Un
día me di cuenta que la mayoría de personas que me encontraba por
el camino eran maravillosas. Las miraba y veía en ellas su valor,
bondad, belleza, actitud, su capacidad para compartir… En ese
momento pensé “menuda suerte, cuando no sepas qué camino escoger
o la duda te asalte, ellas te ayudarán”. Me ilusionaba pensar que
era fruto de haber aprendido por el camino a buscar personas que
aportan y cuánto podía aprender de ellas y lo mucho que iba a
crecer a su lado… Mi cabeza que siempre da vueltas a todo,
demasiadas, de hecho, la gente que me lee ya sabe que pensar
es un hábito que estoy dejando a favor de sentir,
empezó a preguntarse por qué.
No
podía comprender cómo había pasado de ir por la vida encontrando a
personas injustas, crueles, con maneras de actuar retorcidas o
personas tristes, cansadas, hartas de sufrir, asustadas y con la
esperanza perdida a topar ahora con personas llenas de alegría e
ilusión… ¿Qué podía haber supuesto el gran cambio de escenario
en mi vida, el pasar de encontrar personas rotas y con ganas de
romperse más a personas que se habían cosido a ellas mismas e iban
por la vida enseñando a otras a coserse solas? ¿Qué me llevó de
encontrar dolor y sufrimiento a calor y esperanza…?
Intentaba
recodar en qué momento activé el mecanismo que convirtió a las
personas que me rodean en sabios que comparten su capacidad y
aprendizaje, en personas amables que desean aprender, en personas que
dan y se alegran de tus logros y que te cuentan historias hermosas y
llenas de valor, en personas humildes llenas de ganas de seguir a
pesar de las contrariedades, en personas que te escuchan y te
preguntan y que te hablan con palabras hermosas…
Y
la respuesta no tardó en llegar. Había sido yo. Todo pasa dentro,
no hay nada ahí afuera que pueda perturbar tu esencia si realmente
estás contigo y te aceptas en toda tu totalidad… Nada
perturba ni ensombrece a un corazón que ha decidido escucharse y
empezar un camino en busca de su valor…
Era
yo, que me amaba y supe ver ese amor en los demás y apreciarlo. Era
yo que tenía esperanza y atraje a mi vida gente esperanzada que
también tenía ganas de aprender y hacerse preguntas. No es que no
se acercaran personas sombrías, es que a los cinco minutos ya se
daban cuenta de que no tenían nada que vender… Era yo que dije no
a los que pisan para sentirse falsamente dignos y los que se engañan
pensando que tanto sus penas como las soluciones vendrán de otros y
no de ellos mismos (eso hice yo durante mucho tiempo). Era
yo que dejé de culpar y culparme y entonces dejaron de aparecer
culpables… Que en lugar de monstruos vi maestros y en lugar de
salvadores vi compañeros. Era
yo que miré hacia dentro y busqué mis heridas para cerrarlas y dejé
de huir de las personas reconstruidas a pedazos… Que dejé de
apuntar con el dedo a los demás como autores de mis males para
acariciar mi alma cansada y decirme “no pasa nada, volvemos a
empezar”.
Era
yo que abracé mi sombra y pude entonces abrazar todas las sombras y
dejar de topar con la misma piedra… Era
yo que vi mi luz y empecé a ver la luz en todos los que me
rodean. Que
me miré con los ojos de la comprensión y encontré mi belleza y
desde ese día nunca he visto a nadie que no sea hermoso…
Era
yo que decidí que perdonaba y ahora sólo recuerdo la lección y no
veo al verdugo. Yo dejé de resistirme a la vida y de empujar…
Y la vida me mostró sus infinitas posibilidades.
Me
tomé el antídoto y el veneno de la envidia dejó de surtir efecto
cuando miraba a otros conseguir lo que yo soñaba y la injusticia
latía en mí… Como
no tuve que competir, todos fueron mis aliados. Como no tuve que
juzgar, dejé de ser juzgada y cuando lo fui ya nunca me
importó… Como
no tuve que engañarme más a mí misma, todos los que se toparon
conmigo vivían una verdad sincera… Como
ya no tuve que culpar a nadie, empecé a encontrar personas cien por
cien responsables de sus vidas.
Porque
fui capaz de coserme las heridas a mí misma a base de perdón, ya
jamás he tenido la tentación de volver a herir a nadie, ni siquiera
a mí de nuevo.
Porque
ya no me dolía la indiferencia del mundo, ya no tuve que mostrar mi
corazón abierto en canal para llamar la atención ni pasarme los
días susurrando quejas y lamentos… Y mis palabras fueron tan
hermosas que crearon realidades nuevas y mundos paralelos donde
descansar un rato cuando este se pone gris… Y algunos pudieron usar
mis palabras como bálsamo… No se me ocurre nada más hermoso que
pueda suceder con lo que escribes, dices o cuentas…
Era
yo que superé el miedo y entonces me di cuenta que todos eran
valientes.
Yo
solté a los que creían que necesitaban arañarme para quedarme con
los que dan abrazos. Y no es que no haya voluntarios para herir, es
que no me encuentran tan dispuesta a la riña y sí para la risa y
salen corriendo…
Algunos
se fueron de golpe. Otros se desvanecieron sin darme cuenta… Muchos
persisten pero parecen otros porque cuando les miro sólo veo su cara
amable y les siento todavía más cerca, más grandes, más
extraordinarios.
Era
yo que dejé de llorar y quejarme y al levantar la cabeza vi que todo
era distinto.
Cuánto
cambian las personas cuando tú cambias…
Y
muchos son nuevos. Llegaron a mi orilla con ganas de compartir,
comprender y evolucionar para que yo aprenda de ellos. Su sola
presencia en mi vida, sea por una hora o por una eternidad, es un
regalo… Una muestra de que sigo el camino que lleva a ser libre, el
que ve oportunidades y no conflictos, el que ve aprendizajes y no
errores… El que mira con compasión y no con miedo, el que lleva a
uno mismo.
Vemos
lo que somos, lo que llevamos dentro por coser y remendar, lo que más
nos asusta ver para poder arreglarlo y curarlo… Vemos
lo que esperamos encontrar, tanto si es desde el amor como si es
desde el miedo… Vemos
lo que esperamos no volver a ver, porque así podemos afrontarlo…
Vemos lo que soñamos, tanto si es cielo o es pesadilla, para
poder asumir desde el valor…
Vemos
lo que está en nuestro lado opuesto para poder equilibrar nuestra
balanza interior y dejar de aferrarnos a todo. Vemos
lo que detestamos para que lo podamos asumir y abrazar.
Vemos
lo que amamos para poder lanzarnos a ello, aunque esté lejos y
tengamos que dar un salto tan grande que nos asuste caer… Vemos
lo que no hemos soltado todavía para que sepamos que lo hemos de
dejar ir... Vemos
lo que damos y lo que no estamos dispuestos a dar… Vemos lo que
vibramos, sentimos y escondemos para poder comprender qué camino
tomar.
Nunca
fueron ellos, siempre fui yo… No eres tú, soy yo que ahora te veo
y no tengo miedo que tus ojos me digan lo que escondo y lo que me
asusta… Soy yo que ya no temo tus palabras ni me duelen tus logros
porque he encontrado mis propias metas y me siento libre de ir a por
ellas… No
eres tú, soy yo que he aprendido a mirarte y he descubierto que eres
grande después de encontrar mi grandeza..
Mercè
Roura
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