UN ELEFANTE
EN TU SALON
No
lo ves pero está ahí. Es tan grande que crees que es el camino pero
en realidad es el muro que has construido ante él. Crees que es tu
pedazo de mundo y es sólo una especie de salvapantallas que te has
puesto para no ver lo que duele y molesta.
Lo que no
quieres asumir, ni tan siquiera ver, es tan grande que se confunde
con el paisaje y lo distorsiona todo. Confundes al personaje que te
has inventado para soportar tu vida con la esencia de ese ser inmenso
que eres en realidad y que no sale nunca a pasear porque le asustan
las críticas y las miradas. Pones precio a tus ganas y pegas tus
alas a la espalda para no caer en la tentación si en algún momento
la libertad te alcanza y una necesidad enorme de desplegarlas invade
tu cuerpo…
Vendes tu
tiempo para poder sobrevivir y mueves los pies un par de veces y ya
te crees que bailas, que corres, que vuelas… No vuelas, ni siquiera
te levantas un palmo, estás en tierra, con las piernas inmóviles y
crees que has despegado. Confundes el primer rellano con la cima, el
arroyo con el mar, el roce con el cariño y tomas tu miedo y lo
conviertes en dogma, en realidad, en una verdad incuestionable que no
es más que una frase prestada de un tuit que suena bien… ¿Sabes?
Muchos tuitean sobre la vida de otros porque les asusta mirar la
propia… Muchos tuitean sobre la suya para que brille más que la de
los demás porque es muy opaca y vacía, porque no se reconocen ni se
aman… Muchos tuitean sobre vidas que nunca han vivido nadie, pero
que nos gusta creer que sí.
Hacemos
lo que sea para no tener que ver nuestra oscuridad, para no tener que
compartir mesa con nuestra sombra… Y al final, caemos siempre en
hacer lo que criticamos y nos encontramos cazados por nuestras
propias trampas. No
nos hemos dado cuenta de que aquello que no queremos reconocer, es lo
que nos va a sacar del agujero en el que nosotros nos hemos metido.
Lo
que escondes tiene tendencia a crecer, a engordar, a hacerse tan
grande que no cabe en los armarios, ni en el cajón de los sueños
olvidados que nunca vas a cumplir. Se
desborda, te sale por los poros y dibuja un rictus en tu cara. La
gente te mira y no sabe decir por qué, pero ve en ti lo que
escondes, lo que has decidido callar, lo que te da miedo reconocer. Y
tú ves en ellos sus fantasmas, sus monstruos más feos y temibles.
No nos damos cuenta, pero vamos por la vida haciendo de espejos a los
demás, mostrando con nuestras debilidades las suyas, escondiendo
nuestros miedos pero señalando los miedos ajenos, reflejándonos en
los ojos de los demás y siendo prácticamente incapaces de
compadecernos de lo que vemos en ellos.
Te
pasas la vida encerrando tu sombra para que nadie la conozca,
pensando que es algo terrible, algo feo y horroroso, algo triste e
indigno, cuando en realidad es el salvavidas que esperas… El
paracaídas para los momentos difíciles, la barandilla en la que te
vas a sujetar mientras miras abajo y te das cuenta de lo que ya has
crecido…
Lo que
no quieres ver va a salvarte de un destino peor que el de no
conseguir lo que sueñas, un destino en el que no se sueña ni se
nota nada… Un destino en el que sencillamente ya no eres tú de
tanto ocultarte y adulterarte para ser aceptado por los que a su vez
se adulteran esperando lo mismo.
Tus
errores no menguan si no los miras. Son un elefante enorme que
confundes con el paisaje y que está pisando y destrozando todo lo
que construyes y que le rodea a la espera de que le saques de tu
habitación… Para que te des cuenta de que está ahí. Esa voz que
te dice que no te escuchas no calla nunca. Eso que no reconoces en
ti va camino de ocupar tu casa entera, tu mente, tu vida, tus
sueños… A la espera de que lo veas y lo aceptes tal y como es.
Eres tú, el de verdad, pidiendo salir de ti mismo para abrir las
alas.
Aquello
de lo que huyes engorda a cada suspiro que decides no notar. Crece
cuando te tapas los oídos y no escuchas tu música. Se hace más
grande cuando alguien dice “que viene el lobo” y sales corriendo
sin saber qué es el lobo, qué significa, sin reconocer tus
fortalezas, ignorando que tú también eres el lobo, el peor con el
que vas a cruzarte y el mejor aliado con el que jamás podrás
contar.
Vivir
no es fingir, es quitarse la máscara. Es
dejar de ocultar al monstruo para ponerlo en primera fila y ver como
cuando le toca el sol se hace pequeño y domable. Comprobar que hay
en ti una parte que no te gusta pero que si no la aceptas y abrazas
nunca podrás sacar partido a esa que tanto brilla…
Y salir
al mundo y ver de bailar con tu miedo más antiguo. Abrir el armario
y dejar que salga el elefante que encerraste cuando era niño y que
ahora es tan grande que invade tu risa… Que se mezcla en tus
alegrías y arrasa con tu paz.
Mirarle a
los ojos y en lugar de avergonzarte de él, decidir que te gusta, que
gracias a lo enorme que es tú también serás grande…
Siempre
crecemos en proporción a lo capaces que somos de mostrar lo que
ocultamos. Siempre
brillamos en proporción a nuestra valentía para presentar al mundo
nuestra sombra…
A veces,
sólo te sientes protegido cuando sales del perímetro de seguridad
porque pruebas hasta dónde eres capaz de llegar y crecer.
A
veces, sólo dejas de tener frío cuando te desnudas.
Sólo
te sientes grande cuando amas tu pequeñez y decides que no te
importa.
Sólo
ves tu luz cuando dejas que salga tu sombra.
Aunque
sea inmensa, rotunda, aunque parezca espantosa… Aunque hace un
tiempo fuera una pulga y ahora sea un elefante.
Si dejas
de esconderte, vas a reconocerte… Y a saltar de alegría, porque te
has encontrado contigo y te sientes bien, te gustas, te encuentras
las esquinas y ya no te mides ni pesas ni tasas ni reprochas…
Quitate la capa que pensabas que te hacía invisible y abraza lo que
realmente eres, porque te gusta, te encanta, te fascina haberle
encontrado hurgando en ti y dándote cuenta que sin él no habría
función, no habría aprendizaje, no habría magia… Y dejar de ver
en los demás lo que te falta… Y dejar de envidiar lo que no te
sobra… Y
dejar de pensar que la vida te pone la zancadilla y creerte de una
vez por todas que esta vez sí. Que puede pasar aunque si no pasa, da
igual, te tienes, te notas, te respetas y sabes ya que el elefante
está de tu parte.
Hay un
elefante en tu salón rompiéndolo todo y llevas un siglo fingiendo
no verlo porque te asusta tomar decisiones, porque te da miedo asumir
la responsabilidad de amarle, aceptarle y luego hacerle marchar si es
necesario… Hay un elefante en tu vida y para no verlo cierras los
ojos y no vives…
Todos tenemos
elefantes en el salón… Hasta que no ves, aceptas y dejas marchar
al primero no te das cuenta de que le siguen otros en fila… Asusta
verlos porque eso implica asumir que les has permitido estar ahí
durante años pero hacerlo te permite soltar tanto dolor que un
minuto después todo fluye, todo cicatriza, todo pasa…
Mercè
Roura
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