QUERIDA VIDA, VOY A VIVIRTE
HASTA DEJARTE SIN ALIENTO
Querida vida, quiero pedirte
perdón por todas esas veces en que te descuidé y no saqué el
máximo partido de todo lo que me ofrecías. Ahora que han caído mis
miedos, mi timidez y mis prejuicios, prometo bailarte hasta el
amanecer, prometo quererte, escucharte y hacerte reír hasta que te
duela la tripa, hasta que quedes sin aliento. Porque tú y yo nos
entendemos, porque valemos la alegría.
Decirnos esto mismo en algún
momento de nuestro ciclo vital puede suponer sin duda todo un punto
de inflexión, o como diría cualquier amante de la espiritualidad,
un “despertar”. Sin embargo, no siempre logramos desplegar todos
nuestros recursos y actitudes para iniciar un compromiso tan firme
con nosotros mismos como para permitirnos disfrutar de todos esos
días que nos quedan por delante.
“La dicha de la vida
consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar
y alguna cosa que esperar”
-Thomas Chalmers-
Tal vez, dicho propósito, el
de vivir de forma intensa hasta quedar sin aliento nos parezca algo
demasiado hedonista. Sin embargo, tras esta visión se encuentra algo
muy simple en lo que coinciden desde antropólogos hasta sociólogos,
pasando por los psicólogos positivistas. Cada una de las acciones
que llevamos a cabo las personas responden a dos pulsiones muy
básicas: sobrevivir, y mientas lo logramos, ser felices.
Existir, abrir los ojos cada
día, poner los pies en la calle y relacionarnos son dimensiones que
responden a un proceso continuado de “ensayo-error” del cual
aprender para poco a poco lograr aquello que tanto deseamos: la
estabilidad, la calma interior, el bienestar y en esencia… la
felicidad. Ahora bien, para alcanzar este fin es necesario que
añadamos un ingrediente en esta receta: la pasión.
Una vida con pasión, ese
es el secreto
La psicología humanista sigue
siendo una de las corrientes de pensamiento más importantes y útiles
de la psicología. A su vez, no podríamos entenderla sin dos grandes
personalidades como fueron Carl Rogers y Abraham Maslow. Fueron ellos
quienes nos indicaron por primera vez que somos nosotros los únicos
dueños de nuestra realización, nosotros quienes estamos en la
obligación de trabajar cada día en nuestro crecimiento y en nuestra
felicidad.
Hasta el momento, corrientes
como el psicoanálisis freudiano o incluso el conductismo nos
perfilaban como seres pasivos, como figuras incapaces de influir en
nuestro entorno. Nada más lejos de la realidad, porque tal y como
nos enseñó el propio Rogers, pocas cosas pueden ser más
importantes para el ser humano como percibirse a sí mismo como
alguien funcional, alguien capaz de cambiar aquello que le rodea
mediante cuatro componentes básicos: una mentalidad flexible,
sensación de libertad, auto-confianza y apertura a la experiencia.
A su vez, son muchos los
psicólogos que siguiendo este mismo enfoque han añadido un
componente más al que se ha llamado “el propósito apasionado”.
Para alcanzar esa autorrealización que encumbra la pirámide de
Abraham Maslow, necesitamos también de la pasión para poder crear
así un impacto positivo y significativo en nuestra vida. De este
modo, damos forma a un compromiso firme y leal con nosotros mismos
para hacer frente a la adversidad, para dejar caer miedos y desvelos
teniendo cada día el empuje de la motivación y el destello de las
ilusiones.
Quien vive la vida con
pasión, quien decide vivirla con ganas, sin temor ni reticencia
alguna es alguien que entiende que detrás de cada cosa que hace hay
un “por qué”, un propósito que le complace, que le divierte que
le da alegrías…
A partir de hoy voy a
vivirte con ganas, con todo mi ser y todo mi aliento
Podríamos decir casi sin
equivocarnos que la actual sociedad de consumo nos ha querido
convencer de que la felicidad es un estado del ser momentáneo y
fugaz, asociado casi siempre al ocio o a la posesión de determinados
productos. Un buen coche, un teléfono de una marca determinado,
ciertas comodidades en el hogar, un estilo de ropa particular
asociado también a una firma muy concreta… Todo ello nos confiere
una felicidad desechable, un falso bienestar que nos convierte en
auténticos adictos.
Tal vez convendría asumir
ahora otra perspectiva diferente y mucho más lógica. Aceptemos por
una vez que la felicidad no tiene por qué ser momentánea ni fugaz.
Para lograr una vida acorde a lo que queremos, necesitamos y que a su
vez puede darnos un bienestar permanente, necesitamos trabajar a
diario en una serie de dimensiones que sin duda, nos serán de gran
utilidad.
Claves para una vida más
plena
- El propósito
apasionado. Hablábamos de él hace un momento: para llevar una
día a día más feliz y garantizar que el bienestar sea permanente y
satisfactorio debemos hallar esas pasiones internas que nos definen y
que a su vez pueden dar forma a nuestro estilo de vida. Debemos por
tanto concienciarnos de que cada cosa que llevemos a cabo, debe
satisfacernos, debe estar en sintonía con nuestros valores,
identidad e intereses personales.
- Pensamiento racional.
Sabemos que en la actualidad el tema de las emociones y las
intuiciones tienen un peso relevante a la hora de entender nuestro
comportamiento. Sin embargo, debemos tenerlo claro: en nuestro
propósito por ser felices debemos tomar decisiones racionales,
firmes y objetivas. Ello implicaría por ejemplo, decidir alejarnos
de ciertas personas, dejar el trabajo para iniciar nuevos proyectos…
Todas estas decisiones implican un pensamiento lógico y racional que
no podemos descuidar y que a su vez, requieren de otra dimensión:
valentía.
- Autodisciplina.
Para vivir la vida al máximo, más allá de lo que muchos puedan
creer, se requiere de cierta disciplina. Porque a veces, por ejemplo,
es necesario dejar a un lado la gratificación inmediata para obtener
mayores recompensas a largo plazo.
- Asimismo, quien sabe ser
feliz evita la procrastinación, invierte en su propio crecimiento
personal y a su vez, sabe luchar por aquello que quiere.
Para concluir, tal y como
podemos ver para dar forma a una existencia mucho más significativa
y positiva hace falta una buena fuerza de voluntad, disciplina y algo
de coraje. Porque en ocasiones, y eso lo sabemos todos, es necesario
tomar una serie de decisiones bastante serias con las cuales alcanzar
aquello que tanto estábamos esperando.
Hacerlo, atrevernos a ello,
puede abrirnos esa puerta con la que empezar a ser nosotros mismos
por primera vez desde hace mucho…
La felicidad no nace de la inercia, sino del movimiento
Valeria Sabater
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