ASOMBRO ANTE LO ABSOLUTO
La grandeza de lo que nos envuelve, el escepticismo, la
espiritualidad, el compromiso social, entre otros temas, en la visión del
filósofo Héctor Sevilla
Parecería comprensible que lo cotidiano no despierta
asombro alguno. ¿Nos estamos perdiendo algo?
–No existe nada cotidiano, lo cotidiano es nuestra
visión de las cosas, la manera con la que las percibimos. Incluso el andar de
una hormiga tiene matices y detalles que dejamos de observar. Al no asombrarnos
nos perdemos de nuevas significaciones ante las cosas que hay a nuestro
alrededor. Vivimos y experimentamos situaciones, pero no agudizamos la mirada
para percibir los detalles. Es ahí, en las aparentes pequeñeces, donde se
encuentra la grandeza de lo que nos envuelve.
¿El asombro es el comienzo de una experiencia
transpersonal?
-Puede serlo, pero para ello debe existir disposición. Los motivos de asombro llaman a nuestra puerta, pero si la mantenemos cerrada no habrá consideración de lo transpersonal. Incluso el encuentro con otra persona nos podría conducir a la experiencia de lo transpersonal si contemplamos lo que nos une más allá de lo que creemos ser o de lo que pensamos que somos.
La admiración nos sorprende, pero el asombro nos deja anonadados, nos conduce a reconocer el misterio de lo inefable, la intensidad del presente y el gran abismo entre eso y nuestro entendimiento.
¿Asombro e incertidumbre son dos caras de una misma
moneda?
-Son monedas que interactúan entre sí, sin ser las mismas.
En un primer momento, el asombro nos contacta con nuestra levedad y eso nos
deja en incertidumbre ante lo que nos corresponde hacer en el mundo, ante lo
que somos o el papel que hemos tenido. La incertidumbre genera temor, pero una
vez que se la deja estar, entendiendo que es el estado esperable de quien no
niega el misterio, adviene un asombro reverente. Ya no se trata de un asombro
que nos deja huérfanos y desvalidos, sino uno que no tiene la expectativa de
paternidades o de supremacías. La reverencia es hacia lo absoluto y hacia un
orden que, a pesar de no comprenderlo, lo podemos intuir.
¿Lo absoluto es lo divino?, ¿es la divinidad? ¿Hay
diferencias entre uno y otra?
-La diversidad de las religiones ha promovido diferentes
rostros, modalidades o nombres a lo absoluto y de ello derivan las divinidades.
No obstante, lo absoluto no se restringe a la particularidad de las
representaciones humanas, sean cuales sean, puesto que intentan especificar lo
absoluto o encasillarlo en modalidades concretas, lo cual es improcedente.
Si alguien dice conocer a Dios lo restringe a la forma que le ha impuesto, pero
eso no es lo absoluto, sino una deformación. Lo absoluto no admite
representación alguna, al punto de que incluso la nominación de absoluto es
insuficiente.
¿Es posible entender o percibir lo absoluto? ¿Cómo?
-Si entendiéramos lo absoluto lo seríamos, pero no lo somos
por ahora. Lo que percibimos son señales o muestras de lo absoluto, a partir de
las cosas concretas, el cosmos, la existencia o la vida, pero todo ello son
manifestaciones de algo, no ese algo. Del mismo modo en que la obra de arte
no es el artista, pero nos muestra algo de él, la existencia
concreta no es lo absoluto, pero es evidencia de su presencia.
¿En qué momento aparece lo absoluto en el camino de lo
transpersonal?
-Somos nosotros los que aparecemos, pues lo absoluto siempre
está ahí. De hecho, aparece nuestra conciencia de que siempre hemos estado
también. Lo absoluto no se nos aparece porque lo que ya está presente no puede
aparecer. Lo absoluto no es algo que está al final del camino como si fuese un
premio por la iluminación lograda, es más bien el camino mismo.
¿Se puede vivir sin asombro?, ¿qué consecuencia conlleva?
-Cuando se minimizan las cosas que suceden o se observan con
trivialidad puede disminuirse la capacidad de asombro. Como todas las
cualidades, la de asombrarse también requiere entrenamiento. En el ámbito
artístico, si un espectador no está interesado en una obra de teatro, una
película, una pieza musical, una artesanía, una pintura, una danza o una obra
literaria, no logrará captar las maravillas que están ahí. No basta con que el
ojo se entrene para entender el arte, necesitamos sensibilizarnos para
palpitarlo. En el mundo místico acontece algo similar, se requiere saber ver, o
incluso ver sin ver.
¿Qué es lo perfecto? ¿Podemos asociarlo acaso con lo
absoluto?
-La perfección es un concepto que hemos elaborado para
designar aquello que contiene todas las características y méritos que
consideramos deseables o apetecibles. La perfección es una etiqueta humana. Lo
absoluto no se circunscribe a lo que los humanos entendamos como perfecto y
tampoco se delimita a cumplir con el canon que estipulemos. Es por ello que lo
absoluto no es perfecto, porque si lo fuera sería algo, un ser o un artefacto,
que se alinea a nuestros intereses. Está más allá de toda concepción de
perfección. Los dioses griegos eran afines a lo que en su tiempo se consideraba
perfecto y deseable, de modo que fueron asociados con distintas virtudes,
disfrutaban de placeres y ejercían su poder en distintos ámbitos de la vida
humana. Sin embargo, lo absoluto no se relaciona con los atributos humanos, por
más que se suela pensar en divinidades amorosas, comprensivas y cariñosas, a la
vez que iracundas y castigadoras.
Maimónides llegó a decir que Dios no es a nuestra imagen
y semejanza. ¿Qué quiso significar?
-En el primer volumen de su “Guía de los perplejos”,
Maimónides señala el error de intentar glorificar a Dios a partir de los
atributos humanos. Pensamos que la realidad se somete a lo que entendemos; suponemos
que lo valioso se enmarcará en nuestra idea de lo que es valioso. Así, nos
volvemos dictadores de lo que requiere Dios para aparecer grandioso a nuestros
ojos. Todo eso no es más que vanidad. Suponer a un Dios que es semejante a
nosotros es similar a pensarlo como una marioneta. No podemos someter a lo
absoluto o disfrazarlo con nuestros antifaces. Nishitani, de la escuela de
Kioto, consideró que la deidad no tiene que ver con las representaciones que
nos hacemos de Dios.
El espíritu de la época influye en los pensamientos y
sentimientos humanos. ¿Cómo definiría el espíritu de la que nos toca vivir?
-Hay situaciones que no podemos eludir, pero eso es
diferente a que nos toque vivirlas de cierta manera. Nuestra
vivencia de las cosas que suceden y nos suceden es muy variable. Las personas
responden de manera diferente a las circunstancias, por más parecidas que sean.
No elegimos lo que sucede alrededor, pero no me parece que esté predefinida la
manera de vivirlas. Si pensamos en el Zeitgeist como un estado
cultural y situacional de las cosas, me parece que ahora, al menos en torno a
la pandemia, nos corresponde reestructurar nuestros paradigmas.
¿La autocognición o autoconocimiento es una apuesta
fallida?
-Es una apuesta limitada, pero no fallida. Justo la postura
de que lo humano debe ser absoluto para tener sentido es lo más fallido de
todo. ¿Lo que podemos conocer de nosotros es absoluto? No, en definitiva no es
así, pero no por ello se erradica el significado y el valor de indagar en
nuestras emociones y ser críticos ante nuestros pensamientos. ¿Podemos conocer
de manera total a otra persona? No, pero eso no implica que no tenga caso
encontrarse con los demás y tratar de saber más sobre lo que les interesa o lo
que experimentan. ¿Podemos tener consciencia plena de lo absoluto? No, tampoco,
pero eso no debería conducirnos a dejar de indagar.
En su trabajo esclarece qué es el escepticismo, a tal
punto que uno puede pensar que sería de gran utilidad en el mundo
contemporáneo.
-Conviene ser escépticos, incluso de esta última afirmación.
Dudar de lo que se nos presenta a primera vista, permitiéndonos averiguar o
investigar, es un punto de partida óptimo. Quizá no necesitemos dudar de manera
contundente de todo, como dudar ahora mismo de que esto es una entrevista, pero
sí conviene hacerlo de aspectos que definen nuestra manera de vivir. Podemos y
tenemos derecho de ser escépticos y cuestionar si estamos viviendo del modo que
lo queremos hacer, si nuestras relaciones son fructíferas, si la idea que nos
hemos hecho de nosotros mismos es certera, si nuestras creencias religiosas son
una herramienta para juzgar la fe de los demás y muchas tantas otras cosas. Es
útil ser escéptico ante lo que otros afirman, sobre todo en la desinformación
que nos inunda, pero es más valioso ser crítico de sí mismo.
¿En qué podría servirnos también la propuesta del
desapego budista?
-Es curiosa la manera en que está hecha esa pregunta, pues
está fundada en la expectativa de que el desapego sirva, justo
cuando el desapego mismo debería soltar la necesidad de que sea una herramienta
útil o destinada a nuestros fines y controles. El apego central es pensarnos
controladores de lo que sucede y creadores exclusivos de nuestro bienestar.
Nagarjuna señaló la incongruencia del bodhisattva que, creyéndose liberado del
ego, presumió a sus compañeros que había llegado a la iluminación. En ese
sentido, el afán por el desapego puede convertirse en un apego más.
¿Cómo explicaría que lo esencial del hombre está en sus
carencias?
-Con excepción de lo absoluto, todo lo existente tiene
carencia. Las carencias humanas son diferentes a las de otras especies. Son
nuestras carencias las que nos impulsan a realizar las cosas. Si fuésemos
absolutos e imperecederos estaríamos inmóviles, pues solo lo finito tiene movimiento
y variación. Las proezas humanas son meritorias porque suponen haberse
sobrepuesto a alguna carencia, una ausencia, una falta o un vacío. Por eso es
tan importante reconocerse ignorantes, o carentes de saberes, para poder
aprender.
Dice que “la filosofía es vaga y es mejor que así sea”.
¿Por qué?
-Vaga en cuanto que no nos estipula una manera de vivir
concreta en la situación específica en la que estamos. La filosofía no suple
nuestro propio ejercicio filosófico. Lo que otros dicen, o la filosofía ya
expuesta, tiene vínculos con nuestras circunstancias, pero no es definitiva. No
es vaga en cuanto que sea holgazana, sino que no está ni cerrada ni terminada y
tampoco se la puede tomar de manera definitiva o dictatorial. Los
universalismos en la ética, por ejemplo, no son más que moralizaciones
generalistas.
¿Por qué es imprescindible limpiar la vasija de la mente
como primer paso para evitar la distorsión de lo divino?
-Porque la mente, sobre todo cuando es voraz, cosifica lo
divino, lo vuelve un utensilio para nuestros intereses. Lo que está en el
refractario de nuestros pensamientos se involucra y se impregna de lo que
ponemos en él. Desde luego, parece imposible que comprendamos algo sin los
constructos que hemos tomado de nuestros contextos o aprendizajes previos; por
ello se trata más de contemplación que de comprensión intelectual, sin importar
que para llegar a ese punto se requiera haber transitado por senderos
intelectuales.
Hemos leído mucho sobre la crisis de valores en la
sociedad actual. ¿Es una cuestión de valores o de ir más allá del juicio moral?
-Los valores no están en crisis, están en crisis las
personas que manejan ese discurso. Tanto ayer como ahora han existido los actos
leales, las conductas solidarias y las ofrendas amorosas. La manera en la que
actuamos puede variar, pero el acto valorativo sigue teniendo procesos
similares. Los valores existen en nuestra cosmovisión, pero son las virtudes
las que deben florecer. No basta con valorar y pensar en lo que es correcto,
mucho menos juzgar a los que no se adecúan a ese orden de ideas, sino que es
imprescindible actuar de manera virtuosa. Todos valoramos algo, pero no todos
lo llevamos a la práctica y construimos virtudes a partir de ello.
¿Las estructuras sociales en general conspiran para
anular la capacidad de cambio a nivel psico-espiritual?
-No lo vería de ese modo, pues eso construye la noción de
que esto es una contienda entre buenos y malos. Más allá de esa elaboración
maniquea, conviene percibir que socialmente habitamos una era de consumo en la
que se vuelve cada vez más complejo dedicar tiempo al misterio y al asombro. No
hay un culpable directo de eso, lo hemos hecho como sociedad. Desde luego
existe manipulación de los medios de comunicación y en las redes sociales, pero
no tanto para aminorar nuestro desarrollo espiritual, sino para lograr
vendernos algo, incluso la supuesta iluminación. El problema es pensar que todo
lo podemos obtener de manera inmediata, sin trabajo y disciplina. Se promueve
la vida espiritual inmediata, la belleza inmediata, la sabiduría inmediata, el
reconocimiento social inmediato. No obstante, esa abundancia de
carencia es a la vez una especie de llamado para edificar de maneras
diferentes.
¿De qué modo influye la cultura en lo transpersonal?
-El uso de la palabra transpersonal y las nociones que
supone remiten a una producción cultural, no hay manera de independizarse por
completo de ello y tampoco hay necesidad. Pero lo cultural es el punto de
partida, ofrece matices y modula nuestra manera de adentrarnos en lo
transpersonal, pero una vez ahí, al menos por instantes, los aprendizajes
quedan lejanos y las elaboraciones propias están en segundo plano. Pareciera un
juego de palabras, pero se trata de una despersonalización que nos reconcilia
con nuestra persona. Se trata de ir más allá de lo personal, pero sin que eso
implique negarnos o destruirnos, porque tras la experiencia transpersonal
volvemos al ámbito personal.
¿Qué tan profunda o superficial es la relación filosofía
– espiritualidad?
-La espiritualidad es una metafilosofía, pero requiere de la
filosofía para no extraviarse. Tanto el filósofo como el místico buscan e
indagan, a la vez que saben que no está en sus manos la respuesta que los
motiva y no la pueden proferir. El falso místico y el falso filósofo, ambos
conducidos por la vanidad más que por la renuncia y la ofrenda de sí, se
perciben contrapuestos. La distancia es únicamente ilusoria. El rigor del
filósofo no es obstáculo para reconocer su límite y adentrarse en lo
misterioso. El compromiso del místico no es contrario al esfuerzo por poner
palabras para tratar de explicar lo que vive, aun sabiendo que no lo logrará.
La espiritualidad sin filosofía es fanatismo; la filosofía que renuncia a lo
inefable está en una fase adolescente.
¿Cada momento es sagrado?
-No lo creo, hay momentos que no son dignos de veneración y
respeto. Lo que es absoluto es el presente, pues siempre es y se mantiene
siendo. El carácter de sacralidad es otorgado por el hombre o la mujer, la
sustancialidad de lo divino en el tiempo no sigue esa regla. El tiempo es sin
nosotros, el momento nos interpela a nosotros. Solemos decir que el tiempo
pasa, pero somos nosotros los que transcurrimos a través del tiempo, que de
cualquier manera seguirá.
Los momentos se van con nosotros, habitamos el tiempo mediante momentos que
están secuenciados entre sí.
¿Qué es el ojo del corazón?
-Es el visor de lo sintiente.
Desde que se hizo famosa la película Matrix muchos
entendieron el concepto de despertar, no necesariamente como se entiende en tradiciones
orientales. ¿Buscamos algo que se posee de antemano?
-Ahora mismo, mientras respondo esta pregunta o mientras
alguien lee, poseemos y vivimos cosas de las que no somos conscientes hasta que
nos detenemos a contemplarlo. Hemos recibido mucho, hemos vivido demasiado,
pero no siempre tenemos claridad del modo en que eso nos ha cambiado. Las
respuestas llegan si las buscamos, a ellas les agrada presentarse cuando son
deseadas, pero hay que desearlas al punto de que podamos centrarnos y
focalizarnos lo suficiente. Todo lo que buscamos ya lo hemos poseído en cierto
modo, porque de no ser así no nos interesaría encontrarlo. El que anhela
aprender ya ha aprendido. El que se dispone a amar ya está amando. El que
trabaja por mejorar ya ha mejorado. El que se prepara para perdonar ya ha
perdonado. No hay algo que busquemos y no lo tengamos en cierto modo, porque no
hay manera de emprender la búsqueda de algo que ni siquiera hemos intuido. El
viaje principal no supone llegar a otro lado, sino volver al punto de partida.
¿Quizá creamos en algo que nos hace sentir mejor, por
falso que pudiera ser, antes de no creer en nada?
-Me parece al revés. Primero necesitas no creer. Cuando has
vaciado tus bolsillos mentales de los ídolos que lo habitaban, solo queda la
nada. Pero la deidad habita en el vacío. Eso es trascender la creencia,
es intuir, a pesar de que has desfundado las creencias. En ese
punto aprecias que hay algo innombrable que no se sujeta a tus palabras y que
el silencio es dador de significados. Justo eso, atreverse a contemplar cuando
solo hay oscuridad, es lo que distingue al místico del religioso, quien busca
signos, formas, ritos y modos. No necesitamos esforzarnos para relacionarnos
con lo absoluto, no hay manera de no hacerlo.
¿El fanatismo religioso no es diferente del racismo, por
ejemplo?
-El racismo se centra en las diferencias genéticas, pero
pierde de vista que ahora mismo somos una gran combinación de ancestros y
grupos. El fanático religioso excluye y condena a los que no creen en lo que él
cree, pero pierde de vista que las religiones se han construido a partir de
sistemas de pensamiento ya existentes. Los tres monoteísmos centrales, por
ejemplo, coindicen en la idea de que Dios es Uno. En cierto modo, al menos en
esencia, están creyendo algo similar, pero el problema viene en la apropiación
particular de la creencia. El problema no son las creencias, sino la imposición
de las mismas y volverlas un ejercicio de poder y control. Tal como tenemos una
gran variedad de orígenes (lo cual es comprobable con un examen de ADN),
ninguna creencia religiosa es del todo pura o autónoma.
¿La vida espiritual no está excluida del compromiso
social?
-Por el contrario, sin compromiso social no existe vida
espiritual. Aislarse sin ofrecer beneficio alguno a los demás no es propio de
alguien que vive en conexión con lo absoluto, sino de alguien temeroso. Desde
luego, se requiere cierta renuncia y soledad, pero no de manera completa o por
indiferencia. Todo momento de retiro se complementa con ocasiones de entrega y
corresponsabilidad social. Es equivocado pensar que alguien que no ha logrado
empatizar con otro ser humano haya logrado sintonizar con la deidad.
¿La empatía, una de las actitudes que postula ante el
asombro, puede llevarse al “extremo” de integrar nuestra propia sombra, como
decía Jung?
-La idea de la sombra es muy didáctica porque alude a
aspectos que nos acompañan a donde vayamos. Pero aquello que se nombra como
sombra en realidad no está ajeno a nosotros, también somos eso. No es algo que
nos acompaña o que reflejamos como desprendimiento de nosotros, así que no
necesitamos integrar todo eso: ya está integrado de antemano. Lo que
corresponde es no negarlo. Es infantil pensarnos como seres que emanan luz y
paz constantemente, como si todo nuestro ser estuviese conformado de
cualidades. No lo creo así, esa es una deformación de lo que somos, bastante
trivial y mercantil. No somos productos que necesiten venderse, somos seres que
necesitan aceptarse con todo lo que contienen. Solo una visión que supere la
fragmentación nos permitirá ser empáticos con las oscuridades de los
demás.
¿Puede explicar la idea de educar en el holismo?, ¿de qué
trata?
-Educar en el holismo consiste en percibir la fragmentación
que hemos hecho del conocimiento y de las cosas, para así poder integrarlas
nuevamente. De acuerdo con Ana María González, educar de manera holística
implica: a) aceptar la condición cósmica de lo humano; b) promover la
conciencia comunitaria; c) desarrollar la conciencia social; d) impulsar la
conciencia planetaria d) facultar la
dimensión espiritual/trascendente de la conciencia. Como puede verse, es algo
que va más allá de la elaboración multidisciplinaria de un programa de
estudios.
Héctor Sevilla, Doctor en
filosofía, investiga sobre la vacuidad, la filosofía de la religión y la
mística. Es profesor en la Universidad de Guadalajara (México) y autor de una
quincena de libros y un centenar de artículos. Kairós publica “Asombro ante lo
absoluto”
Contacto: hector.sevilla@academicos.udg.mx
Web: hectorsevilla.com
VISTO EN: https://tumismo.es/entrevistas/asombro-ante-lo-absoluto/
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