Inercia:
Los cuerpos en reposo tienden a permanecer en reposo
Las Leyes
de Newton son
tres principios básicos que describen de manera sencilla el
movimiento de cualquier cuerpo físico. Valen tanto para enormes
planetas como para los pequeños objetos con los que interactuamos
habitualmente. Y si bien están redactadas con precisión científica,
resultan bastante intuitivas porque concuerdan con nuestras
experiencias y observaciones de cada día.
El principio
de inercia es
la primera de estas tres leyes y establece que cualquier objeto
tiende a permanecer en el estado de movimiento en que se encuentra.
Si está en reposo, tiende a permanecer en reposo. Y si se está
moviendo, tiende a permanecer en movimiento. Por eso es necesario
realizar un cierto esfuerzo para mover algo que está quieto, o para
detenerlo si es que se está moviendo.
Es decir que
para vencer la inercia hace falta realizar primero algún tipo de
esfuerzo.
La física
recurre también al concepto de inercia para describir otras
situaciones similares. Por ejemplo, la temperatura de un objeto
cualquiera normalmente está en equilibrio con la de su entorno, y
así permanece a lo largo del tiempo. Pero si queremos calentarlo,
entonces es necesario que le apliquemos calor de manera externa para
vencer, precisamente, su inercia térmica. Y existe también una
inercia química, que explica por qué normalmente cualquier
sustancia permanece en un cierto estado a lo largo del tiempo y no
reacciona espontáneamente con otras con las que esté en contacto, a
no ser que algo externo provoque esa reacción.
La inercia
parece ser una característica que abarca a todo el mundo material y
seguramente esta cualidad hace que las cosas sean más o menos
estables y que tiendan a permanecer así a lo largo del tiempo. La
vida de cualquier criatura (incluidos los seres humanos) requiere que
diferentes variables de su entorno permanezcan dentro de cierto
rango, y la inercia parece contribuir a sostener esa estabilidad tan
necesaria.
Pero en nuestro
mundo interior también parece reinar la inercia. Y allí muchas
veces termina convirtiéndose en un verdadero obstáculo para nuestra
evolución.
La
inercia nuestra de cada día
En
nuestra mente también parece actuar el principio de inercia. Quien
está acostumbrado a pensar de determinada manera tiende a seguir
haciéndolo así, indefinidamente. Y nuestras acciones, que
normalmente reflejan nuestra manera de pensar, siguen también este
mismo patrón repetitivo.
Cambiar
de hábitos no suele ser tan fácil, aunque estemos decididos a
hacerlo. Nuestra mente parece gobernada por fuerzas más poderosas
que nuestras convicciones y que tienden a sostener las viejas
creencias y los antiguos patrones de pensamiento, aunque ya no nos
resulten útiles. Y nuestro cuerpo también parece resistirse a
cualquier cambio. Lo sabe perfectamente quien emprende una nueva
dieta o se decide a hacer ejercicio.
La zona de
confort no es realmente un lugar físico, sino un conjunto de
actitudes que nos hacen sentir seguros. El problema es cuando la
seguridad se convierte en una meta en sí misma. Concretar nuestros
anhelos más profundos nos obliga a salir de esa zona de confort.
Pero antes tenemos que enfrentar la inercia que nos mantiene ahí,
tenemos que vencer nuestras propias resistencias.
Sigmund
Freud, el padre del psicoanálisis, precisamente llamó resistencia
al
conjunto de conductas y actitudes (muchas veces inconscientes) que el
paciente despliega durante el tratamiento y que tienden, aunque
parezca increíble, a oponerse a la cura. Es pura inercia, que tiende
a mantener al paciente en el estado de neurosis en el que se
encuentre.
Cualquier cambio
positivo es posible, pero antes debemos comprender y superar esa
inercia interior que parece oponerse a todo.
Cómo
cambiar, en tres sencillos pasos
Podemos hacer
posibles esos cambios que tanto estamos necesitando, a pesar de la
inercia:
1
– Comprender la situación
Como cada vez
que enfrentamos un problema, comprender nuestra situación es
fundamental. Esa inercia tan molesta, que parece dificultar cada paso
que queremos dar, en realidad es una característica positiva y
necesaria, propia de cada ser vivo y de cada organización. Para que
nuestro cuerpo funcione correctamente cada día, es necesario que una
enorme cantidad de procesos tengan lugar a lo largo del tiempo, sin
interrupciones y sin cambios. Cada uno de nuestros órganos debe
repetir cada día las mismas funciones, siempre de la misma manera.
Nuestra vida depende de esa continuidad. Nuestra estructura
psicológica puede resultarnos a veces una pesada carga, sobre todo
cuando queremos cambiar, evolucionar. Pero al mismo tiempo es
imprescindible para interactuar con los demás y para desenvolvernos
adecuadamente en la sociedad.
Entonces, esta
inercia que tanto padecemos es un rasgo necesario para vivir y para
relacionarnos. No nos quedemos en la simple queja, comprendamos
nuestra situación, aceptemos este rasgo que puede provocarnos cierta
rigidez y, a partir de allí, avancemos decididamente en la dirección
del cambio.
2
– Hacer nuestro mayor esfuerzo
En
su libro Los
cuatro acuerdos,
el Dr. Miguel Ruiz expone las cuatro máximas que deberíamos adoptar
para llevar una vida plena y equilibrada, según la tradición
Tolteca. Me interesa hoy el cuarto acuerdo, que dice simplemente:
“Haz
siempre lo máximo que puedas”.
Haz siempre lo
máximo que puedas, puede parecer una pesada exigencia. Pero lleva
implícita además la sugerencia de no excederse. Hacer lo máximo
que puedas implica también respetar los propios límites. En ningún
caso debemos pretender ir más allá de nuestras posibilidades o
encarar actividades para las que no estamos preparados.
Disponemos de
una cierta cantidad de energía que debemos administrar con cuidado.
Además, si
estamos tratando de modificar nuestros hábitos, es importante no
acumular una larga sucesión de fracasos, precisamente para evitar
que el fracaso se convierta en una costumbre, en un nuevo hábito.
Para evitar aquí
una interminable lista de sugerencias, me voy a concentrar en el que
creo que es el problema básico a la hora de tratar de llevar
adelante un proceso de cambio: la perseverancia. Hagamos entonces el
mayor esfuerzo posible (ni más, ni menos) por no olvidar nuestro
compromiso. Cualquier tipo de recordatorio es válido. Desde colocar
pequeños mensajes en el espejo hasta utilizar alguna aplicación del
teléfono móvil. Todo suma.
El
principio de inercia finalmente jugará a nuestro favor, ya que
asegura que lo que se pone en movimiento, luego tiende a seguir en
movimiento. Entonces, simplemente, demos el primer paso.
3
– Pedir ayuda
La oruga
experimenta una milagrosa metamorfosis para llegar a convertirse en
mariposa. Pero al igual que nosotros no es capaz de planificar,
conducir o provocar esa transformación… Sólo está lista para
acompañar el proceso.
Existe en
nuestro interior un potencial que espera ser desarrollado. Enormes
poderes juegan a nuestro favor y sólo aguardan nuestro
consentimiento para actuar en nosotros. Dios, la Naturaleza, el
Universo, o como prefieras expresarlo, saben perfectamente cómo debe
ser nuestra evolución. Sólo tenemos que expresar en nosotros esa
misma Voluntad.
Ante cada
pequeño fracaso, recordemos pedir ayuda a ese Poder Superior del que
todos formamos parte. Repitamos una sencilla oración, usando
nuestras propias palabras, manifestando claramente nuestro compromiso
por cambiar. Tanto para bajar de peso como para cumplir nuestra
misión más importante en esta vida.
Axel
Piskulic
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