EL VALOR DE SABER VIVIR
Siempre solemos hacer lo más cómodo. Y cuando se trata de
remar contra corriente, es fácil dejar caer los brazos y soltarnos a la deriva.
Sin embargo, somos conscientes de las consecuencias cuando no luchamos.
Todo aquello que constituye la razón de nuestros
desasosiegos y malestares interiores se vuelve con más fuerza contra nosotros
es entonces cuando comenzamos a padecer angustia, depresión y miedo, el
presente se rompe en pedazos en cada situación que vamos contra corriente y el
futuro está difuso y difícil de intuir.
Sin fuerzas, sin confianza en nosotros mismos, sin ilusión
por salir del oscuro agujero y sin algo que tire de nuestra conciencia para
avanzar...comenzamos la dolorosa tarea de nuestra muerte en vida. Es el principio
del fin, dejamos de vivir para dedicarnos a sobrevivir. ¿Hay algo peor que
vivir muriendo?
¿Realmente nada se puede hacer por despertar del letargo
auto-destructivo y seguir en el trabajo y el esfuerzo de ser un poco mejores
cada día?
Se pueden hacer muchas cosas, pero solo una de ellas es la más importante, “querer”, “querer salir”, así de simple basta con querer. Todos lo sabemos que querer es poder y que hace más el que quiere, que el que puede.
Se pueden hacer muchas cosas, pero solo una de ellas es la más importante, “querer”, “querer salir”, así de simple basta con querer. Todos lo sabemos que querer es poder y que hace más el que quiere, que el que puede.
Estamos siempre dispuestos para la pena, la insatisfacción y
la queja. Es algo que de forma muy sencilla pasa adelante de la puerta que
abrimos y se instala para quedarse en nuestro corazón como si hubiésemos estado
esperándolo todo el tiempo. ¿Por qué no hacemos lo mismo con la alegría, la
esperanza, la confianza o el valor para salir de la oscuridad interior?
Hay que comenzar por las cosas pequeñas. Esas rutinas
simples que nos ayudan a entender que podemos sentir el sol en nuestra piel
cada amanecer, la primavera al volver a brotar vida, la brisa fresca en una
tarde calurosa... o la sonrisa de una persona agradeciendo nuestra amabilidad y
cortesía.
Es lo simple de la vida, su día a día, lo que puede
rescatarnos de la depresión, la ansiedad o el desasosiego mortal. Pero sobre
todo, lo que realmente juega a nuestro favor es la acción. No podemos dejar de
remar. No podemos morir en la quietud. Debemos participar, ser parte,
implicarnos con todas nuestras ganas en vivir día a día y en ese sereno acto de
inundarnos de vida, encontrar pequeñas ilusiones que justifiquen nuestra
existencia. Vivir es vibrar.
Si sientes que no vibras, que nada te conmueve, que no hay
ningún motivo que te emocione, que viertes la mirada al horizonte y todo se
llena de gris...entonces estás obligado a volver la vista a quienes saben que
su vida se termina de inmediato y aun así luchan sufriendo tratamientos
tortuosos, a quienes no pueden comer porque apenas tienen acceso a lo
necesario, a quienes no pueden abrir su frigorífico y sacar lo que les apetece,
a quienes no compran ropa en cada temporada, a aquellos que no pueden tender su
mano porque no hay otra al lado, a quienes lloran sin consuelo y nadie seca sus
lágrimas...a tantos y tantos que quisieran para sí la situación que creemos tan
insalvable y que nos hace tan infelices.
Y si no te es suficiente pensar en ellos, convive vive junto
a ellos tan solo por unos días...cuando regreses a tu casa, a tu mundo...todo
lo que tienes, lo valoraras en su justa medida, te gustará de nuevo y no
volverás a quejarte sin antes recordar que lo que tu desprecias, otro lo desea.
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