CUANDO LA VIDA DA VUELTAS
Cuando
eres niño el tiempo y el espacio son como un chicle. Parece que
puedes moldearlos al gusto, que son elásticos y casi
intercambiables. Es como si tuvieras un mapa distinto de lo que es la
vida. En ese mapa, América y Europa están a un paso, puedes ir de
continente a continente si te pones las botas de agua saltando un
charco. Y además lo puedes hacer un sábado por la tarde, cuando no
hay colegio y regresar antes cenar y preparar la mochila para la
excursión del domingo.
A
veces, vas dejando las cosas y las personas pendientes hasta que un
día se borran y ya no están en tu agenda. Y un siglo más tarde, te
das cuenta de que la pereza te ha arrebatado un pedazo de vida.
Supongo
que la vida es como un mapa. Hay momentos en los que un pliegue
inesperado te permite dar un salto enorme y cambiar de escenario de
forma súbita. Y un centímetro se transforma en mil kilómetros. Te
encuentras al otro lado de tu vida e intentas recordar qué haces
allí y cómo has conseguido catapultarte sin apenas darte cuenta. No
sólo pasa con el espacio, pasa con el tiempo. A veces, en diez años
no te pasa nada. Se definen como una sucesión de días y días
atados unos a otros por luces y sombras, bostezos, abrazos,
telediarios y cafés a media mañana que en realidad no se hacen
con ganas de café sino de risa, de cambio, de emoción…
Hasta
que una tarde sucede algo. No es impactante. No es ni siquiera
importante pero es algo distinto. Cuando llevas años dormido esa
palabra te aterra y a la vez te da hambre.
Lo
distinto es enemigo de lo aburrido, de lo decadente… Amigo de lo
mágico, lo extraordinario… Hermano de lo apasionante.
Huele
a nuevo, desprende luz…
Y
esa tarde, esa cosa nueva que llega a tu vida, es como una bola de
nieve que empieza a zarandear las paredes de tu alma y todo lo que
habita en ti se queda pegado a ella. Es como un huracán que se lleva
el tejado de tus pensamientos y el aire enrarecido de tus
habitaciones más cerradas. En ese momento, no lo imaginas, pero esa
bola de nieve imaginaria va a jugar a los bolos con las columnas de
tu vida y va a poner a prueba tus cimientos.
Y
en ese momento, empieza todo a dar vueltas. Y tú te agarras fuerte a
lo que queda. No sabes cómo, pero cierras los ojos y suplicas para
que aquello a lo que te agarras sea tan sólido como imaginas. Todo
pasa rápido, una cosa tras otra, en cadena, sin parar, el suelo se
abre, el cielo se cae, la mañana es noche, la noche se doblega sobre
sí misma… Lo pequeño se magnifica. Lo enorme se empequeñece
hasta pasar desapercibido…
A
veces lo ves, otras veces no. Al final, te das cuenta de que sólo lo
que está bien arraigado permanece y que lo demás, si era sólo
atrezzo, es mejor que se haya ido volando.
En
ese momento, notas que había muchas cosas y personas que
creías que eran tus raíces y que ahora han salido corriendo y hay
otras de las que no esperabas nada y en realidad eran más
sólidas y permanecen.
A
veces, la lluvia es un regalo para borrar máscaras y maquillajes
absurdos.
Por
momentos, te sujetas a ti mismo e intentas recordar cómo y por qué.
Y entonces, te das cuenta. Nada es casual. Aquella tarde no venía de
la nada. Ya hacía tiempo que tu cuerpo estaba sumergido en la rutina
pero tu conciencia viajaba lejos. Saltabas charcos, buscabas
respuestas, enfrentabas situaciones de las que antes huías y
eras capaz de mantener las miradas. Jugabas a salir de tus márgenes
y pasar límites que antes considerabas sagrados…
Has
atado cabos. Lo decían en los libros que ahora lees y antes no te
atrevías a abrir. Lo sugiere esa melodía que tocaba un violinista
en el metro y que habías oído mil veces pero sólo hace unos días
empezaste a escuchar. Tocaba moverse y sacudirse la tristeza
acumulada… Estabas dormido y clamabas despertar, nacer de
nuevo, salir de ti mismo. Soñabas que un tobogán gigante te
deslizaba al otro lado de tu vida absurda y vacía… Suplicabas una
tormenta para que se llevara el decorado de tu vida…
Ahora
todo tiene sentido. Un hecho se une al otro como una sucesión de
farolillos en el cielo de una feria improvisada. Todo se ilumina.
Todo se encadena y adquiere forma. Lo que no entendías es ahora
obvio, lo que no podías creer es lo único, lo que imaginas cada día
es lo que se va dibujando, poco a poco.
Como
si el mundo girara y tú no encontraras un suspiro para apearte. Como
si el miedo quisiera encogerte y el entusiasmo se empeñara el
dejarte suelto, expandirte, ayudarte a volar.
A
veces, todo cambia en un segundo tras siglos sin que nada se
mueva.
El
cuerpo tiembla y zarandea al alma… El corazón se acelera.
Cuando
la vida te da vueltas muy rápido, sin parar, hay un punto en el que
tú flotas, te paras, te ves… Como en el ojo del huracán… Y
entonces, todo cobra forma y sentido. Y acabas llegando a la playa de
un mar en el que nunca te has metido y buceando en una vida que
parece que no es tuya.
No
puedes decir que no, porque no te sale la voz. Da miedo, se nota,
aquí en el estómago y en la garganta…
Aunque
el susto es mejor que la rutina, mil veces.
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