3.3.16

Las oportunidades para despertar e iniciar nuestra búsqueda de respuestas aparecen a lo largo de nuestra vida de forma continuada

LA PUERTA DE SALIDA ESTÁ EN TU CORAZÓN

Cuando tenía quince años me sorprendí con la cantidad de personas que vivían sin preguntarse las reglas de este juego llamado vida. Hoy no me sorprende, pero en aquella época fue como un gran despertar.

¿Cómo vivimos sin preguntarnos las leyes de la Vida?, me pregunté. Todos debemos aprender la constitución, las normas básicas de convivencia con los demás, y sin embargo, nada se nos habla de qué estamos haciendo en la vida, o cuál es el sentido de Ser Humano.

En ese momento me di cuenta que para seguir adelante necesitaba comprender el funcionamiento de las leyes del universo. No buscaba descubrir el funcionamiento de una galaxia ajena y distante. Buscaba comprender mi universo, mi funcionamiento interior. Necesitaba comprender la relación entre los pensamientos, las emociones, los sentimientos, las acciones y la realidad. Creía por pura intuición, que dando lo mejor de mí, la vida me devolvería esa intención. Sin embargo esa creencia era inconsistente si tomaba en cuenta la cantidad de circunstancias adversas que la vida te va poniendo delante.

Me di cuenta que en la escuela me habían enseñado una gran cantidad de conocimientos pero no me habían enseñado a conocerme por dentro, a saber quién era yo realmente. Me hablaron de una religión externa, de un dogma, de una forma de hacer las cosas de manera correcta y de otra incorrecta. Pero eso no se adaptaba a mí. Yo estaba seguro que la vida había hecho una injusticia conmigo y quería encontrarme con el director de la vida para presentarle mis quejas, mi dolor, mi dolorosa soledad, y todo lo demás.

Ese momento fue cuando me pregunté: ¿Cómo no existe una escuela para aprender a vivir? A mis quince años, ya sabía que la mayoría de los adultos no sabía vivir y estaban encerrados en la misma jaula que yo. Ya me había dado cuenta que ni siquiera se animaban a hacerse la pregunta: ¿Quién soy yo? Y se escondían en las responsabilidades cotidianas o en cualquier otra excusa, con tal de no sentir los barrotes de la soledad no elegida.

En ese preciso instante decidí jugar a todo o nada. Decidí llegar al fondo de la desconfianza y entregar toda mi energía vital hasta responderme las preguntas esenciales de la vida:

¿Quién soy? ¿Existe Dios? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Existe la Vida después de la Muerte? No quería responderlas a través de leer un conocimiento intelectual. Quería responderlas a través de mi propia experiencia. ¡Y lo hice! Me llevó años, sangre, sudor y lágrimas. Tuve que estar dispuesto a perderlo todo, tanto en lo material como en lo personal. Tuve que saltar muchas veces al vacío, pero encontré las respuestas. Las experimenté. Me recuperé.

Pero a esta altura de mi vida, cuando he vivido más años de los que me quedan por vivir, yo no creo, yo sé y me tengo que hacer responsable de lo que sé.

Y lo que sé es que no existe una ley universal más importante que la libertad (la casualidad no existe). Que todo lo que nos ocurre tiene un propósito sagrado y que está en nosotros salir a buscar nuestras respuestas o no.

El Universo nos da la oportunidad de confiar en nuestro corazón o de seguir viviendo encerrados en la ignorancia del dolor. El Universo sufre con nosotros, confía en nosotros y sabe que no existe nada más sagrado que la Libertad. Por eso no nos dice lo que tenemos que hacer, porque eso sería romper la ley suprema. La ley por la que nos fue entregada la vida, para que experimentemos ser quienes somos. El Universo espera que nos rebelemos ante el dolor y la injusticia. Esa es la función del dolor, pero años de creencias nos confunden y nos engañan a la hora de reclamar nuestra verdadera naturaleza: el más puro Amor Incondicional.

Existe otra manera de vivir. Una manera que no responde a un camino en particular. Una manera que no necesita una forma específica. Una manera donde el corazón crece y la gotita de conocimiento se transforma en el océano de conciencia.

Las oportunidades para despertar e iniciar nuestra búsqueda de respuestas aparecen a lo largo de nuestra vida de forma continuada, esperando que reaccionemos y despertemos del letargo, que no nos deja sentir ni pensar. No aparecen cuando queremos. Aparecen cuando las necesitamos.

El dolor duele. Te juro que lo sé, lo viví y no lo olvidé. Pero la Vida nos ama. Sueña con nuestro despertar. Confía tanto en nuestra naturaleza que no nos dice lo que tenemos que hacer. Nos envía al dolor para guiarnos de vuelta a nuestra esencia.

Nos envía al dolor para que nos demos cuenta que no somos el dolor. La traba más grande no es el dolor, el dolor es la puerta de vuelta a casa, la traba más grande es no animarnos a sentir, a experimentar, a saber, a soñar.

De cualquier manera, la vida nos ama y tiene todo bajo control. Ni una sola hoja se cae sin permiso de la vida. Afuera todo está en su lugar, aunque no lo parezca, todo está dónde tiene que estar. No te distraigas con el afuera, solo lleva bien adentro de tu corazón que la vida te ama y confía en ti. Por eso germinaste dentro de la vida.


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