LLUEVE
Llueve
en mi mundo hoy. Es una lluvia fina que no se cansa de recordar y
medir, de observarlo todo con ojos de búho triste, esperando una
señal para respirar y descansar… Para que sepa que toca renovarse
y sacar al sol los trapos viejos y lavarse la cara, la otra cara…
La verdadera cara…
Llueve
con unas ganas lentas, como si quisiera borrarlo todo sin
dolor ni aspaviento y sin que te dieras cuenta se hubiera llevado los
tatuajes del alma y los momentos de angustia. Llueve bordando
cicatrices y bailando sobre los cristales rotos y las muecas amargas
que necesitan risas.
Llueve
y me vienen aromas pasados y rutinas que se me incrustaron en el día
a día y que en algún momento desaparecieron, nadie sabe cómo ni
por qué. Intento recordar cuándo dejé de hacer esto o aquello,
cuando dejé de pasar por aquella calle y de visitar aquella tienda
en aquella plaza… Y las personas, las que se fueron. Algunas se
fueron un día concreto, a golpe seco, como si la vida las barriera.
Otras se fueron borrando poco a poco hasta que dejaron de tener
sentido en este nuevo pedazo de vida. Lo que hoy nos parece dogma,
mañana es recuerdo, es aroma, es nada.
La
vida siempre te astilla el sillón cuando te acomodas para que sepas
que hay que moverse y levantarse.
Para que tengas que dejar de pasar por esa plaza y cambies de caras y
tal vez un día como hoy vuelvas a verlas, a rescatarlas y te des
cuenta de que no las echabas de menos pero, a tu modo, sigues
amándolas.
Llueve
hoy en mi mundo cargado de cuentos e historias maravillosas. Las
brujas son ahora preciosas y las princesas son más guerreras que
nunca… La lluvia fina cae sobre un manto verde, cada vez más verde
gracias a la lluvia fina… Porque todo es causa y efecto y el
fin y los medios se mezclan hasta que todo tiene sentido y cobra
forma. Llueve para sacar de dentro ese llanto acumulado que te
quiebra e irrita la garganta y al mismo tiempo lloras porque llueve y
te recuerda que no lloras… No lloras suficiente y por lo tanto no
puedes sonreír con ganas. Llorar
para darse cuenta de que duele y decidir soltar ese dolor y
convertirlo en pasión, en motivo, en magia.
Llueve
como si fuera a llover siempre, pero no importa porque la lluvia
acumula tanta belleza que podrías acostumbrarte a vivirla y amarla.
Llueve a sorbos, a caricias… Llueve lágrimas de plata que se posan
en los objetos más cotidianos y lo convierten todo en un escenario
posible y ávido de sorpresa… Llueve una lluvia eterna pero no
importa porque te das cuenta de que si decides abrazarla y sentirla,
la vida sabrá apartarla de ti para que comprendas que no dependes de
ella, que no la necesitas. Y entonces, la tendrás siempre, hermosa,
abundante, infinita… Lloverá a placer cuando sueñes lluvia,
cuando respires lluvia, cuando busques lluvia…
Llueve
sin culpa para que suelte mi culpa.
Para que me perdone los sueños perdidos y los escalones que no puede
subir… Para que me lama las heridas y me acurruque a mí misma.
Llueve para que entienda que no hay más errores que el de creer que
los errores no son necesarios y anclarse a ellos y llevarlos siempre
en las botas… Llueve con afán de borrar recuerdos y desbordar
emociones pero con una calma que apenas agita las cortinas y golpea
cristales. Llueve lento y agarrado, sin más prisa que la necesidad
de soltar lastre, a ritmo de tango y de canción olvidada… A compás
de taza de café e historia de amor sin final, sin beso, sin roce,
sin más eternidad que el deseo latente y la noche en vela pensando
por qué.
Llueve
en mi mundo de caras gastadas y la cabeza estalla buscando almohada y
consuelo. No encuentro mar que calme mis pensamientos insistentes y
corruptos, husmeo entre la basura de ideas que no saqué ayer ni
anteayer ni hace un siglo. Me meto en el vertedero de pensamientos
angustiosos de toda mi vida buscando algo nuevo sin querer darme
cuenta de que todos están viejos, cansados, gastados, rotos,
podridos… Que no hay en ellos ninguno que le sirva a esta mujer que
ya se mira a la cara y se dice la verdad más cruda porque son
todavía pensamientos de niña triste y asustada que no se atreve a
nada… Llueven palabras sin tregua y sin boca, sin lecho y sin más
destino que ser escuchadas, asumidas y amadas…
Llueve
y la lluvia fina me invita a sacar ese baúl de creencias rancias y
putrefactas, me pide que las arrastre hasta el porche de mi vida y
las olvide… Que
me arranque de una vez por todas los no puedo, los nunca me pasa a
mí, los yo no soy de esas personas, los no merezco y los qué dirán
de mí… Y que sobre todo, cuando encuentre nuevos pensamientos y
creencias, los remueva poco, sólo lo necesario, y los lleve con
calma sin hacerlos centrifugar y dar vueltas eternamente…
Llueve
en mi mundo para que abra la puerta y saque los fantasmas más
antiguos, las culpas rancias, los miedos con cara de amigo, las
necesidades inventadas y las noches sin tregua de ansiedad y sábanas
heladas. Para
que no me quede más remedio que tirar la casa por la ventana y verla
vacía, nueva y maravillosa.
Para
que me quede sólo con lo que me alienta… Para que suelte las
muletas y confíe en mis piernas… Para que desborde mi alma cansada
y repleta de tanto pensar.
No
importa si no crees que puedes, a dónde no llegas tú, la vida
siempre te hace llegar con un empujón.
Llueve
en mi mundo de cartón piedra y es para que se rompa, para que se
caiga… Para que tenga que fabricarme uno nuevo con nuevas
emociones, para que tenga que sacar los trastos viejos y vaciar los
armarios de amarguras. Llueve
para que se borre mi guión estructurado y perfecto de todo lo que
debe pasar y a mi manual de andar por la vida se le mojen las hojas
donde tengo escritas las normas más estrictas… Llueve
para que note el agua en mi piel y me sienta tan insegura que tenga
que encontrarme las agallas… Llueve
para que sepa que puedo cambiar de forma para adaptarme a lluvia y
que eso no me hace perder la esencia, el aroma, el alma.
Llueve para que me dé cuenta de que lo que necesito ya lo llevo a
cuestas y pueda despojarme de cachivaches y artilugios que me tapan
la perspectiva… Llueve lento, sin pausa, sin miedo, sin lastre, sin
más sentido que el de la propia lluvia y sin más refugio que mi
propia alma.
Llueve
hoy en mi mundo, es una lluvia maravillosa que se llevará el lamento
y la angustia y me recordará que
tengo tanto por hacer y vivir que este baile vale mucho la pena…
Mercè
Roura
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