Reconócelo,
quieres cambiar el mundo. No solamente quieres cambiarlo sino que
quieres que todas y cada una de las criaturas que habitan en él sean
distintas a como ahora son. Quieres que todo sea mejor, más limpio,
más justo, más digno… Quieres salvarlo de él mismo porque se
pierde, se gasta, se rompe, está a punto de estallar… Lo sé
porque eso que sientes lo he sentido yo durante años hasta llegar a
la necesidad de cambiarlo todo y darle la vuelta porque lo que veía
me parecía devastador…
Te
comprendo, sé que tus intenciones son buenas pero tengo que decirte
algo difícil, algo que a mí me costó mucho aceptar y asumir… No
vas a cambiar nada. No puedes controlar nada de lo que pasa ahí
afuera. Ni las personas, ni las situaciones, ni siquiera a las
plantas y las piedras. Ni eso. Intenta cambiar de lugar una planta y
verás como con sus hojas siempre buscará el sol. Intenta ponerle
diques al mar y verás cómo un día de estos lo inunda todo. Y con
las personas pasa lo mismo. Intenta hacer que alguien cambie y si lo
hace para complacerte, observa cómo se harta al poco tiempo o como
se consume. Mira cómo estalla o como desaparece. ¿A qué precio
logras retener un gorrión en una jaula?
Sin
embargo, quiero ir más allá… Queremos cambiar el mundo, pero
¿Cómo? es decir ¿Cómo crees que debería ser? ¿Quién decide
hacia dónde va ese cambio? ¿Qué modelo de mundo queremos? Mejor
todavía ¿Qué modelo de mundo necesitamos? ¿Quién participa en la
decisión? ¿Lo hacemos por sufragio?
Cuando
decimos que queremos un mundo más justo, ¿Quién decide lo que es
más justo o menos justo? ¿Y si al faltarnos mucha información nos
equivocamos y acabamos cometiendo una injusticia mayor? Al fin y al
cabo, no sabemos nada y siempre somos subjetivos… ¿Cómo podemos
saber que lo que deseamos que sea distinto será mejor? Está todo
tan conectado que activas un botón y explota un mundo, tiras una
ficha de dominó y cae un imperio…
No
sabemos nada. A veces, somos como el mono que sacó al pez del agua
para que no se ahogara o como el que le pidió al cerdo que volara y
al águila que se quedara quieta en tierra… ¿Y si vemos al gusano
y no comprendemos que todavía no le toca ser mariposa y se lo
estamos exigiendo ahora? Cada cosa, cada persona vive su proceso…
¿De verdad queremos que los demás sean distintos a como son ahora?
¿No es eso un acto egoísta? ¿Qué pasaría si otros nos lo
hicieran a nosotros porque pensaran que no estamos viviendo como
deberíamos?
Eso
es lo que hacemos un poco todos, pretender que los demás vivan como
nosotros pretendemos, según nuestras inquietudes, nuestras normas y
nuestra forma de ver la vida. Y cuando no responden como
creemos que deberían, nos frustramos y enfadamos, pero son libres y
pueden vivir como quieran, incluso si eso les aleja de nosotros.
Ya
lo sé, hay cosas que pasan y son terribles, pero ¿Cómo saber si al
mover una pieza estamos abonando otra jugada más peligrosa? Y no me
refiero a ir por la vida sin hacer nada cuando veamos algo que nos
duele, por supuesto. No hablo de permitir que otros sufran o si está
en nuestra mano evitar una injusticia. Me refiero sobre todo a
algo que hacemos cada día, juzgar. Vemos al que engaña y no sabemos
que fue hijo del engaño, vemos al pobre y decidimos que es porque no
trabaja suficiente o no se esfuerza, vemos al rico y pensamos que su
dinero no puede ser fruto de nada bueno…
Nos
mofamos del bajo y del alto, del gordo y del flaco… Nos reímos del
que no llega, del que tiene alguna discapacidad como si eso le
hiciera inferior a nosotros cuando es un ser humano igualmente útil…
Le exigimos al que llora que ría porque no podemos soportar su
tristeza, ya que nos recuerda la que llevamos almacenada dentro y no
dejamos salir ni nos sabemos reconocer… Vemos al que está feliz y
le envidiamos la dicha y a veces incluso deseamos que le dure poco
porque no creemos merecerla nosotros y no confiamos en alcanzarla y
nos duele ver que él sí la tiene…
¿A
ellos también les cambiamos? ¿Para que sean cómo? ¿Cómo
nosotros? Les juzgamos y luego pedimos piedad para que no nos
juzguen, queremos que sean comprensivos y compasivos con nosotros
cuando nosotros no lo somos con ellos ni con nosotros mismos…
Porque
si nos perdonáramos por haber fallado no nos molestaría el fallo
ajeno. Si nos perdonáramos por no ser perfectos, no nos perturbaría
que otros fueran por la vida igualmente imperfectos, pero eso no
hiciera que se sintieran mal por ello. Si creyéramos que somos
dignos de lo mejor, no nos molestaría que otros tuvieran lo mejor.
Si confiáramos en merecer riqueza y abundancia, no nos haría tanto
daño que otros fueran ricos y abundantes… Si nos sintiéramos
dignos de amor y nos enamoráramos de nosotros mismos, no
mendigaríamos nunca el cariño.
No
aceptamos lo que somos y no podemos aceptar a los demás. Miramos al
espejo que es este mundo en que vivimos y lo golpeamos con saña para
romperlo y condenarlo porque refleja lo que creemos ser, porque en él
vemos reflejado nuestro dolor, nuestra impotencia, nuestra
frustración y esa enorme sensación de injusticia y vulnerabilidad
que nos ahoga y recorta las alas. Miramos al mundo y todo lo que hay
en él a través de nuestras creencias más limitantes, de nuestros
recuerdos más amargos… Vemos el mundo a través de nuestro pasado
y suplicamos que cambie porque no podemos soportar el terrible dolor
de no cambiar nosotros…
El
único cambio posible está dentro de nosotros. La única forma de
cambiar el mundo es amarlo, aceptarlo como es y mirarlo de igual a
igual con toda la compasión que nos sea posible… Por ello, hace
tiempo decidí dejar en paz a los demás y centrarme en mí que tengo
mucho pendiente por reconocer y aceptar.
Soltar
la necesidad de controlar que la vida sea como creemos que debe y
abrazar otras posibilidades. Aprender a caminar por la cuerda floja y
sentirnos seguros. Dejar de buscar ahí afuera lo que sólo nosotros
podemos darnos a nosotros mismos…
Ese
amor incondicional que no depende de lo que te pasa, ni de los kilos
que pesas, ni del dinero que tienes en el bolsillo. Mirar al espejo
del mundo y ver que el dolor que hay en él está en ti. Que tú no
engañas a otros pero te engañas a ti. Que no robas pero te robas.
Que no rompes ilusiones de otros pero recortas las tuyas… Que
juzgas sin saber y sin haber sentido lo que otros sienten. Volver a
mirar desde la inocencia y creer en ti.
Entonces,
el que ríe te contagia. El que llora sabe que estás ahí y no le
pides que ría. El pobre sabe que ves su riqueza interior. El rico
sabe que te alegras de su riqueza porque eso es la demostración
empírica de que tú también puedes conseguirlo… Y también te das
cuenta de que toda la belleza que ves, es la belleza que hay en ti.
Y
te miras y aceptas. Y ves al mundo y todo lo que vive en él y hay
muchas cosas que no te gustan pero no te arañan igual que antes,
además sabes que si está en tu mano harás lo posible para
cambiarlas pero desde el amor a lo que es… Desde el amor a ti
mismo. Transformando tus pensamientos, viviendo tus emociones
pendientes, actuando desde la coherencia… Justo en ese momento,
todo cambia porque cambias tú. Porque inspiras. Porque eres la
respuesta que buscabas y el ejemplo que necesitas. Porque esperabas
que alguien abriera el camino y te das cuenta que esa persona eras
tú. Porque ni siquiera hace falta cambiar sino tomar consciencia de
quién eres y reconocerte a ti mismo y a tu valor.
Porque
la verdadera transformación está en la forma como percibes el mundo
y sobre todo como te ves a ti mismo. Miras al mundo como te ves
a ti. Si cambias la forma en que te miras, cambiarás la forma de ver
todo lo que te rodea.
¿De
verdad quieres cambiar el mundo o es sólo una excusa para evitar
cambiar tú?
No
somos salvadores de nada ni de nadie… Con un poco de ganas y
trabajo, podemos conseguir mirar en nuestro interior y acabar
reconociéndonos, aceptándonos y siendo coherentes con nosotros
mismos, ese
es el gran cambio que necesita el mundo, personas coherentes…
Mercè
Roura
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