7.11.20

Lo importante es no dejar de preguntarse y tratar de comprender parte del misterio

TODOS TENEMOS DOS CUMPLEAÑOS

Todos los seres humanos sorprendentemente tenemos dos cumpleaños:

1.- El primero de ellos cuando nacemos.

2.- El segundo y quizá el más importante, es el día en el que despierta nuestra conciencia.

Cuando nació nuestro cuerpo físico en la forma de bebé, no éramos conscientes de que comenzaba la vida. Sin embargo, existe otro nacimiento posterior en el que nos damos cuenta de algo extraordinario que abre todo un mundo de conocimiento y evolución.

Se trata de una experiencia en la que, de pronto, sentimos que somos algo más que una mente pensante. ¿Les ha sucedido a ustedes ya? Y si ha sido así, ¿en qué momento sucedió eso que abrió nuestro ser a una identidad más amplia?

En realidad, no sólo nacemos físicamente, sino que también nacemos espiritualmente. En este segundo nacimiento, es cuando tomamos consciencia de que “SOMOS ESENCIA”. Una experiencia energética a través de la cual comenzamos a desear realizarnos y tomamos consciencia de la estupenda posibilidad de actualizar nuestras potencialidades y recrearnos en la plenitud perfecta de lo que somos y nos rodea. En ese día donde no hay vuelta atrás, realmente, volvemos a nacer con mayor intensidad.

El nacimiento físico conlleva el acceso progresivo a nuestra persona física, emocional y mental. Sin embargo, el llamado nacimiento espiritual anuncia la entrada en un CAMINO SIN RETORNO por el que paso a paso, vivencia a vivencia, expandimos nuestro nivel de consciencia.

Hacer consciente nuestra verdadera identidad es un camino que también empieza con un primer “darse cuenta”. La diferencia entre el antes y el después es algo parecido a vivir dormidos o despiertos a dimensiones internas insospechadas. Lo espiritual está más allá de los credos e ideologías de cualquier índole. Lo espiritual es una experiencia íntima y que va mucho más allá de lo puramente racional por la que nuestra personalidad Profunda aflora.

Se trata de un nacimiento que, cuando nos sucede, ya no tiene vuelta a nuestro estado anterior. Uno ya sabe que podrá cambiar sus ideas, pero no podrá renunciar a esa consciencia del sí mismo que ya le ha sido revelada. Un nivel que no se basa en la cantidad de información, sino en la capacidad de darse cuenta. Hay seres humanos que ya han nacido a esa experiencia y otros que aún no les ha llegado. No es una cuestión de edad, inteligencia o tesón, sino de esa misteriosa fuerza que abre a unos corazones antes que a otros.

Lo que sí es cierto es que dicho nacimiento es un algo por lo que dar las gracias. Si sentimos que aún no ha llegado, es el momento de aprovechar una buena circunstancia emocional para abrirnos al Universo y abrirnos a una confiada espera. Todo llega en su momento.

Se dice que cuando el discípulo está preparado, aparece el maestro. A veces, éste adopta la forma de un libro, otras, de un cálido atardecer, otras se esconden en el tacón de una bailarina o en la pupila de un ser especial. En ocasiones, llega acompañado de amor irresistible y de acontecimientos de dolor, cambio e inesperadas sorpresas.

Cuando el ser humano despierta y accede a esa vivencia interna, sabe que ha vuelto a nacer porque ya no vivirá más de lo mismo, tal vez porque siente que antes deambulaba a ciegas. En realidad, darse cuenta de que uno vive en el sueño de la mente es una forma de despertar.

Cuanto más elevado es el rango de apertura y profundidad de un ser humano, más sencillez y concreción hay en sus preguntas. Cuanto más amor fluye por entre las grietas de su alma, más escucha sin corregir, sin opinar y sin evaluar las respuestas. Cuando hemos superado el miedo a expresarnos plenamente, el hecho de escuchar comienza a ser un arte que conlleva grandes dosis de respeto y ecuanimidad.

“La vida es sueño”, decía Calderón. “vivimos en una caverna y nos relacionamos con el mundo de las sombras”, decía Platón. Salir de la “caverna” significa el inicio de ser consciente. ¿Consciente de qué?

De que, en esencia, uno es observación, que no tiene límite de tiempo con plenitud de conciencia. Un estado mental que no depende del patrimonio acumulado ni del grado de inteligencia. Ya sabemos que el camino del puro “tener” tiende a resultar insaciable. Para él nunca es bastante, y una vez conseguidas las cosas deseadas, nada nos garantiza la paz completa. El cultivo del “ser” aquieta la mente y permite vivir el regalo del conocimiento consciente y la paz profunda del alma.

Lo importante es no dejar de preguntarse, basta con tratar de comprender una pequeña parte del misterio cada día. 

http://lacienciadelespiritu.blogspot.com/2020/11/todos-los-seres-humanos-tenemos-dos.html

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