás formas mentales viejas. Es un momento de la vida en el que se
liberan viejos apegos, se disuelven relaciones que ya no apoyan el crecimiento
y se ajustan maneras de emocionarse que ya no funcionan.
En cada nueva apertura, cuando enfrentamos una pequeña
prueba, sucede que aquellos patrones de pensamiento que ya han quedado caducos,
curiosamente se desprenden sin esfuerzo, tal y como lo hacen las hojas del
otoño ante una brisa cualquiera. Pronto nos damos cuenta de que son escalones
de un proceso de renovación en el que todavía no se sabe cómo será lo nuevo,
aunque sí se reconoce aquello que de nosotros se aleja.
En tales tiempos, uno intuye que el crecimiento interior
demanda vaciarse para renovar. Y cuando esto sucede, sabemos, desde lo más
profundo que ha llegado el tiempo de resolver los asuntos pendientes, y
observar cómo se disuelven restos sutiles de rencor que todavía latían en
nuestro interior.
Uno siente que ya es hora de vaciar sus armarios físicos y
mentales porque el aroma de lo nuevo está llamado a su puerta. Cuando nos damos
cuenta de la presencia de tales síntomas, uno se pregunta ¿qué puedo hacer para
apoyar este proceso? La respuesta llega sola al señalar que para avanzar,
conviene desviar la atención de lo viejo y enfocar lo que se intuye y desea.
Todo un puente observado desde ese espacio de serenidad y amplitud en el que
uno es, lo que ha venido a ser…UNO MISMO. Aunque a veces no lo crea.
Vivimos un tiempo histórico en el que somos testigos de uno
de los cambios más increíbles de la vida sobre el Planeta. Asistimos, no sin
asombro, a la apertura de miles de crisálidas humanas que nacen a un más amplio
nivel de consciencia. Se trata de un salto evolutivo por el que el Homo Sapiens
da paso al Homo Lucens y por el que el “pequeño yo” se expande, integrando todo
lo que antes era “lo otro” y ahora, simplemente, es corriente de consciencia.
Ante esta mutación silenciosa que, sucediendo de “uno en
uno”, viene acompañada de perturbación y crisis, uno sabe que el miedo al
cambio es tan sólo apego y memoria. En realidad, conviene soltar y fluir como
lo hace el río que resbala con sus aguas, recordando que cuando cerramos una
puerta, el Universo no tarda en abrir otra más amplia. Uno es testigo que
observa ecuánime cómo la vieja persona queda atrás, mientras emerge la nueva
esencia de lo que somos.
Son tiempos en los que conviene dejar partir a los que ya no
están en el nuevo camino, confiando y permitiendo venir a compañeros, todavía
desconocidos, con los que se intuyen puertas abiertas. El viejo modelo comienza
a parecer más estrecho, y un nuevo y más amplio giro espiral se despliega. Uno
sabe que es apertura y observa cómo se desprenden apegos que, en realidad, ya nada
aportan.
Debiendo colocar, en el sitio que le corresponde dentro de
uno, todo lo que está en nuestra vida, cuando hemos acabado el proceso, la
felicidad, la paz y la armonía con todo, llenará nuestra vida.
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