EL
MILAGRO QUE ESPERAS
No
necesito mirar mi cuenta para saber que soy rica en mil cosas, para
darme cuenta de que he conseguido mucho y de que he crecido una
barbaridad… ¡Y lo que me falta por aprender, claro!
Voy
a hacer balance de sensaciones, de momentos en el camino, de risas,
de complicidades, de errores que me han ayudado a ver claro lo que
tengo que comprender y aceptar, de ganas e ilusiones… No he llegado
a mis grandes metas, lo admito, pero el camino está siendo delicioso
y está lleno de pura vida… No he encontrado a nadie que me
financie, me salve o me arregle la vida, pero he topado con personas
fascinantes que me la regalan cada día con su generosidad y alegría…
No
poseo todavía lo que posee la persona que quiero llegar a ser, lo
asumo, pero me siento bien conmigo, me gusta la persona en la que me
voy convirtiendo y lo que soy (a pesar de tener mucho trabajo
interior pendiente y a veces no ser mi mejor versión). Físicamente,
en algunos aspectos puede que esté en el mismo sitio que hace un
año, pero por dentro, estoy a millones de kilómetros, más en
calma, más en mí… Al final, uno puede estar en el podio triste o
no haber ganado y estar ya en el vestuario con los compañeros riendo
y planeando salir a tomar algo… Y yo
hace tiempo que me di cuenta que no quiero la medalla, quiero la
risa… Porque, al final, uno demasiado a menudo, necesita la medalla
para sentirse digno de esa risa, de esa compañía… Y desde el
podio, a veces, cuesta acercarse y sonreír… Y no es incompatible,
por supuesto, hay momentos para compaginar ambos logros, pero a la
hora de hacer balance de tu vida, las risas cuentan y mucho…
He
conseguido muchas pequeñas metas, es verdad, pero cuando miro atrás,
quedan eclipsadas por lo que he aprendido de mí y de otras personas…
El año que acaba ha sido increíble. Reconozco que venía de un
tiempo deliciosamente oscuro y empecé 2017 casi deseando borrarlo
todo para poder seguir… Y en el fondo, eso es lo que ha pasado. No
creo que haya año en mi vida en el que haya cambiado tanto, siendo
muy sincera. Y no es todo mérito de estos doce meses cargados de
emociones y momentos de locura, esto ya venía de antes… Uno
cambia, el día en que decide confiar y creer que es posible. Y
va dando pasos… Deja para el final el paso más grande, casi
siempre, porque necesita llegar a ese momento en que el dolor de
quedarse supera al miedo de irse, cuando la comodidad de no hacer es
más lacerante que el temor de arriesgarse y saltar… A menudo,
esperamos a que el precio que pagamos por no cambiar sea tan alto que
asumir el riesgo nos compense… Aunque entonces a veces te has
perdido algunas oportunidades.
He
dado muchos pasos. Y estoy satisfecha de todos. De los que me
llevaron al abismo y de los que me llevaron a mí misma. Este
año he aprendido que no importa a dónde vas, sólo importa qué te
mueve a ir, qué te hace querer estar ahí… Si
eres honesto contigo, el camino no importa, porque al final la vida
siempre hace que se cruce con otro camino donde hay algo que aprender
y encontrar. ¿Qué más dan los rodeos si al final te das cuenta que
lo que importa es estar en paz contigo? Para mí que me he pasado la
vida forzando milagros hasta quedar rota, descubrir que a veces no
hay que hacer nada y sencillamente hay que conectar con uno mismo y
sentir, ha sido un choque frontal con la realidad… Este año he
descubierto que hay mucho que hacer y decir, pero que también hay
que callar y esperar, sentarse y observar la vida a ver qué te dice
y por dónde respira…
Aprender
a esperar sin desesperar es la medicina más útil para los ansiosos
como yo que todo lo quieren ahora.
Lo
que pasa es que estamos tan llenos de credos rancios y frases hechas
que no sabemos qué queremos y así es muy difícil saber si el
camino que empiezas te lleva a dónde quieres tú o dónde te han
dicho que deberías querer llegar.
Este
año me he arrancado algunos de esos credos. Tenía muchos pegados a
la conciencia haciéndome sentir culpable casi por existir… Por no
ser, por no llegar, por no parecer… Sé que me quedan, aunque los
que siguen ahí serán descubiertos, a su tiempo, cuando haya
aceptado que están y pueda trascenderlos…
Algunas
de esas creencias que llevamos dentro y que tanto nos limitan se
confunden con nosotros. Son muy parecidas a pensamientos lógicos y
mantras liberadores. Nos hemos agarrado a ellos tanto que cuando hay
que soltarlos nos sentimos perdidos… Arrancarlos hace que todo se
tambalee, que se caiga el decorado y la vida se muestre tal y como
es… Muchos de ellos son cargas pesadas, pero cómodas muletas que
nos evitan asumir quiénes somos y nos alejan de acercarnos a lo más
oscuro que hay en nosotros para no tener que verlo… Y no nos damos
cuenta, hasta que un día sabes que la
verdad más cruda es infinitamente mejor que la mentira más piadosa,
porque sin ver, tocar, aceptar y soltar esa verdad terrible, nunca
serás libre.
Si
no descubrimos que aún estamos heridos no podemos cicatrizar… Si
no asumimos que no nos han amado como merecemos, no admitimos que eso
nos ha llenado de rabia y no podemos encauzarla y soltarla… Y no
consigues darte cuenta que el amor que necesitas recibir ya está en
ti, porque eres tú… Nos gusta esconder ese dolor porque creemos
que así desaparece y lo que hace es crecer y hacerse enorme. Los
últimos meses he besado a todos mis fantasmas y les he dado las
gracias por estar ahí dando la lata continuamente y permitirme
conocer mis miedos para enfrentarme a ellos y descubrir que en
realidad eran las piezas de un rompecabezas que nunca completaría
sin su ayuda… Nuestros
miedos son el camino a la paz, a la libertad, a uno mismo…
Como
bien dice mi amigo Juan Pedro Sánchez,
el miedo es el espantapájaros que nos ahuyenta, pero también
aquella señal que nos indica dónde está la cosecha… (No sé si
es exactamente así).
Este
año, he descubierto que me complico la vida porque estoy programada
para creer que la vida es siempre compleja y todo requiere mucho
esfuerzo… Que me he atado siempre al sacrificio como si sufriendo
ganara medallas y méritos… Y así he vivido… Me he dado cuenta
que creía que yo debía tirar del carro y hacerlo todo porque si no
saldría mal… Que si era feliz un rato, tendría que pagarlo caro
con un castigo de algún dios enfadado por mi osadía… Que creía
no merecer y por eso no pedía lo que deseo… Que mi obsesión por
los resultados y las medallas me ha alejado de gozar de la carrera y
vivir el momento.
Este
año he viajado más que nunca y he encontrado a personas
maravillosas… ¿Sabéis cómo me di cuenta que estaba cambiando y
que me quería más a mí misma? Porque empecé a ver cada día que
las personas que encontraba eran cada vez más extraordinarias…
Cada día veo más belleza a dónde voy y encuentro personas más
fascinantes… Últimamente es una constante, cada vez pongo menos
pegas a nadie, encuentro personas más amables y generosas… Y ese
regalo no es una casualidad sino que creo que es un síntoma de
haberme aceptado a mí misma y ser capaz de aceptar a los demás y
ver su lado fantástico. Nunca
vemos belleza en los demás si no hemos encontrado la propia belleza…
Y yo veo mucha, mucha.
Este
año he aprendido a no esperar, a no tener tantas expectativas y a
dejar de desear cambiar al mundo. Me he dado cuenta que lo sabio es
aceptar las cosas como son y amarlas… No, no es terrible, es
maravilloso… Y no es resignación, es todo lo contrario… Nada
transforma tanto el entorno como el amor… Aceptar
es mágico. Era
(todavía me falta) mi gran asignatura pendiente… No juzgar, no
forzar para que todo sea como deseo… Uf… Algo duro para una
persona obsesiva como yo que está programada para demostrar, buscar
la perfección y asumir el control… Para actuar… Sujeta a
resultados y ávida de méritos… Y a soltar… En ello ando, soltar
necesidades…
Soltar
pasado y futuro y quedarse en el presente. Nada
calma tanto como aparcar el futuro y vivir el presente. Nada libera
tanto como soltar la carga del pasado… Mi
culpa, que era tremendamente gorda, inmensa, voraz… Se quedó por
el camino y aún rueda colina abajo mientras yo la miro y a veces la
echo de menos y me hago un poco la víctima… Este año me he
sorprendido viviendo hoy, ahora, este momento, como nunca lo había
hecho y me he dado cuenta que si no consigues eso, no vives,
sencillamente te cuelas por una especie de sumidero de tu vida… Un
desagüe donde van a parar tus días sin sentido y dónde todo es
desesperación…
Me
queda tanto por aprender, tanto… Estoy dejando de pensar en exceso.
Me cuesta, lo admito, me regodeo en pensamientos viejos y hurgo en la
basura como una profesional… Llevo media vida haciéndolo y se me
da muy bien… Y estoy aprendiendo a confiar. En mí, en la vida, en
todo… Pensar en exceso es querer controlar todas las variables
posibles, caer en la escasez, el miedo a lo desconocido, el apego, la
desconfianza para tener que controlar más y obsesionarse más en un
círculo vicioso. Cuánto más te preocupas, más cansado estás y
menos haces y más culpable te sientes por no estar a la altura…
He
dado muchas vueltas y cuando he parado un momento no sabía quién
era, lo reconozco, porque la mujer que se ha quitado tantas capas de
piel gastada y de ideas absurdas parecía no ser yo… En algún
momento, confundí al personaje que me había inventado para
sobrevivir y no afrontar mis limitaciones con lo que soy en realidad…
Y cuando me despojé del personaje, me sentí desnuda…
Os
voy a decir algo, la
desnudez sólo molesta al principio, luego, descubres que sin
quitarte todo lo que te oculta no puede volar…
Me
queda, me queda mucho por hacer, pero algo que he aprendido este año
es que todo llega. No pasa ni antes ni después. Cada
día hay milagros… Uno
tras otro. Pasan cosas maravillosas mientras cruzamos el semáforo,
leemos un libro o vemos atrocidades en televisión… Lo único que
necesitamos es verlos y apreciarlos, ser capaces de percibir que
suceden… Y a veces no los vemos porque tenemos que aprender a mirar
y percibir… Miramos con los ojos del que busca dolor y malas
noticias, en lugar de soltar la mirada del que admite que no sabe
nada, del que ve belleza en los rincones y del que cuando pasa algo
es capaz de creer que no es un paso atrás sino una puerta que se
abre con algo grande oculto detrás.
Cuando
curemos nuestra percepción nos daremos cuenta que todo lo que
buscamos lleva una eternidad a nuestro lado. Cuando
aprendas a mirar al mundo te darás cuenta que el milagro que esperas
está en ti.
Este
2017 ha sido el año en el que dejé de esperar y aprendí a mirar al
mundo de otra forma y conseguí ver el milagro… Estaba él ya allí,
esperándome a mí y yo no lo veía porque miraba el saco y esperaba
la medalla…
Gracias,
gracias, gracias.
Mercè Roura
https://mercerou.wordpress.com/2017/12/21/el-milagro-que-esperas/
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