Decía
Séneca que; “sufrir antes de tiempo es sufrir dos veces”.
Si
uno cultiva su paz interior mediante la práctica de la acción
correcta, sentirá tal grado de confianza que cualquier anticipación
acerca de lo mal que pueden ir las cosas, será interpretada por su
mente profunda como un pensamiento virus y su disolución será
automática.
La
anticipación negativa de acontecimientos dolorosos genera
sufrimiento en el presente de lo que, paradójicamente, puede
suceder o no en el futuro ¿Acaso no es mejor pensar que cuando las
cosas sucedan, dispondremos de soluciones certeras?
En
realidad, antes de que suceda lo que uno teme, lo más probable es
que alguno de los elementos implicados haya sufrido alguna
modificación ¿Acaso no puede suceder también que cuando llegue el
mañana, pueda incluso ya darnos igual lo que hoy nos atormenta?
Existen
personas que tienen un cierto grado de adicción a vivirse e incluso
perpetuarse en el problema. Sus mentes tienen el hábito de crearse
tensión e incertidumbre acerca de lo que llega. Es muy frecuente
que el programa mental de anticipación y victimismo de estos seres
humanos haya sido fotocopiado de alguno de sus progenitores.
Un
aspecto que, si bien ayuda a comprenderlos, no les exime del trabajo
de instalar nuevos programas con nuevas ideas. Para conseguir tal
reorientación positiva, primeramente conviene ser consciente de los
momentos cotidianos en los que salen a la luz nuestras emociones
destructivas. Seguidamente, es aconsejable cultivar la atención
sostenida al trazado de nuevas opciones de pensamiento más
profundas y expansivas. De otro modo, las ideas estériles, además
de intoxicar a la mente, al cuerpo y al medio ambiente, angustian y
atormentan.
Una
historia que refleja muy bien lo que estamos comentando:
“Un
día un malicioso ilusionista hizo correr la voz de que sería capaz
de enseñar a un burro a hablar. Su habilidad en la creación de
rumores era tal, que pronto llegó a oídos del Rey semejante idea.
Cuando se presentó ante la corte, juró y perjuró al propio Rey
que sería capaz de enseñar a hablar a cualquier burro si tan sólo
le concedía tres años viviendo en palacio. Ante tal planteamiento
el monarca le dijo: de acuerdo, pero si no lo logras al finalizar el
plazo fijado mandaré cortar tu cabeza. El ilusionista aceptó y
entre dientes musitó: y en tres años de manjares y de buen vivir,
¿no se morirá antes el rey, el burro o yo?”
Las
estadísticas más recientes señalan que el 90% de los sufrimientos
que el ser humano padece son generados por cosas que no han sucedido
ni van a suceder.
El
hecho de aprender a erradicar tales pensamientos negativos de la
corriente mental supone el verdadero trabajo de atención a uno
mismo. Cuando la mente es invadida por semejantes ideas, la persona
se ve obligada a mantener un constante estado de alerta. Se trata de
una gimnasia mental que, sin duda, fulmina los pensamientos inútiles
e indeseables y ayuda a conocer los entresijos que discurren en una
mente abierta. Esta práctica también propicia a relativizar el
mundo de las ideas y posibilita un salto en la expansión de
consciencia.
Es
frecuente observar como muchas madres tildadas de “buenas” se
anticipan a imaginar desgracias en sus hijos mayores cuando éstos
se retrasan en llegar a sus casas. Cuidado con ese aspecto de
algunos seres que se preocupan “tanto” por los demás, cuando
afirman que lo hacen porque los quieren y “necesitan”. Tal vez,
dichos vínculos, en la mayor parte de los casos, tienen más que
ver con patrones patológicos de dependencia que con relaciones de
amor y convivencia.
Los
hechos que acontecen en la vida son totalmente neutros. En realidad,
es nuestra mente la que interpreta y da significado positivo o
negativo a las cosas que pasan.
Desde
tal perspectiva, aprender a pensar bien de lo que nos sucede es una
de las más valiosas competencias del ser humano.
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