La consciencia de finitud
La
muerte es fuente de miedo, inspiración, duelo, amor y alimento para
la idea de finitud. Un concepto que moldea nuestra naturaleza de una
forma muy especial.
La
filosofía, entre otros intereses, tiene
como objeto de estudio y condicionante la naturaleza finita del
hombre.
Por otro lado, el ser humano es el único animal que sabe que hay un
final llamado muerte, reflexionando sobre el hecho más allá del
acontecimiento. Así, parece que es precisamente esta consciencia de
mortalidad la que incentiva nuestra reflexión más trascendental,
derivando en la reflexión sobre las acciones y decisiones que
tomamos en esta vida.
Borges,
en su cuento El
inmortal,
narra la historia de un hombre eterno.
En cierto momento, ese hombre se encuentra con Homero, que es, a su
vez, inmortal también. Tras este encuentro, recuerda:
Me
despedí de Homero a las puertas de Tánger. Creo que no nos dijimos
adiós”Dos personas inmortales no sienten esa necesidad de decir “adiós”:
no existirá un “final” que sea un obstáculo para esta
posibilidad.
El
ser humano, al ser consciente de su finitud, es un ser precioso
porque cada instante que vive vale infinitamente. De alguna manera,
su finitud otorga valor al momento.
Seres
humanos arrojados al mundo
Cada
instante de nuestra vida es único: nuestro camino hacia delante es
un camino hacia la muerte. El
ser humano ha nacido como arrojado a un mundo cuya situación
histórica, social, familiar ha venido dada. ¿Esto quiere decir que
estamos predeterminados?
Para Martin
Heidegger,
el filósofo existencialista más importante del S.XX, la
consciencia de finitud del hombre hace que lo más deseable sea que
cada uno de nosotros tengamos un pensamiento propio y auténtico. El
pensamiento carente de autenticidad es irreflexivo y no nos proyecta
hacia una vida plena.
El
ser humano y el pensamiento inauténtico
Para
entender lo que significa el pensamiento inauténtico, podemos pensar
en una situación común. Imaginemos que montamos en un taxi; la
radio está encendida y el taxista nos comienza a hablar de las
noticias que están dando. Nos explica su opinión al respecto,
opinión que seguramente podríamos inferir/anticipar por la cadena
radiofónica que está escuchando.
Para
Heidegger, repetir
las ideas y opiniones de otros sin una reflexión previa
significa “estar
siendo hablado”.
El taxista (sin ánimo de ofender a nadie) no reflexiona sobre lo que
dice, sino que repite una serie de argumentos que no son suyos.
Por
tanto, la
vida inauténtica para Heidegger es aquella que vive en exterioridad,
que es irreflexiva y no es consciente de su mortalidad;
cuando el ser humano es consciente de su mortalidad, lo más probable
es que desee vivir con un pensamiento propio
y tomando sus propias decisiones.
La
vida inauténtica es aquella que no es consciente de su mortalidad.
El
ser humano y el pensamiento auténtico
El
hombre sería un ser arrojado al mundo. Provendría de la nada y
marcharía hacia la nada, hecho o idea que le revelaría su condición
de finito. Sin embargo, al mismo tiempo también es un ser proyectado
hacia el
futuro por
esta misma condición.
Nuestra
condición de seres humanos – seres profundamente presentes
caminando hacia un futuro- nos obliga a pensar, más que en la
realidad, en la posibilidad. Somos
nuestras posibilidades, sin olvidar que la posibilidad de todas las
posibilidades es la muerte (elijamos
lo que elijamos, siempre podemos morir, es decir, la mortalidad
siempre está presente).
El
ser humano que opta por una vida auténtica, lo haría gracias a
la angustia
que
le produce la experiencia de la nada, que es la experiencia de la
muerte. Toma
sus decisiones sabiendo que su vida es única y que cualquier
momento, además de ser efímero, puede ser el último. Sabría
que nadie puede morir por él y, ante todo, es consciente que la
muerte no solo es un momento por el que trasciendan otros.
“El
hombre es ese ser que se angustia y, es más profundamente hombre,
cuanto más profundamente se angustia”.
-Sören Kierkegaard-
Tanatofobia o miedo a la muerte
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