EL
EFECTO DOMINÓ
Hay
que poner límites. Hay que de marcar unas líneas para decidir qué
quieres en tu vida y qué no. Asomarse a la ventana de tus asuntos
pendientes y escoger uno y sacarle el polvo… Hay
que acortar la cola de espera para tomar decisiones en tu vida y
borrar… Quitarte
de encima lo que sobra y lo que ya no pinta nada. Tirar los vestidos
que disimulan lo que no te atreves a afrontar y sentirse libre de
hacer mucho el rídiculo para descubrir a los cinco minutos que el
ridículo no existe… Que sólo estaba en tu mente.
Hay
que dejar un vacío para llenarlo con lo nuevo y soltar lo que pesa,
lo que araña, lo que te aleja de estar contigo, sea lo que
sea… Mineral,
animal o bestia parda. Tenga la cara de un amigo o la de anciano
sabio… Sea cómodo o tristemente conocido… Si te aprieta,
desabrocha. Si te ahoga, afloja… Si te habla mal, cierra la puerta
y apártate.
Buscar
lo que te asusta y zarandea pero que sabes que te libera y lanzarse a
ello sin pensar. Hay
que dejar de pensar un poco y sentir mucho más.
Hay
que decir basta a lo que no te llena, a lo que no te apasiona, a lo
que no te hace sentir como realmente eres.
Aunque eso suponga correr el riesgo de encontrarse solo, perdido, sin
nada ni nadie a qué sujetarse, sin botón de alarma ni salida de
emergencias. La solución eres tú… Sé que no me crees, porque no
está en este tú que duda en poder y que no se atreve a intentar…
Está en el tú que sueña, que vibra, que decide, que camina, que
resuelve, que confía, que suelta… ¡Qué difícil encontrar ese
tú! Yo lo pierdo muchas veces, se me escapa, se esconde de mí
porque le arruino la risa y le recuerdo que tal vez no puede… Y no
es que lo podamos todo, es que todo es posible y si no, no pasa nada
porque hay algo mejor esperando a que nos decidamos a decir que no a
lo que no deseamos… A lo que nos denigra, a lo que nos hace sentir
insignificantes.
Lo
imposible está buscando una puerta para entrar en nuestra vida y
siempre nos encuentra haciendo guardia en ella y no lo dejamos pasar.
Porque creemos no merecerlo, porque lo ahuyentamos con nuestra mirada
cansada y nuestros apegos absurdos. Porque queremos controlar cada
detalle de una ceremonia que no conocemos, porque queremos poner
cadenas a nuestra libertad porque nos da miedo usarla… Porque
tenemos miedo a qué nos depara un futuro sin sufrimiento, puesto
nunca antes hemos vivido sin agarrarnos a una seguridad ficticia…
Sin buscar refugio a cambio de perdernos a nosotros mismos.
Hay
que decir no. Hay
que decretar lo que somos y seguir ese decreto hasta el final.
Hay que
callar y escucharnos y sentir y tomarnos vacaciones de lo que nos
preocupa, de lo que nos asfixia.
Hay
que asumir la realidad y luego imaginarse lo contrario a lo que vemos
cuando lo que vemos nos dice que no existimos… Hay que notar lo que
sentimos hasta las últimas consecuencias y luego soltarlo para poder
seguir, para flotar, para volar.
Hay
que decir sí a lo que quieres, aunque dé tanto miedo que no sepas
qué pasará mañana y te sientas tan perdido que durante un rato no
sepas quién eres.
Hay
que encontrar un pedazo de silencio y habitar en él hasta que todo
vuelva a tener sentido.
Cuando
no sabes quién eres, a veces, es porque te has quitado la máscara
que ocultaba tu yo verdadero y estás buscando tu lugar. Es
porque te has quitado las ataduras y estás empezando a usar tu
libertad sin saber cómo todavía. Es
porque andas por ahí tan ligero por el peso que has soltado que has
descubierto que todo pasa más rápido y todavía no te has
acostumbrado a volar.
Hay
que decidir lo que ya no nos define y sacar las tijeras de cortar por
lo sano con la pereza, el miedo y la vergüenza de ir a por lo que
amamos.
Es
porque lo que eres no necesita etiquetas, ni resultados concretos y
estás empezando a vivir para este preciso momento sin preguntar a
dónde vas. Porque ya lo sabes, vas a ti, vas por el camino que eres,
vas hacia tu propia esencia…
Hay
que tomarse un respiro y parar para notarse las alas.
No sea que vayamos arrastrándonos a todas partes cuando en realidad
siempre hemos podido volar.
Hay
que poner en marcha un mecanismo en tu vida que arrase lo que ya no
sirve para que lo que está por llegar pueda venir. Un
efecto dominó que una vez comenzado sepas que nunca va a parar.
Mercè
Roura
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