Desde
que era niña que tuve una relación extraña con mi cuerpo. No nos
enseñan a aceptarnos, nos alientan para que nos pasemos la vida
intentando cambiar lo que somos. Y yo no fui una excepción. Primero
porque era muy baja (lo sigo siendo, pero ahora incluso me ha llegado
a parecer una ventaja en la vida) y luego porque, a veces, estaba muy
delgada y otras me sobraban kilos. El caso es que esto de la
operación bikini lo he vivido centenares de veces…
Todos lo
comentan y tienes la sensación de que si no haces nada eres la rara,
la que se arriesga a “no gustar” o no seguir la norma. Esa norma
no escrita que dice que tienes que ser perfecta. Es como una
puesta a punto para pasar una especie de criba con una nota de corte
muy, pero que muy, estricta. Y todas caemos en ello y nos presentamos
al examen. Caemos una y otra vez. No por salud (ojalá) sino por
necesidad de entrar en una horma o en un molde, para que te dejen de
reprochar una y otra vez no encajar en ese estándar que parece
deseable y cada vez es más inaccesible…
Y
vuelta… Otra vez a intentar pasar la prueba y suspender seguro,
porque nunca es suficiente y el cansancio siempre te vence. Si
supieras cuántas veces he huido de mí y me he dicho cosas horribles
porque no parecía lo que debía parecer… Porque no me sentía
cómoda en mi piel e iba por la vida pidiendo perdón por insultar a
los demás con mi presencia imperfecta…
Qué
sinsentido querer ser como otros, compararse y siempre perder, cuando
lo que somos es único y maravilloso… ¡Cuánto nos preocupa el
cuerpo y qué poco nos detenemos a sentirlo y notarlo! Lo
escondemos, lo sometemos a rituales sin sentido, lo maltratamos, lo
insultamos, lo negamos, nos avergonzamos de él. Buscamos
que otros nos den el visto bueno para tapar ese vacío enorme que nos
genera no poder aceptarnos tal y como somos.
Hoy
con la alcachofa, mañana con la piña o con un líquido o ungüento
milagroso que es definitivo para adelgazar hasta que sale otro que lo
desbanca que parece que es más definitivo todavía. Y no nos
engañemos, no hacemos todo esto para que nuestro cuerpo esté más
ligero, más sano, más ágil con la ayuda de un profesional (cosa
que me parece necesaria y apoyo desde aquí). Lo hacemos para que
otros nos miren como soñamos con mirarnos nosotros mismos.
Y
el “para
qué” lo
cambia todo… Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de una cosa
importante. Si
no soy capaz de aceptarme como soy ahora, no lo haré nunca.
Eso no implica no querer adelgazar, sino amarse desde antes de
conseguirlo. El
amor que yo siento por mí no puede depender de unos kilos de más o
de menos, de mis arrugas, de mis estrías, de las manchas de mi piel,
de si me cabe o no un pantalón… Eso no es amor, es conveniencia.
Es usarse para soltar la rabia contenida. No hay juez más severo que
uno mismo. En
esto de criticarse y juzgarse duramente, los demás solo son simples
comparsas, actores de reparto, la protagonista cruel que más se
exige siempre eres tú.
Si
supieras lo que yo me he dicho a mí misma… Lo que me he humillado
a la espera de acallar así a los dioses (imaginarios) para que
perdonaran mi osadía estética…
No
somos sólo un cuerpo, es cierto, pero lo necesitamos para aprender a
amarnos y respetarnos. Es
el primer peldaño hacia nosotros mismos,
hacia nuestra presencia… Nos avergonzamos de él y no nos damos
cuenta que vivimos desconectados de todas las historias que han
venido a contarnos sobre nosotros. Vivimos enganchados a una mente
que no cesa, que no para de pensar, de fabricar pensamientos que nos
limitan y condicionan, que nos impiden aceptar lo que somos y
mirarnos con la dignidad que merecemos. El
cuerpo nos ayuda a conectar con este momento que necesitamos para
curar nuestras heridas y soltar lastre, para dejar de sujetarnos en
creencias absurdas y esquivar fantasmas. El
cuerpo nos conecta con el suelo que pisamos para que nos salgan
raíces y nos crezcan las ramas…
Si
nos rechazamos, no podemos reconocernos y vivimos sin
vivir, sin notar, sin ser, sin estar. Estamos
siempre en bucle, esperando que algo de ahí afuera nos ayude a
sentirnos mejor, nos dé la respuesta que buscamos y nos haga sentir
bien y en paz. Y
no hay nada fuera para nosotros si no miramos dentro, y no nos
aceptamos desde ahora mismo… En
el antes y el después…
Nadie
nos puede dar ni decir nada que nos cambie si no nos damos permiso
para bajar el listón y decidimos que ya basta, que ya es suficiente.
Y no se trata de no tener pensamientos negativos, ni dejar de
juzgarse y criticarse de la noche a la mañana, eso no es fácil…
Se trata de aprender a no rechazar esos pensamientos, a
sobrellevarlos sin reproches, sin culpa, sin que te arrastren ni
secuestren. Si aprendemos a observarlos, les quitamos fuerza y
podemos gestionar la emoción que nos generan, les quitamos
dramatismo y los relativizamos. Eso hace que dejemos de
resistirnos. Amar
lo que somos nos permite estar presentes en nuestras vidas y no tener
que esperar para sentirnos libres.
Cada
vez que nos creemos insuficientes, que pensamos que no pasamos la
criba de esa operación bikini, nos estamos atacando. Nos dejamos
para luego, para el final, para nunca… Nos olvidamos de lo que
realmente queremos y nos dejamos llevar por lo que el mundo nos dice
que debemos ser o debemos desear.
Nos
maltratamos tanto que a veces no nos acordamos de encontrar un rato
para estar a solas con nuestros miedos, nuestras inquietudes, nuestra
angustia por no conseguir nuestras expectativas. Huimos de lo
inevitable pero lo inevitable siempre nos alcanza…
Voy
a decirte algo importante para mí…
Mi
cuerpo es maravilloso tal y como es ahora. Aunque a ti no te lo
parezca… Me ha costado un siglo verlo así, pero no pienso volver a
traicionarme nunca…
Mi
cuerpo y yo hemos vivido una historia de amor extraño que no fue a
primera vista, lo reconozco, pero que cada día es más sólido… Me
ha dolido mucho, mucho, me ha asustado hasta unos límites increíbles
y a veces insoportables… Y se me ha roto en pedazos, pero
ahora veo que era para que me diera cuenta que yo estaba muy
rota por dentro y recompusiera mis piezas…
Me
ha obligado a parar para que pudiera encontrarme y reconocerme. Me ha
dado una niña preciosa y perfecta casi sin que yo hiciera nada ni
supiera cómo pero pasó… Y todavía hay días que sigo
mirándolo con recelo y desconfianza, lo admito… Nuestro amor no es
un amor al uso, pero estoy aprendiendo a amarme cada día sin mirarlo
de reojo.
A
veces, cuando queremos cambiar nuestro cuerpo para que guste más y
encaje en una perfección imposible, lo hacemos castigándonos,
reprochándonos, obligándonos y negando lo que somos. Si deseamos
hacerlo, que sea un regalo que nos damos porque nos hemos dado cuenta
de que lo merecemos, que sea un acto de amor inmenso hacia nosotros
mismos… No
se trata de hacerlo para amarse más, sino de hacerlo porque ya te
amas mucho y sabes que te lo mereces.
Las
personas a veces esperan empezar a amarse cuando consigan sus metas o
sus sueños. Se dejan para después… Se valoran por sus resultados,
por lo que hacen y no por lo que son. Y en realidad, el
amor es el principio de todo. El
amor es la causa y nunca la consecuencia. Si esperas a cambiar o a
ser de otra forma para amarte, no te amarás nunca.
Porque
el problema no eres tú sino tu forma de mirarte. La
verdadera operación
bikini está
en tu mente y
consiste en dejarte de reproches y críticas, en parar de pelearte
contigo y con la vida y empezar a mimarte y hacerte cosas buenas,
hablarte bien y tomar aquello que te llena de salud… No para
encajar en ningún molde sino para vivir en paz contigo.
Mercè
Roura
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