Imagina a dos astronautas que viajan a la Luna y, cuando están ahí, su nave tiene un accidente que les impide regresar. Sólo les queda oxígeno para un par de días y no hay esperanza de que, desde la Tierra, llegue alguien a rescatarles. Sólo les quedan dos días de vida. Si en tal caso les preguntases: “¿Cuál es tu deseo más profundo?”, ellos responderían: “Volver a casa y caminar de nuevo por nuestro hermoso planeta”. Con eso les bastaría. No querrían nada más. No les interesaría entonces ser directores de una gran empresa, celebridades ni presidentes. Sólo querrían estar aquí, caminando por la Tierra, disfrutando de cada paso, escuchando los sonidos de la naturaleza y sosteniendo la mano de su ser querido en un paseo a la luz de la luna. Deberíamos vivir cada día como personas que acaban de ser rescatadas de una muerte segura.
¿Qué
es lo que realmente estamos esperando?
Thich
Nhat Hanh (de “Vivir en el presente para superar nuestros temores”)
La
película Gravity cuenta
una historia parecida. Sandra Bullock interpreta a una astronauta que
forma parte de una misión espacial, en órbita alrededor de la
Tierra. Pero las cosas salen mal y parece imposible que consiga
regresar. En este tipo de películas el protagonista nunca muere, así
que si no la viste no te revelo nada esencial si te digo que
finalmente consigue volver. La nave cae en un lago y la escena final
muestra todo eso que parecía perdido para siempre: el cielo azul,
algunas nubes, las tranquilas aguas del lago, mariposas volando por
aquí y por allá y el verde del campo que se extiende hasta las
montañas.
La mujer toma un puñado de arena de la orilla, cierra la mano y siente el contacto de la arena con sus dedos, sonríe a pesar de estar exhausta, se incorpora, levanta la vista al cielo y respira lenta y profundamente. Y cada espectador recuerda, al menos por unos minutos, que la vida es un verdadero milagro y que en todas partes hay cosas maravillosas que podríamos estar disfrutando. Luego vienen los títulos, se nos pasa la emoción y volvemos “a la normalidad”.
La mujer toma un puñado de arena de la orilla, cierra la mano y siente el contacto de la arena con sus dedos, sonríe a pesar de estar exhausta, se incorpora, levanta la vista al cielo y respira lenta y profundamente. Y cada espectador recuerda, al menos por unos minutos, que la vida es un verdadero milagro y que en todas partes hay cosas maravillosas que podríamos estar disfrutando. Luego vienen los títulos, se nos pasa la emoción y volvemos “a la normalidad”.
La
excelente serie de televisión Orange
is the new black muestra
la vida de un conjunto de mujeres que están en prisión. No sólo
están privadas de su libertad, sino que tampoco pueden disfrutar de
muchas cosas simples que cualquiera tiene normalmente al alcance de
la mano. No tienen la compañía de sus seres queridos. Viven en un
entorno hostil, muchas veces violento. Darían cualquier cosa por
recuperar su libertad.
En
la película Náufrago,
tras la caída del avión en el que viajaba, Tom Hanks llega a una
isla desierta. Allí todo le cuesta horrores. Pasa semanas enteras
tratando de encender fuego. Hay cocos por todas partes, pero
partirlos es una odisea. Caminar descalzo se convierte en una
tortura. Sus días transcurren en el más completo aislamiento,
comienza a perder la razón. Y un simple dolor de muelas se
transforma en un verdadero infierno. Su vida en esas condiciones ya
no vale la pena, por eso lo arriesga todo tratando de volver a la
civilización.
Y
también podemos imaginar, por ejemplo, a una persona a la que le
diagnostican una enfermedad terminal. Es probable que se sienta un
poco peor cada día, a medida que la enfermedad avanza. Quizá esté
siendo sometida a un tratamiento cruel para prolongar apenas unos
meses su vida. Seguramente se lamenta por todo lo que ya no tendrá
tiempo de hacer. Daría cualquier cosa por recuperar la salud.
Resumiendo:
Disfrutaríamos
mucho más de la vida si nos sintiéramos como astronautas que a
último momento se hubieran salvado de una muerte segura, o como
presos que recién hubieran salido de la peor de las cárceles, o
como náufragos que al fin hubieran sido rescatados de su isla
desierta, o como pacientes terminales que milagrosamente hubieran
recuperado la salud.
Parece
razonable que las personas que están viviendo situaciones tan
extremas, anhelen un cambio para mejor. Lo realmente raro es que
muchos de nosotros, a quienes no nos falta nada esencial, también
parecemos estar a la espera de que algo bueno suceda para sentir que
nuestra vida vale la pena
En
general sentimos que lo bueno siempre está por venir. Que recién
nos sentiremos bien más adelante, en algún momento futuro, cuando
suceda eso que tanto deseamos. Que el presente es sólo una etapa
aburrida, incómoda, apenas un período de espera mientras llega eso
que tanto queremos que nos pase.
Pero
a veces tenemos suerte y lo que tanto anhelábamos por fin se
concreta. Y entonces podemos comprobar que nuestra vida en realidad
no cambia demasiado, que nos sentimos bien sólo por un tiempo. No
todo el mundo es capaz de reconocer esta inesperada verdad. Por eso,
al poco tiempo, la mayoría se fija alguna nueva meta que le permita,
¡esta vez sí!, alcanzar una felicidad duradera.
Este
es el mejor ejemplo que tengo para ofrecer: trabajé durante veinte
años en una oficina, siempre en el mismo edificio, más o menos con
las mismas personas, llevando a cabo tareas que no me resultaban
especialmente interesantes… hasta que finalmente conseguí la
independencia económica que tanto anhelaba y que me permitió dejar
ese trabajo. Era el sueño anhelado durante tantos años, convertido
por fin en realidad. Y claro que mi vida cambió mucho a partir de
ese momento. Pude dedicarme a actividades nuevas y estimulantes y
casi todas las anécdotas interesantes que tengo para compartir
sucedieron después de que me animé a dar ese paso, hace ya
diecisiete años. Sin embargo, no puedo decir que de un momento a
otro me convertí en una persona más feliz. El cambio “exterior”
en mi vida sí fue muy importante, pero en mi “interior” seguía
siendo el mismo, siempre preocupado por algo, siempre esperando
alcanzar alguna nueva meta.
Todos
sentimos que necesitamos algo. Por ejemplo, que nuestra pareja nos
entienda. O que nuestros hijos nos hagan caso. O que nos aumenten el
sueldo. O que consigamos bajar de peso. Y condicionamos nuestra
felicidad a que esas cosas sucedan.
Pero
en realidad lo que todos realmente queremos es sentirnos bien.
Cometemos
el error de creer que no están dadas las condiciones para ser
felices ahora, con lo que tenemos en este momento. Por eso imaginamos
que si tuviéramos algo más, algo que ahora nos falta, entonces sí
nos sentiríamos bien.
Pero
se trata de un error. Lo que de verdad necesitamos es ser felices
aquí y ahora.
La
felicidad es una forma de ver la vida, un hábito, una costumbre
Cada
momento que consagremos a apreciar lo bueno que nos rodea, nos
ayudará a desarrollar el hábito de ser felices. Estemos donde
estemos, haciendo lo que sea que tengamos que hacer, siempre habrá
algo positivo para agradecer. Basta con mirar a nuestro alrededor
para comprobar que ya están dadas las condiciones para sentirnos
plenamente felices.
A
veces nos toca experimentar una crisis profunda o una pérdida
irreparable. Pero estas situaciones graves, más pronto o más tarde,
derivan en un nuevo escenario de equilibrio donde podemos volver a
apreciar nuestro presente.
Es
necesario que desarrollemos la actitud de disfrutar de cada detalle
agradable, que hagamos un hábito de esta forma de apreciar el
momento presente. No basta con que lo recordemos de vez en cuando.
Nuestra
sexualidad puede revelar una clave de lo que tenemos que aprender. El
orgasmo se alcanza luego de una serie de estímulos agradables que
deben extenderse en el tiempo, normalmente a lo largo de algunos
minutos. Un único roce, un solo instante de placer, no alcanzan para
desencadenar ese clímax. Salvando las distancias, el bienestar que
estamos esperando en nuestras vidas definitivamente no llegará nunca
si nos acordamos de disfrutar muy de vez en cuando del momento
presente.
El
momento que tanto estábamos esperando es este, es ahora. Pero es
necesario transformar nuestra manera de vivir, es necesario aprender
a apreciar y a agradecer todo lo bueno que el momento nos ofrece, de
manera que experimentemos una larga sucesión de instantes agradables
y placenteros.
Axel
Piskulic
No hay comentarios:
Publicar un comentario