El
esfuerzo es movimiento, emoción y pensamiento. Pocas
dimensiones movilizan tantos recursos y energía como esos pequeños
avances y triunfos personales que hacemos a diario para conseguir un
objetivo. Así, si hay algo verdaderamente importante es aprender a
valorar el propio esfuerzo sin esperar a que otros lo hagan, sin
tener en cuenta reproches o críticas que lejos de ayudar, desaniman.
¿Cuándo
fue la última vez que lograste algo? ¿Tienes ahora mismo un
proyecto en mente? Si hay algo que todos sabemos es que vivir
implica estar siempre en movimiento, generando cambios, promoviendo
logros,
dando forma a una realidad que se ajuste a nuestros sueños o
necesidades. Hoy podemos tener como objetivo preparar esa fiesta de
cumpleaños para nuestro hijo, mañana entregar un proyecto en el
trabajo y dentro de unos meses, quizás, nuestro mayor reto sea
presentarnos a una oposición.
A
lo largo de nuestro ciclo vital vamos trazando pequeñas y grandes
metas que nos “obligan” a dar lo mejor de nosotros mismos. Y
esto, como bien sabemos, no es precisamente fácil. Implica
tiempo, implica dejar a un lado ciertas cosas, requiere sufrimiento
en gran parte de los casos y,
en ocasiones, hasta estar obligados a establecer ciertos filtros
respecto al propio entorno para no decaer en nuestro sueño.
Es
muy posible que alguno de nuestros lectores conozca la obra de R.
Tait McKenzie.
Este
escultor, médico y atleta reflejó como nadie el concepto de
“esfuerzo” en sus obras. No solo tenía dotes como artista, sino
que gracias a él se establecieron las bases de la fisioterapia
moderna.
Así, una de las ideas que siempre transmitía tanto en sus esculturas como a sus propios pacientes era que aunque todo sueño, meta deportiva o personal requiriese un gran esfuerzo y sufrimiento, el cerebro siempre debía estar alegre. La mente es sin duda otro músculo poderoso que aprender a entrenar.
“Aprende
a manejar tus estados, podrás ser el más talentoso de todos,
pero
si emocionalmente te dejas vencer, no lograrás nada”.
Jordan
Belfort-
Valorar tu propio esfuerzo, clave de bienestar
Aprender
a valorar tu propio esfuerzo es el primer escalón del crecimiento
personal. Es transitar por el sendero de la incertidumbre, soportando
la pendiente que se dibuja no muy lejos de nuestros pies. Entender
esto es más que necesario por una razón muy simple: El
camino para conquistar un objetivo puede ser infinitamente solitario,
y es común recibir críticas, es habitual percibir la desconfianza
de alguien cercano al darnos a entender que, tal vez, no seremos
capaces de coronar esa cima.
De
este modo, para no dudar más de uno mismo vale la pena comprender un
aspecto relativo a nuestra neurobiología. El
cerebro humano está diseñado para “crecer” con el esfuerzo.
De hecho, reconocidos neurocientíficos, como la doctora Kelly
Lambert de la Universidad de Richmond, publicaron un
interesante trabajo para
hablarnos de una
región cerebral muy particular relacionada con este mismo aspecto.
Hay
una red neuronal que conecta el núcleo
accumbens con
el cuerpo estriado y la corteza prefontal. Estas áreas conforman lo
que la doctora Lambert llama “el circuito de recompensas impulsado
por el esfuerzo”. ¿Qué significa esto? Básicamente que cuando
se aúna la acción, el pensamiento y la emoción hacia un objetivo
en concreto, el cerebro cambia,
se motiva y empieza a gestarse algo que a todos nos puede sonar: la
neuroplasticidad.
Por
otro lado, algo que también nos revelan en este trabajo es que el
valor del propio esfuerzo es clave para superar desde trastornos
depresivos a otras complejas realidades psicológicas.
Factores como el movimiento, implicarse incluso en tareas creativas y
focalizar nuestro pensamiento hacia un objetivo claro (la
recuperación), favorece a su vez ese despertar neuronal que puede
ayudarnos a experimentar gratas mejorías.
“Lo
único que importa es el esfuerzo”.
Antoine de Saint-Exupery-
Ahora,
vayamos a un lema que, por repetido, parece mantra: “quien
se esfuerza al máximo siempre logra su propósito”. Este
mensaje que sin duda nos ha infundido la literatura
de autoayuda tiene
importantes matices.
En
ocasiones, la propia sociedad no recompensa a quien más se
esfuerza,
sino a quien ella misma elige, a quien señala un dedo privilegiado
o a quien es “bendecido” por la suerte.
A
veces, fallamos, no llegamos o no conseguimos el éxito que creíamos
en un principio. De
hecho, estudios,
como el realizado el doctor Raimond Kusurkar de la
Universidad de Amsterdam, nos explican que la motivación y el
esfuerzo mejoran el rendimiento de los alumnos.
Sin
embargo, no garantizará al 100% que estos obtengan siempre buenas
calificaciones. Hay muchos más factores que determinan una
calificación. De ellos, además, el alumno no controla todos.
Asimismo,
y más allá de todo esto, hay un aspecto central: valorar
el propio esfuerzo es sembrar los cimientos de la autoestima y
el amor
propio. Es
aprender a no depender de la opinión ajena para labrarnos nuestros
proyectos.
Asimismo,
todo esfuerzo, sin importar el resultado obtenido, es crecimiento,
es aprendizaje y es valor añadido. Todo ello son competencias
excepcionales que nadie nos puede negar ni quitar.
Al
fin y al cabo, no importa si ese objetivo ansiado lo alcanzamos hoy
o mañana. A veces, en ese viaje junto al esfuerzo y la motivación,
hallamos otros senderos, otros propósitos que nos son más
significativos en un momento dado. En este sentido, lo
esencial es amanecer siempre con un sueño y no descuidar nunca ese
amor propio donde enorgullecernos de todo lo logrado hasta el
momento.
Valeria Sabater
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