Me
he pasado media vida pensando que no hacía suficiente… Y la otra
media haciendo, sin parar. Desde niña me metí en una espiral de
acción imparable para conseguir… No sé, a veces lo intento
comprender y no llego, la verdad, pero supongo que quería conseguir
comprensión, amor, aceptación… En realidad, creo que me he pasado
años intentando ser normal. Para mí ser normal era no tener que
preocuparme porque me señalaran con el dedo, no sentirme pequeña,
insignificante, poco valorada, soltar de una vez esa sensación de
molestar… Ser normal era ir a jugar y no tener que preocuparse por
hacerlo todo perfecto para que no te rechazaran o sentirte integrada
en un grupo, sentir su calor, su cariño, pertenecer a algo y notar
la compañía…
Supongo que para
que pudiera aprender algo sobre ello, la vida me mantuvo en soledad.
Una soledad tan sólida que rebotaba en las paredes como los balones
y que me sujetaba las piernas y me anclaba los pies al suelo cuando
quería correr. Sentía una carga tan pesada por no ser como creía
que debía que me desbordaba esa sensación de impotencia y la rabia
se apoderaba de mí… Si algo tiene esa emoción poderosa es que, al
contrario que pasa a veces con la tristeza, la rabia te empuja a
hacer y se come tu miedo para que creas que no está. No es que las
personas que se dejan llevar por la ira o la rabia no tengan miedo,
lo tienen, pero no es miedo a caer, es miedo a quedarse quieto. No es
miedo a morir, es miedo a no ganar, a no demostrar, a no imponerse y
dejar que los demás te consideren menos… ¡Cuánto por aprender!
para empezar, cambiar de planteamiento y empezar a notar que nada de
esto es necesario, que nada hace falta, que nada tiene sentido más
que estar en paz.. Que ser coherente con uno mismo.
No
importa qué hagamos, en el fondo, importa que seamos conscientes de
para qué lo hacemos y si estamos reaccionando o realmente actuamos
desde nuestra voluntad.
Me ha costado un
siglo descubrir que tenía que parar de hacer. Dejar de sentir que
todo debía de ser perfecto para que fuera mío, humano, lleno de mi
emoción y sentimiento.
Cuando
decides parar de hacer cosas a lo loco, a la desesperada, es cuando
más haces. Nada es más productivo que parar para pensar y sentir
quién eres y a dónde quieres realmente llegar. Y luego, soltarlo,
decidir que te pones a ello con ganas y pasión pero sin quedarte
enganchado al objetivo, porque sin duda tú y tu paz sois más
importantes.
Me he esforzado
tanto para llegar que me he perdido mil veces por el camino, me he
quedado corta porque me han fallado las fuerzas o me he pasado de
largo por no haber podido gestionar la rabia acumulada… Cuando te
esfuerzas mucho y no vives el camino que has escogido, cuando te
tomas ese camino elegido como un calvario, la meta nunca sabe a
gloria ni a nada que valga la pena. Y cuando llegas, enseguida te
planteas otra y otra, para no detenerte nunca, Las metas, los retos,
los sueños, son necesarios pero no podemos quedarnos sujetos a
ellos, no podemos permitir que nos amarguen la vida por no
alcanzarlos. Es necesario decir que en realidad nos la
amargamos nosotros por no ser capaces de darnos cuenta de que la
forma en que intentamos llegar a ellos no es la que nos hace fluir
con la vida. Exigirse sin piedad, castigarse una y otra vez, vivir en
un mar de reproches continuo por no ser nunca suficiente… Eso te
rompe por dentro, te deja muerto y devasta tus defensas… Siempre
fue eso, una y otra vez, no parar hasta llegar y luego ser incapaz de
valorar ese hito porque ya se dibujaba uno nuevo… Más duro y
complicado, más devastador.
No hay nada malo
en querer superarse, al contrario, pero sí en sentirse superado
siempre. En sentirse insignificante si no llegas en un tiempo
concreto y pagarse con desprecio por todo lo trabajado. Esa obsesión
por hacer para demostrar, por encajar, por tener que dejarle claro al
mundo algo que ni siquiera le importa, que vales, que mereces la
pena, que eres digno de formar parte del club.
No hay nada malo
en ponerse metas, es maravilloso, aunque no podemos subir tanto el
listón del golpe y castigarnos y sentirnos culpables por no
conseguir algo, cuando precisamente la amargura con la que intentamos
alcanzarlo es la que nos aleja de ello.
A veces, llegas
a la meta tan cansado y devastado por no haber tenido piedad contigo,
por haber arriesgado tu salud y haberte maltratado tanto que cuando
te cuelgas la medalla te desplomas. Y no la notas, no la vives, no la
disfrutas. Es el precio a pagar por no hacer nunca suficiente, por
meterse en una carrera para suplicar perdón por no ser perfecto y no
por disfrutar, por superarte o por aprender de uno mismo.
Desde
hace tiempo que me pregunto para qué hago lo que hago y si el camino
hasta ello me compensa. Si sonrío cuando cada día trabajo en ello,
si cuando lo hago fluyo y me siento más viva, si lo amo tanto que no
me importan las horas, si llegar a conseguirlo tiene sentido por sí
mismo o es sólo un logro más que apuntar en el curriculum o una
foto que colgar para decir “aquí estoy yo”.
Podemos dejarnos
el alma en la pista, echar el resto por lo que deseamos pero sin
perder el norte, sin dejar de amarnos y respetarnos, sin dejar de
preguntarnos si todavía nos compensa… Sin hacerlo para que el
mundo nos admire y acepte sino porque sabemos que hacerlo nos hace
crecer y nos lleva a aportar algo al mundo.
Hay
que parar y comprender a dónde vamos y qué deseamos hacer allí.
Saber si nuestras metas nos definen. Actuar
desde la consciencia y no desde la desesperación.
Sentirnos libres, dejar de producir como locos por llegar antes a
tener que tomarnos esa pastilla para poder parar esos tambores que te
suenan en el pecho y que te dicen que te has pasado mucho contigo…
Hay que parar para decidir que lo que nos define son las ganas de
superar lo que nos asusta, nuestra capacidad de entusiasmarnos y el
camino que andamos…
No
salgas a la pista para demostrar o dejar boquiabierto a nadie.
No salgas para castigarte porque no crees en ti. No lo hagas porque
crees que tienes que hacer cosas sin parar para compensar una culpa
que no existe… Ni para encajar, ni para que te perdonen por nada,
ni para que te acepten en ningún lugar o te den el visto bueno… No
hagas porque crees que si no haces no mereces. No hagas porque crees
que complacer a los demás es tu forma de pagar por el amor que no te
dan. No
hagas para llamar la atención de nadie, no hagas para que te hagan
caso… Hazte caso tú y siente qué quieres realmente. Perdónate
por no llegar a veces y descubre todo lo que has conseguido en el
camino, cómo te ha cambiado cada gesto, cada empeño, cada risa…
Sal a la pista
por ti y porque te llena, te hace vibrar, te hace sentir. Sal a la
pista a disfrutar y llenarte de emociones nuevas, de sensaciones
auténticas. Sal porque puedes aportar y quieres compartir.
No
importa si no haces suficiente hoy, tú eres suficiente siempre. No
importa si no es perfecto porque es como realmente necesitas que sea
ahora… Siéntete grande y extraordinario tal y como eres ahora y
eso te dará la energía para llegar. La meta es esto… Sentir esa
grandeza en tu humildad, verte pleno a medio camino, amarte tanto que
sepas que ya eres quién sueñas. Crecer desde dentro sin necesitar
la medalla porque sabes que encontrarás la forma seguro… La
meta eres tú y todo lo que te hace sentir pequeño te aleja de
ella.
Por
eso tuve que parar y dejar de hacer desde la necesidad de confrontar,
dejar de luchar desde la necesidad de medirme y decirle al mundo que
se había equivocado cada vez que me menospreciaba… Y ahora intento
hacer por gozar, por compartir, por
llegar a una meta que sólo se alcanza cuando estás en paz
contigo… Y
curiosamente, llega la recompensa… Siento que hago más, siento
más, llego más lejos que nunca…
Suelta
la obsesión por que todo sea perfecto y descubrirás que todo tiene
sentido y que lo que realmente cuenta es lo que has aprendido
intentándolo… Y verás que tal vez, ya es perfecto para este
momento. Acepta lo que es y en seguida verás que ya es perfecto.
Deja
de hacer un momento y siente, nota, respira. Fúndete contigo mismo y
sé tu mejor obra… Deja
de hacer para contarlo y empieza a hacer para vivirlo… Deja de
hacer para demostrar y empieza a hacer para ser y para sentir.
Haz lo que ames
y, a veces, no hagas nada, porque si estás bien contigo, llenarás
esa nada de todo y encontrarás algo mejor que hacer que pelearte
contigo…
Haz
lo que quieras, sin límite, pero quiérete mientras lo hagas sin
tregua. Confía…Eso
hará sin duda que el resultado esté asegurado. Porque ya está en
ti
Mercè
Roura
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