Es
muy normal escuchar hoy en día frases como: “no entiendo el porqué
de las cosas que ocurren, por eso cada día estoy más desilusionado”
“me siento desengañado, nada tiene sentido”
La
ilusión es un término que ya en sí mismo señala irrealidad y
dominio de las apariencias, un término que incluso da nombre a la
figura del “ILUSIONISTA”. En realidad, el término ilusión se
asemeja a algo encerrado en un gran “globo”, es decir, a una
imagen bonita, pero a la vez inconsistente que, a poco que
indaguemos, comprobaremos que vive amenazada por una aguja, una aguja
no definida pero temida que mantiene al ilusionado en un estado sutil
de amenaza ante el “pinchazo” y la consiguiente desilusión.
Si
calibramos la diferencia entre entusiasmo que hace etimológicamente
referencia a en zeus
siasasmarse,
o “estar lleno de Zeus”, es decir de dios, y a su vez el término
ilusión que deriva de latín Ilusio y señala engaño, observaremos
que mientras el entusiasmo es creativo y de amplios recursos, la
ilusión tiende a basarse en proyecciones que, a la manera de atajos
en el desarrollo, pretenden tapar carencias.
El
entusiasmo como sentimiento brota generoso desde lo profundo y de
por sí sabe a cierto y legítimo. Este mismo rango lo comparte la
alegría, otro sentimiento cuyo estado de conciencia conlleva
confianza y serenidad, cualidades ambas de la esencia. ¡Siendo muy
diferente la alegría de la ilusión! En realidad, mientras que
reconocemos el entusiasmo y la alegría como profundos, reales y
verdaderos, sabemos que en la ilusión viven sutilmente ocultos los
miedos y un no querer ver la realidad.
Lo
cierto es que, la pérdida y el desengaño tienen mala prensa en
nuestras vidas, pero a poco que seamos conscientes de la existencia
de un “algo más” tras las apariencias, un algo más que
moviliza el proceso del vivir, no tardaremos en darles la
bienvenida. Conforme indaguemos, veremos que todo dolor que podamos
haber vivido en nuestro pasado, conllevó algún tipo de pérdida en
su propio Kit. Es decir, pérdida de seres queridos, de objetos, de
salud, de amistad, de lealtad, de juventud, de belleza, de un
proyecto, de un íntimo sueño, de la seguridad, del bienestar, de
dinero, de amor, de dios, del atractivo, de cualidades, de poder, de
capacidad, de confianza… observemos que detrás de aquel dolor,
había ciertas dosis de apego y pérdida. Un dolor que tan solo se
acalla y resuelve tras realizar el proceso de aceptación que toda
pérdida conlleva. Es por ello que a mayor aceptación menos dolor,
y a mayor dolor menos aceptación. Un proceso más allá de la
lógica y nada controlable que alarga o acorta el tiempo de duelo.
Detrás
de este juego de pérdidas pasadas y contemplación de pérdidas
futuras, se esconde el aprendizaje no solo de la sabia acción de
“soltar” y desprenderse de la identificación a cosas,
cualidades y personas que tanto poder tienen para turbar la efímera
seguridad que parecen proporcionarnos, sino también de consolidar
una manera de ser y vivir en el sostenido desapego, un desapego que
no conlleva indiferencia, desamor ni desinterés, sino una
consciente y ecuánime relación de Realidad con todo lo que parece
que hoy tenemos, ya sea en propiedad o en identidad.
Pérdida
a pérdida vamos haciéndonos más ligeros, y conforme hay más
ligereza, al igual que un globo aerostático, la vida que encarnamos
se eleva hacia espacios de mayor sutilidad, hacia reinos de menor
densidad, hacia una mayor visión global y mayor vivencia de
libertad.
Comprender
que en realidad por más que parezca que tengamos, no tenemos nada,
y comprender que todo lo que percibimos es temporal y que somos “más
pasajeros que conductores” en este gran juego que llamamos vida,
es una de las primeras lecciones que nos aportan las pérdidas.
Pérdidas
que, cumpliendo su misión didáctica a cargo de la Inteligencia de
Vida, suelen venir en rachas de apariencia oscura y de consecuencias
luminosas…
El
soltar no solo conlleva una relación de transitoriedad y de
presencia con todo lo que ahora tenemos propiciando nuestro
bienestar, sino que también podemos entenderlo como una progresiva
desidentificación del cuerpo, de los pensamientos, y del propio
personaje que encarnamos. Esta desidentificación puede producirse
en la evolución de algunos seres humanos más avanzados cuando
logran atravesar la mente pensante e instalarse en la identidad
esencial, en lo que realmente somos.
Una
travesía que sucede abriendo la puerta del ahora, y vivenciando un
estado autentico del presente continuo, algo que se conoce como la
trascendencia de cualquier dependencia de lo material.
El
desengaño supone salir del engaño, y eso, aunque parezca doloroso,
es una bendición, la bendición de participar de un mayor grado de
verdad, una verdad cuya búsqueda convierte a muchos seres que la
anhelan en unos verdaderos peregrinos.
Se
trata de buscadores a los que ya no les basta la falsa sensación de
seguridad que les ofrecen las posesiones y las identificaciones. Son
seres que deciden recorrer el camino de la comprensión, aunque éste
conlleve progresivas dosis de desilusión y desengaño, un camino
que a su vez ofrece múltiples pérdidas y desapegos para llegar a
abrazar el auténtico amor de sus vidas: la verdad.
Mañana
podemos perder lo que más valoramos. Incluso podríamos estar
muertos. Vivamos al día y demos gracias al universo por “lo que
hay”, pase lo que pase… en realidad, no tenemos más que el
momento presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario