CUANTO MÁS TE AGARRAS AL MANDO, MENOS MANDAS…
Puede que no tengamos tiempo de ser felices si siempre estamos pensando y necesitando cómo controlarlo todo.
Siempre pendientes de todo para que sea perfecto, para que
no falte, no sobre, no parezca ni pequeño ni grande…
Siempre preocupados por si termina mal, por si se queda a
medias, por si no gusta, no se entiende, no es como un millón de mentes pueden
haber soñado que sea… Por si la vida real no se parece lo suficientemente a la
fantasía que hay en nuestra cabeza y eso hace que creamos que no vale nada.
Siempre angustiados por llegar, por parecer, por demostrar, por puntuar, por ganar… Viviendo en una comparación sinfín con los mejores, con los peores, con los que lo tienen todo y con los que no tienen nada. Con los que nos miran de reojo desesperados por no estar mejor que nosotros pero fingiendo lo contrario para no ser felices y atraer un castigo divino.
Acumulando miedo y experiencias para cuando superemos el
miedo y nos atrevamos a vivir. Esperando el momento perfecto para dejarnos
llevar por la música y bailar sin movernos de la silla.
Contándole al mundo lo bien que lo planificamos todo, lo
organizados que somos, lo mucho que nos sacrificamos y viendo como el mundo nos
aplaude por machacarnos a nosotros mismos.
Viviendo una vida calculada sin riesgo, con el freno de mano
puesto por si falla el freno habitual y el piloto automático de la mente.
Sonriendo en falso para salir feliz en todas las fotos de la
vida, pero con esa amargura contenida dentro del que no se siente libre para
llorar.
Buscando la felicidad en el camino opuesto a la risa, la
libertad, la compasión, la amabilidad, la calma…
Buscando la aventura de nuestras vidas sin salir del metro
cuadrado que nos separa de la vida y jugando a creer que lo tenemos todo
controlado cuando en realidad la vida se ríe de nosotros cada vez que nos
creemos a salvo.
Leyendo un manual sobre cómo vivir una vida más feliz, pero
sin salir de sus páginas. Lo que es como aprender a nadar en seco, sin tocar el
agua… Aprender a sentir con simulador, sin amar nada o nadie, por si nos rompe
el corazón cansado.
Obsesionados con desterrar la incertidumbre más necesaria
para respirar aliviados y comprando la falsa idea de una seguridad asequible,
de una vida sin sobresaltos.
La felicidad no es un lugar al que se llega cuando todo es
perfecto y está bajo control, cuando no hay problemas ni el viento nos
despeina.
La felicidad es este momento imperfecto que surge cuando te
das cuenta de que no hay nada más. Ese instante en que decides que no importa
cómo, sólo para qué.
Cuando compras risa y no te importa pagar con perder la
discusión.
Cuando te atreves a hacer lo que algunos llaman el ridículo
por algo que amas.
Cuando abres la ventana y la brisa se lleva todas las hojas
del guion perfecto de tu vida y descubres que, indiscutiblemente, es mucho
mejor así. Porque hasta ahora lo planeabas todo tú y tu vida ha sido un fiasco.
Cuando decides que no sabes nada y te dejas asombrar por
todo. Y paras. Y respiras. Y descubres que hay un pájaro que canta desde
siempre entre esos árboles pero no le habías escuchado nunca.
Cuando piensas “a ver qué pasa ahora si te dejas llevar”.
¿Y si me dejo de preocupar por lo que no puedo controlar y
no está en mi mano? ¿Y si suelto mis expectativas y acepto que las cosas tal
vez no sean como yo he planeado? ¿Y si vivo en el asombro y dejo que la vida me
sorprenda?
Y te das cuenta de que lo único que realmente está en tu
mano es cómo decides ver tu realidad y actúas en consecuencia.
Todo lo demás, se nos escapa. Sobre todo cuanto más
intentamos aferrarnos a ello. Cuanto más intentamos controlar la vida, más se
aleja de nuestro control. Cuanto más te agarras al mando, menos mandas.
Mercè Roura
https://mercerou.wordpress.com/2021/05/19/cuanto-mas-te-agarras-al-mando-menos-mandas/
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