LA PARADOJA DE LA LIBERTAD
Cualquier
pregunta con solo dos opciones de respuesta, sí o no, parece fácil
de responder. Pero si tenemos que argumentarlo, la cosa se complica.
Si nos preguntaran, ¿eres libre? Podría responder que sí. Que soy
libre porque puedo hacer lo que quiera. O que no, que estoy limitado
por mi condición física o por las restricciones morales de la
sociedad. Ambas respuestas son verdaderas, pero
contradictorias. ¿Cómo
puedo ser libre y no serlo en las mismas condiciones? ¿Cómo
podemos ser todos libres si queremos cosas opuestas? La paradoja de
la libertad no
es fácil de resolver.
En
la actualidad, el liberalismo y la globalización, principalmente,
han contribuido al aumento de la oferta y la demanda. En cualquier
supermercado encontraremos multitud de alimentos, incluso fuera de
temporada. Las opciones de ocio se han incrementado. Cada día surgen
nuevos negocios que nunca habríamos imaginado. Estos cambios han
hecho que podamos elegir entre más opciones. La respuesta ha sido
considerar que al
tener más opciones somos más libres.
Pero, ¿es esto verdad?
La paradoja de Odiseo
En
la versión apócrifa de “La Odisea”, de Lion
Feuchtwanger,
los marineros de Odiseo, convertidos en cerdos por un hechizo de la
bruja Circe, disfrutaban de su nueva condición animal. Durante
días, los
marineros evitaron los intentos de Odiseo de romper el hechizo.
No querían volver a su forma humana. Odiseo, confundido, les
comunicó que había encontrado la forma de deshacer el conjuro.
Ellos, al escucharlo, corrieron despavoridos a esconderse.
Tras
muchos intentos, Odiseo consiguió atrapar a uno y lo frotó con las
hierbas mágicas. El cerdo recuperó la forma del marinero Elpenor.
El liberado, en absoluto agradecido por su restaurada condición
humana, atacó furiosamente a Odiseo: “¿Así que has vuelto,
granuja entrometido? ¿Otra vez a fastidiarnos y a molestarnos? ¿Otra
vez a exponer nuestros cuerpos al peligro y a obligar a nuestros
corazones a tomar nuevas decisiones? Yo
estaba tan contento, podía revolcarme en el fango y retozar al sol,
podía engullir y atragantarme, gruñir y roncar, libre de dudas y
razones… ¡A qué viniste! ¿A arrojarme de nuevo a mi odiosa vida
anterior?”
La paradoja de la libertad de elección
Hace
años la oferta era pequeña. Cuando íbamos a una tienda, los
productos entre los que podíamos elegir eran pocos. La elección era
fácil. Si
iba a comprarme unos
pantalones y solo había tres tipos de pantalones, la elección era
sencilla. Solo
tenía que elegir entre las tres clases de pantalones y encontrar mi
talla. Al salir de la tienda me encontraría con el escaparate de
otra tienda de ropa. Probablemente, mi pantalón sería igual o mejor
que los de ese escaparate. Mi elección me llevaría a estar
satisfecho con la compra.
Ahora,
en cambio, hay muchos tipos de pantalones. Cuando
voy a comprar pantalones a una tienda encuentro veinte tipos
diferentes. La elección ya no resulta tan fácil. Si
tuviera que probarme todos los pantalones que me gustan hasta elegir
uno perdería demasiado tiempo. Al final elegiré uno, uno
cualquiera de los que a primera vista me gustan. O puede que tarde
un rato en decidir entre los tres que más me gustan. A
continuación, cuando salga con mi pantalón nuevo de la tienda
miraré de refilón el escaparate de la tienda de al lado. ¡Horror!,
un pantalón que me gusta más y más barato. El resultado, completa
insatisfacción con la compra.
Ahora
piensa en algo que se actualiza mucho más rápido, como son los
aparatos tecnológicos, ¿cuánto dura nuestra satisfacción con
ellos?
La paradoja de la libertad
Puede
que nuestra libertad resida en la elección, pero, entonces, la
libertad tiene un precio. Tener muchas opciones requiere de mayores
recursos cognitivos para decidir. Más cuanto más opciones existan,
las matemáticas son claras. Por tanto, el
exceso de opciones puede generar la parálisis.
Entrar en una tienda y salir sin nada. Un mayor número de opciones
disponibles va a debilitar nuestra toma de decisiones y
sobre todo la sensación que nos quede de esa decisión cuando
volvamos a mirar de reojo al mercado.
La
paradoja de la libertad de elección describe nuestra tendencia a
estar menos satisfechos con nuestras adquisiciones mientras más
alternativas existan. El
problema no es lo que elegimos, sino todo a lo que renunciamos al
elegir. Tanto
es así, que nuestra satisfacción se reduce a cada elección. Por
tanto, en este caso, la libertad reduciría la satisfacción. Somos
libres de ser menos felices.
Sin
embargo, se ha comprobado que aquellas personas que gastan en otros,
que compran para otras personas, son mucho más felices con respecto
a la decisión y a las cosas que compran. Es
más fácil estar satisfecho con una compra realizada para otra
persona puesto que la satisfacción no se deriva en este caso del
objeto, sino del acto de dar. Nuestra
paradoja de la libertad queda aquí resuelta, al menos parcialmente.
La
libertad quizás
no se halla en tener más opciones (de compra), sino en el acto de
usar esa libertad de elegir para compartir.
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