24.4.19

Toma tus decisiones sabiendo que tu vida es única y además es efímera

EL SER HUMANO Y LA MORTALIDAD 
La consciencia de finitud

La muerte es fuente de miedo, inspiración, duelo, amor y alimento para la idea de finitud. Un concepto que moldea nuestra naturaleza de una forma muy especial.

La filosofía, entre otros intereses, tiene como objeto de estudio y condicionante la naturaleza finita del hombre. Por otro lado, el ser humano es el único animal que sabe que hay un final llamado muerte, reflexionando sobre el hecho más allá del acontecimiento. Así, parece que es precisamente esta consciencia de mortalidad la que incentiva nuestra reflexión más trascendental, derivando en la reflexión sobre las acciones y decisiones que tomamos en esta vida.

Borges, en su cuento El inmortal, narra la historia de un hombre eterno. En cierto momento, ese hombre se encuentra con Homero, que es, a su vez, inmortal también. Tras este encuentro, recuerda: 
Me despedí de Homero a las puertas de Tánger.  Creo que no nos dijimos adiós”Dos personas inmortales no sienten esa necesidad de decir “adiós”: no existirá un “final” que sea un obstáculo para esta posibilidad.
El ser humano, al ser consciente de su finitud, es un ser precioso porque cada instante que vive vale infinitamente. De alguna manera, su finitud otorga valor al momento.
Seres humanos arrojados al mundo

Cada instante de nuestra vida es único: nuestro camino hacia delante es un camino hacia la muerte. El ser humano ha nacido como arrojado a un mundo cuya situación histórica, social, familiar ha venido dada. ¿Esto quiere decir que estamos predeterminados?

Para Martin Heidegger, el filósofo existencialista más importante del S.XX, la consciencia de finitud del hombre hace que lo más deseable sea que cada uno de nosotros tengamos un pensamiento propio y auténtico. El pensamiento carente de autenticidad es irreflexivo y no nos proyecta hacia una vida plena.

El ser humano y el pensamiento inauténtico
Para entender lo que significa el pensamiento inauténtico, podemos pensar en una situación común. Imaginemos que montamos en un taxi; la radio está encendida y el taxista nos comienza a hablar de las noticias que están dando. Nos explica su opinión al respecto, opinión que seguramente podríamos inferir/anticipar por la cadena radiofónica que está escuchando.
Para Heidegger, repetir las ideas y opiniones de otros sin una reflexión previa significa “estar siendo hablado”. El taxista (sin ánimo de ofender a nadie) no reflexiona sobre lo que dice, sino que repite una serie de argumentos que no son suyos.
Por tanto, la vida inauténtica para Heidegger es aquella que vive en exterioridad, que es irreflexiva y no es consciente de su mortalidad; cuando el ser humano es consciente de su mortalidad, lo más probable es que desee vivir con un pensamiento propio y tomando sus propias decisiones.
La vida inauténtica es aquella que no es consciente de su mortalidad.
El ser humano y el pensamiento auténtico
El hombre sería un ser arrojado al mundo. Provendría de la nada y marcharía hacia la nada, hecho o idea que le revelaría su condición de finito. Sin embargo, al mismo tiempo también es un ser proyectado hacia el futuro por esta misma condición.
Nuestra condición de seres humanos – seres profundamente presentes caminando hacia un futuro- nos obliga a pensar, más que en la realidad, en la posibilidad.  Somos nuestras posibilidades, sin olvidar que la posibilidad de todas las posibilidades es la muerte (elijamos lo que elijamos, siempre podemos morir, es decir, la mortalidad siempre está presente).

El ser humano que opta por una vida auténtica, lo haría gracias a la angustia que le produce la experiencia de la nada, que es la experiencia de la muerte. Toma sus decisiones sabiendo que su vida es única y que cualquier momento, además de ser efímero, puede ser el último. Sabría que nadie puede morir por él y, ante todo, es consciente que la muerte no solo es un momento por el que trasciendan otros.
El hombre es ese ser que se angustia y, es más profundamente hombre, cuanto más profundamente se angustia”.
-Sören Kierkegaard-
Tanatofobia o miedo a la muerte

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