Cuando
seamos conscientes de que dentro de nosotros hay algo que sabemos,
pero sin saber que lo sabemos, entonces cuando sepamos eso que no
sabemos, que sabemos, es cuando cambiaremos.
Si yo fuera
jefe de un ejército y esto fuera la Edad Media, si me encontrara
con un castillo en lo alto de una montaña alejada, con foso,
gruesas murallas y rodeado de guardianes, no huiría pensando “vaya
rey tan poderoso”, daría orden de atacar diciendo “vaya un
monarca tan acojonado”.
Tendemos
a pensar que a más candados, más seguridad, y construimos nuestra
vida en un espacio cerrado y bajo llave.
Sin
embargo, el ideal de seguridad es la ausencia de cerrojos. En lugar
de trabajar por tener un buen sistema de seguridad, control y
alarmas, quizás sería mejor hacerlo para lograr una vida de
puertas abiertas que permita entrar las sorpresas. Por si acaso con
tanto cerrojo las cosas más bonitas aún no las hemos visto.
Es un error
pensar que somos obras concluidas. Hacerlo es el principio del
conformismo y de una existencia apagada: “yo es que soy así”,
dirán. Cada vez sospecho más de aquellos que parecen muy seguros y
cada vez admiro más a aquellos que saben decir sin esconderse “pues
oye, no lo sé”.
La seguridad
es el traje favorito de la ignorancia. Aquel que apenas se sorprende
y dice “es que yo he visto mucho”, en realidad lo que ha visto
es poco.
EL MUNDO ES
DEMASIADO GRANDE PARA PERDER LA CAPACIDAD DE ASOMBRO.
Uno de los
mayores síntomas de la búsqueda de seguridad es la obstinación
por tener razón. Sin embargo, el mayor prodigio de nuestra mente no
es tener razón, es ser capaces de cambiar de opinión o soportar la
duda. Tener una mentalidad fija en un mundo cambiante es, cuanto
menos, poco adaptativo.
LA GRANDEZA
DE UNA PERSONA NO ESTÁ EN ACERTAR, SINO EN ACEPTAR
Aceptar el
reto de crecer. Dar más importancia al aprendizaje pues supone un
salto cualitativo, y un salto así nunca es al vacío.
No hay mayor
enemigo del crecimiento que el inmovilismo, la comodidad, la rutina
y la cabezonería, del mismo modo que no hay mejores amigos de la
creatividad que el movimiento, la experimentación y la humildad.
Atreverse a
crecer es una elección que evidencia uno de los más grandes actos
de valentía. Es dar el paso para verse pequeño, para saberse poca
cosa y para renunciar a esa idea que tanto daño nos hace de
creernos el centro.
Madurar
es aprender que vale más no saber nada de un mundo enorme que
saberlo todo de un mundo pequeñito. A fin de cuentas, ¿qué es más
hermoso?, ¿creerse en el cielo y mirar desde arriba la tierra o
saberse en la tierra y mirar desde abajo al cielo? (Recordar que la
palabra humildad deriva del latín humus, tierra).
Quizás la
mejor forma de pasar por la vida sea como un artista. Ellos saben
que el milagro de nuestra humanidad no es tratar de ver las cosas
como son, sino rebelarse para transformar el mundo, y que no hay
arte sin riesgo.
Lo que da
belleza y valor a los acróbatas y trapecistas no es lo que hacen
cuando están sujetos, sino cuando están en el aire. Son esas
décimas de segundo las que convierten un ejercicio en espectáculo.
Son esos leves instantes en el aire los que, aunque sean cortos,
sirven para justificar que el hombre, si quiere, vuela.
EL QUE NO
ARRIESGA NO… NADA. NI PIERDE, NI GANA; NI SUFRE, NI AMA.
No existe una
sola vida bañada totalmente por la seguridad. Todo cuanto tenemos
es susceptible de ser perdido: tu pareja, tu familia, tu trabajo, tu
dinero, tu vida. No hay forma de escapar, y la única forma posible
de no sufrir es la completa negación a todo. El que no arriesga no…
nada. Ni pierde, ni gana; ni sufre, ni ama. “La alternativa a la
inseguridad no es el paraíso de la tranquilidad, sino el infierno
del aburrimiento”, dice Zigmunt Bauman.
El mundo no
es un lugar cómodo y seguro, es un lugar incierto con sus picos y
valles. Hace falta ser muy valiente para amarlo tal cual se
presenta. Cualquier moneda que no tenga dos caras es falsa (y nos
hace pobres).
Ante lo
incierto, es normal sentir temor. En el mundo no están a un lado
los que tienen miedo y al otro los que no –miedo tenemos todos–,
están los que temen desde la orilla y los que temen desde el barco,
los que aspiran a los tesoros y los que los dejan para otros.
Todo
cuanto vale la pena está en la zona de inconfort, porque todo es la
zona de inconfort. No se trata de si sales o no de tu zona de
confort, sino de si tiras tus muros, miras a la cara a los
acontecimientos y aceptas que lo único cierto es que todo es
incierto. Crecer es alejar la valla; la plenitud, quitarla.
Mudarse a la
zona de inconfort es mudarse a ‘El universo de lo sencillo’: es
ser valiente, atreverse a fracasar y pelear por no ser tu plan B; es
aprender a soltar, disfrutar del vértigo y vivir de forma que te
duela marcharte.
Mudarse a la
zona de inconfort es descubrir que nada importa tanto como nos
creemos y que solo somos unas pequeñas cosas en medio de la
inmensidad, que tenemos las horas contadas y que lo mejor que
podemos hacer es dejar de preocuparnos por cosas insignificantes,
mirar la vida como un juego y empezar a divertirnos.
Por
esto, tienes dos opciones: ir o no ir. Si no vas, es posible que no
pase nada que valga la pena, pero también lo es que pase algo. Si
no vas, si te quedas, puedes esperar a que te cuenten qué pasó y,
quizás, alegrarte si no te perdiste nada. Ahora bien, si vas, es
posible que no pase nada, pero también lo es que pase.
CORRE EL
RIESGO, SAL, DI SÍ, PORQUE TAL VEZ NO OCURRA NADA, PERO TAL VEZ
APAREZCAN LOS MEJORES MOMENTOS DE TU VIDA.
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