Todo
viaje genera la ilusión de cortar con la vida habitual que llevamos.
En algunas ocasiones, esto lleva a pensar que todo el malestar que
nos aqueja se puede resolver haciendo un largo viaje, sin fecha de
retorno. En esos casos lo que se produce es una huida, que
generalmente fracasa.
Vivimos
en un mundo complejo, en el que, lamentablemente, se ha extendido la
idea de que no se debe dar cabida al malestar.
A pesar de que éste forma parte natural de la vida, hay ciertas
corrientes que se empeñan en enfrentarse a esta realidad. Por eso,
muchas personas no lo toleran y, cuando lo encuentran, huyen. A
veces, la huida toma la forma de un largo viaje.
Es
muy habitual escuchar que alguien está tan harto de todo, que
quiere irse lejos. Hay
quien convierte esta idea en realidad. Efectivamente, emprenden un
viaje para dejar atrás todo lo que les origina conflicto o, mejor
sería decir que emprenden la huida de su realidad, valiéndose de un
viaje.
Por
eso se habla de viajes de crecimiento y viajes de huida.
Los primeros son aquellos que nacen de un deseo sano por ensanchar
los horizontes y descubrir el mundo. Los segundos son travesías que
usualmente parten de una idealización del destino y
terminan con el desencanto frente al mismo y, tal vez, una gran
confusión.
“Viajar es un estado de mente, una forma de revisar nuestras perspectivas del mundo y de nosotros mismos, de explorar y de mirar. Pero nunca es la respuesta a todos nuestros problemas, nunca un método de eliminar ansiedades y a cierto punto esto mismo siempre será decepcionante”.
-Miranda
Ward-
Tomar
distancia y viajar
Hay
una diferencia sutil, pero a la vez profunda, entre tomar
distancia para
abordar un problema desde otra perspectiva y tomar distancia como una
forma de huida.
Lo complicado es que no siempre nos damos cuenta de si estamos
haciendo lo uno o lo otro.
Un viaje es
precisamente una de esas ocasiones que se presta o para cambiar de
perspectiva o emprender la huida.
De una u otra manera, todo viaje “desconecta” de la rutina
habitual y de los problemas de siempre. Cuando se emprende un viaje
largo, con el propósito de no regresar en el corto plazo, la
desconexión es mucho más radical.
Cómo
de sana o neurótica sea esa opción depende tanto de las motivaciones como
de los propósitos.
Si la motivación es romper con todo aquello que genera malestar,
probablemente estemos hablando de un viaje de huida. Si el propósito
es encontrar ese sitio en donde todo por fin va a estar en su lugar y
nos espera la felicidad, es probable que estemos hablando de una
huida con todas sus letras.
Un
viaje de crecimiento se emprende cuando tenemos ganas
de novedad,
curiosidad frente al mundo y deseos de descubrir. No
está asociado a los problemas que tenemos en nuestro día a día,
sino con un fuerte deseo de ampliar nuestra perspectiva, aprender y
vivir. Se
planea y se disfruta de planearlo. No está precedido de conflictos,
sino de parabienes.
Un
viaje de huida, en cambio, se emprende desde el hartazgo. Desde
el deseo de no saber más de lo que nos atormenta y de eliminar todo
aquello que nos disgusta. No se quiere escribir una nueva página,
sino borrar las anteriores. Se
planea de manera relativamente superflua y tiene más que ver con el
impulso que
con la razón. Suele estar precedido de silencios densos, gritos o
portazos.
La
verdadera dificultad está en que podemos huir de todo menos de
nosotros mismos. Lo
más común es que los problemas que deseamos dejar atrás se
reproduzcan de nuevo en nuestro lugar de destino. Si
bien cambia el escenario, la esencia de lo que nos ocurre sigue
siendo la misma. De hecho, es muy probable que todo empeore.
Hay
ocasiones en las que los seres humanos nos
resistimos a explorar dentro de nosotros mismos porque no queremos
renunciar a ciertas fantasías o porque tememos hurgar en
heridas sobre
las que hemos asumido que no cicatrizarán. No emprendemos la huida
porque seamos cobardes, o porque nos falte carácter. Lo hacemos
porque pensamos que es una solución eficaz, pero no lo es.
Siempre
que se viaja hay novedades que cautivan porque dan en verdad la
ilusión de estar protagonizando una nueva vida.
Sin embargo, con el paso de los días, de las semanas y los meses,
las cosas cambian. No hay ningún lugar de la tierra exento de
tristezas, desilusiones, egoísmos, envidias,
ira y todo aquello que, al principio, y a primera vista, no se capta.
Cuando
la novedad termina, es probable que resurja el malestar. Quizás
adopte otras formas o se manifieste de otras maneras, pero ahí
estará. Entonces, tal vez pensemos que nos equivocamos de destino,
que el tesoro oculto está en otro país, en otro continente. Y es
posible que emprendamos un nuevo viaje de huida.
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