LA FÓRMULA
DEL ÉXITO
Un
día alguien le preguntó al sabio cómo
había llegado tan lejos y
él le dijo que seguramente es porque todo en la vida le había
resultado muy complicado…
El sabio le
dijo que la ventaja seguramente era que mientras sucedía todo, no
sabía que iba ser así de duro y no pensaba demasiado en ello porque
creer que iba a ser difícil no le ayudaba a seguir adelante…
“Había
visto que la gente que se queja siempre se queja y la que no se queja
a menudo deja de tener razones para quejarse. De
manera que observé qué hacían aquellos que vivían una vida como
la que yo soñaba y empecé a imitarles…”
Debió ser
frustrante ¿verdad?
“La
verdad es que no, ni frustrante ni lo contrario. Emocionante, tal
vez. A medida que todo me salía al revés, me percaté de que era
mejor no hacerse demasiadas conjeturas de cómo deseaba que salieran
las cosas, no agarrarme a los resultados, no esperar nada de nada ni
de nadie… Curiosamente,
cuando dejé de esperar cosas buenas del mundo y dejé de juzgar si
lo que le pasaba era bueno o malo, todo empezó a cambiar. Cuando
descubrí que en el fondo no tenía que esperar a recibir nada porque
era capaz de conseguirlo todo por mí mismo, la gente empezó a darme
lo que nunca me había dado, como si lo hubieran acumulado durante
años… La verdad es que me había pasado la vida esperando que los
demás me amaran porque yo no me amaba, cuando me acepté y amé tal
y como era dejé de mendigar amor… Me sentí libre para estar con
las personas sin exigir ni chantajear, sin pedir que me dieran lo que
yo mismo me negaba, sin buscar un lugar donde no estorbar.Descubrí
que yo era mi refugio…
Y dejé de
querer cambiar las cosas porque me di cuenta de que era una gran
pérdida de tiempo y sobre todo de energía. Era como mirar a las
rocas cuando lo que quieres es sumergirte en el mar o querer
controlar el movimiento de los girasoles… Necesitaba concentrarme
en lo que yo podía hacer y no en lo que hacían otros. No tiene
sentido querer controlar lo que no se puede controlar. Lo había
hecho durante años y estaba roto, agotado y no obtenía resultado
alguno.
Y
puesto que todo era muy complicado, pensé que era mejor aceptar lo
que venía y adaptarse. Cuando algo era cambiable, lo cambiaba.
Cuando no, dedicaba un rato a ver qué podía tener de útil la
situación y cómo podría sacarle partido… Y así descubrí que
todo era una aprendizaje valioso. La vida normalmente te envía el
material para fabricarte lo que luego vas a necesitar… Lo que
parece negativo a veces es el preludio de algo maravilloso. La
diferencia está en cómo lo percibimos y en la capacidad que
desarrollemos para no aferrarnos a un resultado concreto y sepamos
abrirnos a posibilidades infinitas… A
veces, la vida te trae regalos maravillosos que no vives intensamente
porque estás preocupado por mañana o te entretienes en lamentarte
por la piedra que llevas en el zapato. No
hay más que el ahora, que este momento. Si consigues sentir eso, has
ganado esta partida porque has cambiado tu percepción y vives en el
presente. Cuando vives en presente estás creando un futuro
semejante, lleno de atención, de magia… La vida clona ese momento
con momentos igualmente maravillosos porque nota como gozas con él y
te da más.
Si alcanzas esa paz que consiste en no pensar en el
futuro, te regalas el presente… Y el futuro… Para ganar de
verdad, para ganar lo que vale la pena, siempre hay que atreverse y
arriesgarse a perder primero, soltar, decidir prescindir de lo
superfluo y abrazar lo que importa. Dejar
de buscar la medalla y gozar la carrera… Si sueltas tu futuro,
estás amando y apostando tanto por tu presente que estás abriendo
la caja de todos los futuros posibles y eligiendo el que te hace más
feliz. Nada te hace tan abundante como renunciar a la necesidad de
abundancia porque has descubierto que ya está en ti, que es tu forma
de mirar la vida… Que sólo te privas tú de ella sintiéndote
pequeño, escaso…
El camino
está lleno de señales para aprender, lo que pasa es que no las
vemos porque miramos a otro lado o nos pillan pensando demasiado en
lo que no podemos remediar.
Por ello,
hace muchos años, tomé la sabia decisión de dejar de pensar.
Pensar está sobrevalorado. Hay que moderarse… Al menos, hay que
trabajar para no pensar siempre lo mismo, porque nos repetimos tanto…
Es como si hurgáramos en la basura cada día… Queremos solucionar
un problema y recurrimos al vertedero de pensamientos viejos y
podridos de siempre. Y no encontramos nada nuevo y además
experimentamos las mismas emociones de siempre que nos llevan a
sumergirnos en tristeza y desesperación. Es mejor hacer que el
pensamiento calle un rato y notar qué sentimos al conectar con
nosotros y escucharnos.
Así descubrí
mi método para llegar al éxito, conectando conmigo y preguntándome
a mí mismo cuál era la fórmula.
¿Y
es así cómo consiguió triunfar?
No,
así me desapegué de la necesidad de hacerlo. Solté
mis ganas de triunfar para demostrar, para encajar, para ser aceptado
y ostentar… Y descubrí al niño que quería dedicarse a jugar y
compartir sus sueños. En
realidad es el niño en que ha triunfado… Porque juega, porque se
lo toma todo como una experiencia… Deja que su cometa vuele y suela
cuerda y luego suavemente la reconduce, sin esperar más que dejarse
llevar por el viento y disfrutar… El adulto fracasó porque lo
hacía para expiar su culpa, para no sentirse imperfecto, para
demostrar… El niño lo hacía por amor y el amor lo puede todo. El
éxito es soltar necesidades, servidumbres, miedos absurdos,
creencias rancias y caducadas… Fluir y dejar el control, ver qué
pasa y vivir el milagro de ser y estar. Por eso…
Dejé
de pensar.
Dejé
de esperar.
Dejé
de hacer planes.
Dejé
de necesitar.
Dejé
de buscar.
Dejé
de luchar para pasar a la acción sin resistencia, sin estar a la
defensiva con nada ni con nadie.
Dejé
de soñar para tener y empecé a soñar para ser, para aportar…
¿Perdió
sus metas?
No,
me convertí en ellas desde la aceptación de que si no las conseguía
sería igualmente feliz y llegaría a cimas mejores… Dejé de hacer
planes tan exigentes y perfectos para que no entorpecieran otros
planes que la vida tenía para mí y que eran todavía más
maravillosos… Nunca
abandoné mis sueños, sencillamente, me di cuenta de que ser yo
mismo era más importante… De que eran tan grandes que estaban a mi
altura y resistirían mis dudas… De que solo si soltaba la
necesidad de conseguirlos y empezaba a vivirlos serían míos… Y ya
lo eran, en realidad… Ya somos nuestros sueños.
¿Y
qué hizo que fuera distinto?
Nada. Seguí
haciendo lo mismo que antes, pero dejé de hacerlo para ser lo que
creía que el mundo esperaba de mí y empecé a hacerlo para amar al
mundo…Para amarme a mí, que en el fondo, es lo mismo… Empecé a
actuar de forma coherente, sin traicionarme, sin exigirme, con
respeto y generosidad. Dejé que mis pasiones ocuparan un lugar
privilegiado y les di rienda suelta para crear y hacer locuras
necesarias. Me sentí libre, lleno de vida, capaz de todo…
¿Y
el mundo cambió?
Nada en
absoluto. Cambié yo y miré al mundo con ojos de esperanza… El
mundo no cambiará para nosotros, la única forma en que podemos
cambiarlo es amarlo… Al amar algo, lo transformamos, lo vemos
hermoso y capaz, lo cubrimos de esperanza…
Y
cuando nosotros cambiamos, esa pequeña porción de nosotros que
ocupa un espacio en el mundo cambia también… Lo
mismo sucede con las personas. Son nuestro reflejo… Si les amamos y
cambiamos nosotros, les transformaremos sin querer… Les curaremos
las penas viéndoles como personas maravillosas capaces de olvidar
sus penas…
¿Cómo
se hace eso?
Dejando
de juzgar y cambiando nuestra forma de mirar… Las
cosas son como las vemos, como somos nosotros…
¿Triunfó
porque empezó a mirar al mundo de otra forma?
Sí…
Porque lo vi como un
lugar posiblemente maravilloso… Porque
lo acepté total y radicalmente a él y a mí mismo… Porque
amé lo más terrible y vi como se convertía en hermoso… Porque
amé su sombra y dejé entrar la luz y entonces llegó la magia… En
el fondo, un milagro es eso, un cambio de percepción de las cosas…
¿Haciendo
lo mismo de siempre?
Sí, pero con
otra intención… La de dar y amar y no la de parecer y aparentar…
No importa qué sino para qué… Si no lo haces desde el miedo sino
desde ti mismo.
¿Y
todo esto porque la vida ha sido difícil?
Si no, de qué
iba a saber yo que en realidad es todo muy simple y muy fácil. Me di
cuenta de que la había complicado yo queriendo cambiar lo que debía
ser como debía ser y forzando las cosas para que fueran como yo
quería… Y eso sólo hacía que impedirme fluir y encontrar lo que
realmente necesitaba aprender por el camino. Yo era un guerrero
sediento de pelea que luchaba contra un mundo injusto y con mi lucha
hacía que esa injusticia fuera más real, mi mirada hacia esa
injusticia la convertía en enorme, gigante… La enfocaba hacía
crecer, le daba cuartel y excusa para seguir. Miraba a los demás con
ganas de defenderme, de esquivar sus golpes y ellos, que percibían
mi dolor, no hacían sino que golpearme para dar coartada a mi
percepción de la vida… Cuando sales a la calle buscando guerra
encuentras guerra… Las personas siempre responden por lo que les
permites que hagan contigo…
¿Y
qué pasó con el guerrero?
Dejó de
guerrear y de pelear contra la vida y se acabó la guerra… Perdió
para ganar… Aceptó para encontrar la magia…
Ya,
pero la fórmula del éxito ¿cuál es?
Dejar de
buscar la fórmula y vivir. Sin prisa, sin apego, sin juzgar, sin
perder las ganas, sin dejar de ver tu norte y tus metas pero sin
aferrarte tanto a ellas que olvides quién eres tú. Vivir en paz
contigo mismo y saber que estás de tu parte.
¿Y
ya está?
Es
que esto no va de hacer sino de deshacer…
De despojarse de capas de necesidad y prejuicios… En eso consiste
crecer y evolucionar, en dejarlo todo y abrir la mente a lo nuevo, a
lo esencial… A lo coherente contigo mismo. Descubrir que no hay más
camino que el que lleva a ti… Aunque yo todavía soy un aprendiz…”
Mercè Roura
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